Vladímir Putin ha afianzado su poder, que si ya era mucho, ahora se ha visto consolidado no sólo en la inmensa Federación de Rusia sino también en el resto del mundo, porque guste o no, será de ahora en adelante una personalidad determinante en el devenir de ese mundo.
Su arrolladora victoria a la putinesca, es decir eliminando civil y/o físicamente a cualquier adversario que pudiera hacerle sombra, no empece la realidad incontestable de que es el líder indiscutido de la que sigue siendo aún la segunda potencia nuclear del mundo. Al eliminar cualquier atisbo de contestación -prepárense los opositores de dentro o residentes en el extranjero para una represión brutal-, sus decisiones serán inapelables y obedecidas sin objeción alguna. Desde luego, su arrolladora victoria electoral no cumple en absoluto los parámetros de una democracia digna de tal nombre, pero tanto en la propia Rusia como en el espacio de sus principales aliados, China, Corea del Norte e Irán, esa reafirmación de poder absoluto será contemplada con admiración y ejemplo a seguir.
Por supuesto, Putin considera que la inmensa mayoría de sus súbditos (la palabra está puesta a propósito) le ha otorgado manos libres para conducir la guerra en Ucrania como le parezca. Y, desde luego, al inquilino, o más bien propietario, del Kremlin no se le pasa por la cabeza una derrota. Probablemente habrá de proceder a una nuevo reclutamiento y movilización masivos, además de mantener un esfuerzo económico descomunal para continuar la guerra. Decisiones que en una verdadera democracia acabarían con la carrera política de quién las propusiera, pero que en una dictadura férrea no tienen más problema que el de acentuar la represión sin pararse en barras y caiga quién caiga, entre quienes se atrevan a protestar, claro está.
Putin, que más que a Stalin, prefiere a Pedro I El Grande como modelo, está dispuesto a consolidar sus posiciones en Ucrania, en cuya tierra conquistada ha obligado también a que votaran sus habitantes, avanzar hasta conseguir la rendición de Kiev, y quizá sentarse entonces a una mesa de negociaciones en las que sus exigencias harán que tiemblen países que hoy están bajo el paraguas de la OTAN y de la Unión Europea, pero que Putin reivindica como satélites que fueron obligados a salirse de la órbita de Moscú.
El presidente ruso fortalecerá aún más “la asociación sin límites” que suscribiera con su homólogo chino, Xi Jinping, antes de la invasión de Ucrania. Una alineación que por fin ha puesto en alerta a Europa y a la OTAN. El secretario general de esta última, Jens Stoltenberg, reconocía en el último informe que “Pekín no comparte nuestros valores y por el contrario desafía nuestros intereses”. No son, pues, nada casuales los diferentes pronunciamientos de los últimos días, desde la sugerencia del francés Emmanuel Macron de que no habría que descartar el envío de soldados a Ucrania, hasta el de la ministra de Defensa de España, Margarita Robles, alertando de que los españoles deberíamos estar seriamente preocupados por estar al alcance de los misiles rusos.
Aunque las sanciones internacionales están haciendo mella en la economía rusa, especialmente en las regiones más alejadas de Moscú, es evidente que Putin ha maniobrado para desviar sus principales productos fuentes de sus ingresos tanto hacia Asia, China e India especialmente, como para establecer acuerdos con el llamado Sur Global, ese heterogéneo conglomerado de países que ve con simpatía el deseo chino-ruso de un orden mundial alternativo al diseñado tras la Segunda Guerra Mundial. Son los que contestan el predominio de Estados Unidos, y aspiran a que el hecho de que Occidente tache a muchos de ellos de Estados autoritarios y represivos, ello no sea obstáculo para que se les reconozca su lugar en el concierto internacional con todos los honores y consideración
Para el próximo octubre, Putin recibirá en Kazán a los líderes de los BRICS, esa alianza que, además de los originarios Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, incluye desde este mismo año también a Irán, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía y Egipto. Países tanto más importantes cuanto que participan directa o indirectamente en la actual guerra de Gaza, conflicto en el que no todos los implicados prefieren que no se desborde, pero cuya realidad afecta crudamente a los intereses de todo el mundo, como lo prueba el desvío de gran parte del tráfico marítimo que pasa habitualmente por el Mar Rojo.
Putin no se cansa de repetir que “ningún orden internacional duradero es posible sin una Rusia fuerte y soberana”. Él mismo, resentido con el trato que los grandes del G-7 le dispensaron cuando apenas acababa de suceder a Boris Yeltsin, está dispuesto a ser protagonista principal de lo que suceda en el planeta. Convendría tomarse sus amenazas en serio y prepararse para un choque que cada vez parece más inevitable, entre el orden que a pesar de todo aún propugna Occidente, y el suyo.