¡No somos nadie!

Carlos Miranda
Por
— P U B L I C I D A D —

Tras nuestra guerra civil (y la Segunda Guerra Mundial) sufrimos una dictadura militar conservadora y nacionalista. Solo a partir de los años sesenta España empezó a salir del pozo económico. Hubo que esperar a la muerte de Franco en 1975 para recuperar las libertades políticas. 

En los ochenta pudimos formar parte del núcleo de los países occidentales y darnos más importancia que cuando la dictadura inculcaba nostalgia imperial, especialmente hacia Hispanoamérica. Éramos “la madre patria”. En democracia preferimos la hermandad con Latinoamérica sin resistir la tentación de pretender ser un hermano mayor. Ahora, México es la economía más importante de habla hispana, destronándonos.

En los países más indigenistas se está produciendo la independencia de los nativos, porque las del siglo XIX fueron de los criollos contra sus metrópolis. Los abusos de los que nos acusan los siguieron cometiendo allí aquellos que ahora, como López Obrador, Presidente mexicano, nos exigen pedir perdón para olvidar sus propios pecados, más graves porque los cometieron los “Libertadores”.

¿Debemos pedir perdón? Deberíamos, al menos, lamentar abusos y excesos nuestros durante 300 años, que los hubo, por muy normales y de la época que nos parezcan. Si lo hiciéramos los descarados como ese López Obrador quedarían en evidencia. Lo inteligente es tragar un sapo y no encajar más huevos podridos como de algún modo han hecho británicos y franceses con sus antiguas posesiones. ¿Hipocresía? Igual, pero cargándonos de razón. ¿No lo ha hecho el Vaticano? Por los excesos evangelizadores al amparo de nuestras espadas conquistadoras. ¿Tanto cuesta ponerse a resguardo de una buena o mala conciencia?

Con Felipe González empezamos a recuperar importancia en Europa a través de la Unión Europea. Más discretamente en la Alianza Atlántica en la que siempre miramos a quien acompañamos, sin la osadía e iniciativa que aparentamos en la UE. Otros se han puesto también las pilas en la Unión. No tan europeístas. Quieren mercado. Más, sí, pero según lo que sea y que no les despojen de mucha soberanía, aunque sea para ponerla en común. Esos países del Este aportan, por otra parte, un peso histórico que nos cuesta asumir: el de enfrentarse a Rusia, una bestia imperialista.

Por eso Polonia puede ser más importante que España y otros aportan tradición industrial y nuevas tecnologías. Presumimos de ser, sin el Reino Unido, los cuartos de la UE, pero tras el biombo de los Pirineos se nos escapa bastante la realidad centroeuropea donde son eso, europeos y centrales. ¡Cuidado!

En nuestra esquina continental nos emparejamos fácilmente con Francia, amiga relativa solo con los Borbones. Con Napoleón acabó siendo enemiga y desde la Revolución Industrial nos dejó atrás. Amigos, conviene; cómplices, si es posible; vasallos, nunca. No olvidemos, sin embargo, que los dos pilares de la UE son Francia y Alemania y que hemos de cuidar a Berlín y afirmar autonomía bailando cuando conviene con EEUU porque son nuestra seguridad e importante pareja transatlántica. Tampoco hay que ignorar a Portugal, colega ibérico, aunque más atlantista.

¿Preferiríamos pegarnos a China o Rusia? “A Europa”, responderán muchos. En efecto, Europa debe ser más en el marco occidental, pero en nuestro continente un verdadero entendimiento con Moscú será imposible si Rusia no es democrática. Acomodos, en cambio, son factibles. Los hemos tenido, pero Putin descartó incluso lo que el Kremlin soviético aceptó para coexistir pacíficamente. Putin abrió injustificadamente la caja de una guerra internacional en Europa, algo imperdonable, y con ello borró cualquier razón suya por subjetiva que fuese. Hay que poder entenderse con Rusia, claro, pero sin ceder a sus pretensiones imperiales y menos si son por la fuerza.

Más Europa, pero manteniendo el vínculo transatlántico en materia de seguridad lo que no obvia importantes desencuentros en materias comerciales y económicas en los que la UE tiene suficiente entidad para tratar a EEUU de tú a tú al igual que a China que no es tan amiga de Rusia, extendida en Siberia sobre territorios chinos en el XIX con los “Tratados desiguales”.

La UE y España somos atlánticos y mediterráneos a la vez. Por lo primero con frontera en el Este. Por lo segundo con un Magreb en el que la mayor cercanía de Marruecos modela, no siempre a nuestro gusto, la relación. Somos alguien, pero hay que mejorar.

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