Los creyentes marxistas, como los miembros de cualquier religión, tienen sus dogmas. Uno de ellos asegura que la historia siempre se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Fue una ocurrencia de Marx que repiten sus fieles, por más que la historia solo prueba que lo que se repite es la conducta de los poderosos. También nos enseña lo grave que resulta que un fanático nacionalista se haga con el poder. Es el caso de Vladimir Putin que representa para Europa la amenaza más grave desde la Segunda Guerra Mundial. El experimentado Henry Kissinger afirma en una entrevista que en los últimos quince años se ha reunido varias veces con él. Su conclusión es que el presidente ruso vive una mística aferrada a la grandeza de Rusia.
Sabemos de Putin que nació en una familia pobre, sometida a las duras condiciones de vida de la URSS de postguerra. Stalin había impuesto su poder absoluto eliminando físicamente a sus rivales. Máximo Gorki, amigo de Lenin y exponente de la cultura soviética, lo denuncio y se exilió a Italia: Exterminar fríamente al prójimo se ha convertido en una práctica corriente. Es la brutalidad asiática que nos corrompe por dentro. Ochenta años después no deja de ser extraordinario que a Putin se le achaque similar conducta por el envenenamiento de exagentes desafectos y la desaparición de varios oligarcas que han criticado la invasión de Ucrania.
Pero el hecho es que creció cuando la URSS era una gran potencia rival de Estados Unidos y miraba con aire de superioridad a la China de Mao, obligada a respetar la jerarquía soviética a regañadientes. Precisamente una actuación de Kissinger que menciona en su entrevista fue la apertura que brindó Estados Unidos a China, lo que desquició a Brezhnev que no podía concebir lo que se denominó diplomacia del ping pong. El político norteamericano, lúcido a sus 95 años, lo explica así, seguramente desde el deseo de que lo escuche Biden: no es prudente, frente a dos enemigos, adoptar una posición que les induzca a acercarse.
La disolución de la URSS tras la caída del Muro de Berlín está considerada por Putin como una gran tragedia, aunque su asalto al poder emane de ese acontecimiento. Era un chico listo adoctrinado por el régimen y vio como la Rusia revolucionaria, convertida por Stalin en la URSS, dejó sin efecto las fronteras en más de 22 millones de Km. cuadrados y 300 millones de habitantes. La disolución sobrevenida tras Gorbachov dejó la actual Federación rusa en 17 millones de Km. cuadrados y la mitad de población. La paradoja es que su PIB es inferior al de Francia, aunque su territorio cuadruplica el total de la Unión Europea, lo que da idea de sus recursos naturales y explica el problema creado con el gas y el petróleo.
Mas si volvemos sobre el peligro que representa un personaje del perfil de Putin, basta adentrarse en la historia que vivió Europa en la primera mitad del pasado siglo. El 28 de junio de 1914 cuando el archiduque de Austria y su esposa llegaron a Sarajevo reinaba la paz. Un terrorista serbio logró asesinarlos y solo treinta y siete días después estallaba una guerra que dejó veinte millones de muertos. Quienes dieron pie a la tragedia era los que dirigían los imperios de la época: el austrohúngaro con Guillermo II y el ruso con el zar Nicolas II. El destino de las naciones estaba en manos de unos pocos con poder absoluto. Y no se escarmentó: años después Hitler se adueñaba del poder en Alemania y Europa vivió de nuevo una guerra destructiva en la que sesenta millones de personas perdieron la vida.
La inmensa tragedia quedó grabada en cuantos la sufrieron y en cuantos la vivieron. De ahí nació la idea en los padres fundadores de la Unión Europea: Robert Schuman, Konrad Adenauer, Jean Monet, De Gasperi y como visionario volcado en proporcionar ayuda económica, el general Marshall que logró convencer al presidente Truman. Contad los nombres porque dan idea de lo que pueden lograr en positivo pocas personas. Fue igual de reducido el número de los que provocaron cada una de las dos guerras mundiales.
Setenta y cinco años de paz
La Unión Europea nos ha dado setenta y cinco años de paz que hemos dedicado a desarrollar un proyecto en común. Nos ha preservado de la patología nacionalista, por más que suframos algunas excrecencias. Parecía asegurada la salud democrática, el control del poder, es decir, de quienes lo obtienen por voluntad del pueblo, pero sujetos a escrutinio y sometidos a contrapoderes creados a tal efecto. No contábamos con el germen resistente del comunismo que tan defectuosamente se desmontó en la Rusia soviética, en la que el aparato del poder se adaptó a la situación tras la caída del Muro de Berlín y se hizo con sus resortes políticos y económicos.
Y henos ahora ante un ejemplo del peligro de la pulsión de poder si se ejerce sin limitación. Putin piensa, además, que las democracias europeas están debilitadas, pero que la OTAN con su potente socio americano le amenaza. Mira el mapa de la URSS y le resultan inaceptables las fronteras actuales, en especial la Rus de Kiev (actual Ucrania) donde nació Vladimir, el guerrero fundador de Rusia, luego santo, del que Putin lleva su nombre. La pregunta que nos hacemos es si Putin va a llegar hasta el límite de su capacidad para repensar si la guerra socavará su poder en Rusia. Pero el principal interrogante que nos inquieta es que no caiga en la desesperación del fracasado, teniendo como tiene el mayor arsenal atómico.
Amigo Abel, tu análisis del personaje transcurre por la misma línea que mediáticamente ha sido impuesta por ese maniqueismo simple de «buenos» y «malos». Por cierto algo muy corriente en el mundo de los gobiernos y élites de EE.UU.: indios malos, colonos buenos. De ahí el exterminio de culturas ancestrales indígenas sin que nadie se haya dado golpes de pecho por ello (como ocurre con la conquista española).
Modestamente creo que la cuestión es más compleja y lo que está en juego es la hegemonía de EE.UU. por mucho que se consideren bendecidos por Dios (divinizados) y con poder absoluto de «·pernada» sobre pueblos y culturas del mundo, para imponer su «way of life» a lo largo y ancho del mundo, como hicieron antes otros imperios ya amortizados. Y más que su hegemonía política, su poder económico (falso desde Breton Woods) basado en la impresión de billetes.
¡Qué decir de sus intromisiones bélicas unilaterales allí donde les convenía, sin que nadie dijese una palabra!
Hace poco, una analista del IEEE que algo sabe del tema decía: ¡Ya está bien de hacer seguidismo de los intereses americanos! En Europa, este mundo colonizado y débil desde las GG.MM. fiel servidor de consignas y apoyo de beneficios ajenos, estamos empezando a saber lo que significa tal cuestión. Nos quedamos sin gas porque así conviene a EE.UU y así lo ha impuesto (Biden al presidente alemán), para comprarlo a EE.UU. al doble o triple más caro; nos enfrenta a Rusia en el conflicto de Ucrania (inexistente si no se hubiese dado el golpe de estado del Maidán al presidente legítimo Yanukovich) y si no se hubiese infilrado sutilmente (siempre lo hace así) en el poder político con un presidente complaciente. Nos olvidamos de la crisis de Cuba y de Bahía de Cochinos (un intento chusco de subvertir la situación), o de las «primaveras árabes» (ejemplo de «operaciones encubiertas») o con otros países sudamericanos (con el resultado actual), o la propia guerra de Irak donde la invasión se justificaba con las «armas de destrucción masiva»…..
En fin, el asunto da para un debate mucho más amplio donde no hay que perder de vista «la mano que mece la cuna» de la mayor parte de los conflictos mundiales. Para eso tiene dinero (aunque no sea esa su realidad), influencia política en los órganos supervisores (ONU y todas sus agencias) e influencia cultural y social a través de sus redes mediáticas.
Un cordial saludo.