Palestina y Ucrania

Carlos Miranda
Por
— P U B L I C I D A D —

Mientras Puigdemont descorcha botellas de cava (champán francés en el referéndum) para celebrar las continuadas concesiones de Sánchez, siguen cayendo las bombas en Palestina y en Ucrania, sin desmerecer otras bombas como que el Abad de Monserrat visitó a Puigdemont y Aragonés al Papa. ¿Sera la Iglesia la verificadora de los acuerdos entre Sánchez y los separatistas? ¿Cómo en Latinoamérica, entre guerrilleros y el Estado?

Israel, agredida el 7 de octubre por el terrorismo masivo de Hamás, está perdiendo, sin embargo, la batalla del relato. A pesar de forzar el éxodo de civiles palestinos hacia el Sur de Gaza para tener un terreno “limpio” donde operar militarmente dado que Hamas se funde con esos civiles para protegerse, acaba bombardeando a los que han permanecido y a los que huyen hacia la frontera con Egipto donde, en ningún caso, quieren acogerles.

Los muertos palestinos en esta guerra contra Hamas se multiplican así exponencialmente frente a los causados por los terroristas en octubre cuando fueron asesinados más de 1.200 israelíes (y también extranjeros) con 3.500 heridos. Lo uno no justifica lo otro, pero nada puede olvidarse ni compararse. Por otra parte, los ciudadanos israelíes siguen sufriendo ataques de cohetería incluso desde el Sur del Líbano por parte de Hezbolá, otros terroristas apadrinados por Irán, aunque, por ahora, aseguran que no harán más si bien están mejor armados que Hamás y tienen más efectivos.

El gobierno israelí se resiste a un alto el fuego, incluso humanitario, que, entiende, beneficiaría a Hamás, imbricado en la propia población palestina que le sirve de escudo y cuya suerte no le importa. Los medios de comunicación se alimentan en buena medida de los relatos y cifras que da Hamás con imágenes sobrecogedoras mientras que desde Israel desgranan vídeos también horrorosos de los asesinatos de Hamás en octubre, recordando asimismo que los terroristas tienen a más de 200 rehenes cuya suerte se ignora.

Es una verdadera guerra contra el terrorismo que Hamás ha provocado sabiendo lo que hacía para rentabilizar políticamente las represalias israelíes. El Secretario de Estado americano, Blinken, se ha paseado otra vez por la región repartiendo zanahorias, bastonazos y advertencias, tanteando asimismo lo que podría pasar cuando acabe esta guerra que Netanyahu dice será larga mientras antiguos jefes de gobierno como Olmert (Kadima) o Barak (Laborista) piden acabar pronto.

Lo único realista, y ya es bastante utópico, sería que la Autoridad Palestina se haga cargo de Gaza de donde Hamás la había expulsado con el apoyo de la población local. Si Hamás desaparece o queda muy disminuida tras la operación militar israelí, podría ser ello factible siempre que ayuden los países árabes, sobre todo los ricos, y que Israel le dé relevancia al Presidente palestino, Abu Abbas, de cara a encauzar un Estado palestino.

Israel no querrá saber mucho de la ONU cuyo Secretario General no supo, piensa, guardar distancias con todos por igual. Hace años los de Abbas no descartaban emplear la OTAN como fuerza de separación para implicar a los EEUU que no lo harían con la ONU, pero, con Rusia en el gaznate ucraniano, está “loca” idea suena ya a estrafalaria. Toca que sean los árabes los que se ocupen de ello que, por ahora, con su hipocresía, no han querido saber nada de los palestinos ni razonarles suficientemente hacia una senda de paz y que, con su realismo, no les quieren en sus países, salvo a ingenieros y médicos porque no son potenciales terroristas y con estudios cualquiera se integra mejor. No hay nada como la familia.

En Ucrania, los frentes parecen congelados. El invierno se acerca. Convendría terminar este conflicto en el que Putin fracasó estrepitosamente al no conseguir dominar todo el país, pero en el que las victorias ucranianas tienen un límite. Será injusto, pero compensaría una cesión de ciertos territorios ocupados por Rusia (aproximadamente un 15%) a cambio de paz, como hizo en su día Finlandia, porque encuadraría claramente a Ucrania en el mundo occidental, en la UE y, quién sabe, en la OTAN, lo que sería una gran victoria estratégica y política para Zelensky que, previsor, acaba de invitar a Trump a Ucrania.

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