Con casi 220 millones de habitantes y perspectiva de doblarlos en dos décadas, Nigeria es el país más poblado de África, el de mayor proyección económica en pugna con Sudáfrica y asimismo el centro de gravitación geopolítica del golfo de Guinea. Es también el mayor productor de petróleo del continente y al que se auguraba un esplendoroso futuro agrícola, tanto que se le entronizaba como despensa alimentaria de al menos una decena de países de su entorno.
Tan halagüeñas perspectivas presentan ahora muchos puntos débiles que no sólo pueden reducir considerablemente el cuadro macroeconómico nigeriano sino también convertirse en el epicentro de un estallido geopolítico de gran intensidad.
Este pasado domingo se produjo un nuevo atentado contra la comunidad cristiana. En plena celebración de la Misa de Pentecostés en la iglesia de San Francisco de Owo, estado de Ondo, un comando de pistoleros ametralló indiscriminadamente a los feligreses, detonó granadas de mano y se llevó secuestrado al sacerdote celebrante. Medio centenar de católicos asesinados más en un país en el que los ataques a personas e instalaciones regidas por misioneros demuestran una cristianofobia creciente y preocupante.
Conviene, sin embargo, no caer en la simplificación de una lucha interreligiosa como exclusiva causa de la tensión, en un país que tiene prácticamente la misma proporción de cristianos que de musulmanes, un 46%, quedando el 8% restante repartido entre las religiones animistas autóctonas. Se juntan, además, muchos factores que están poniendo el magma nigeriano a punto de ebullición.
Lo distintivo de esta última matanza es que se haya realizado en Ondo, un estado del sur del país, que hasta ahora no estaba en el punto de mira de la violencia yihadista, concentrada casi exclusivamente en los estados del norte de Nigeria, especialmente en los de Zamfara, Níger, Kaduna, Sokoto, Kebbi, Borno y Yobe. De todos los grupos yihadistas que operan, el hegemónico era Boko Haram, que había reconocido someterse a la autoridad del Daesh. A éste no le gustó el intento del líder de Boko Haram, Abubakar Sheaku, de convertir su franquicia en plenamente autónoma, lo que desencadenó una lucha por el poder. Sheaku murió en 2021 y gran parte de los militantes de Boko Haram se han pasado a las filas del Estado Islámico de África Occidental, la rama del Daesh que ya extiende sus tentáculos hasta Camerún y a países de la franja del Sahel como Níger y Chad.
Sin desmentir la creciente cristianofobia, aseguran los religiosos destacados en las misiones que el odio interreligioso es utilizado como una herramienta más, pero de gran calado sentimental, en una lucha por el poder y el control de la zona, en la que cada vez copa más espacio el crimen organizado, merced a su dominio en el muy boyante y desgraciado tráfico de personas, de drogas, armas y prostitución.
El determinante factor del cambio climático
Por si fuera poco, el factor del cambio climático ha irrumpido con una fuerza inusitada en este escenario. Las persistentes sequías, la ostensible merma de lluvias y aporte de agua y las cada vez más frecuentes y gigantescas tormentas de arena, están aumentando de manera considerable la erosión de los campos y la consiguiente falta de productividad de sus suelos. Este factor es particularmente decisivo en los enfrentamientos entre musulmanes y cristianos: aquellos, masivamente dedicados a la ganadería; éstos, a la agricultura. La pérdida de pastos en el norte a causa de la desertificación empuja a los “fulani” (pastores) a la búsqueda de terrenos más fértiles para sus animales, y al inevitable choque cuando se invaden tierras que tienen dueños, mayoritariamente cristianos.
Aumentan los testimonios de residentes que denuncian la ausencia del poder del Estado nigeriano en muchas y extensas zonas del país, de modo que el crimen organizado, de una parte, y el puro bandolerismo, de otra, están convirtiendo a la prometedora Nigeria en un grave escenario y foco de inseguridad.
El país quiso ser un laboratorio de convivencia interétnica e interreligiosa que sirviera de modelo para el continente. A la vista de los hechos, parece que no solo está muy lejos de conseguirlo sino que también más cerca de un estallido mayor. Sobre el papel, no dejaba de ser una novedad que en el país coexistieran cuatro fuentes de derecho diferentes: la ley inglesa, el derecho común, el derecho consuetudinario y la ley islámica, esta última incluso con tribunales propios en aplicación de la Sharía.
Veinte años ya de vigencia de esta última ofrecen el desalentador balance de una grave fractura entre comunidades, a la vez que ha disparado la red clientelar islámica, ostensiblemente más radicalizada y partidaria por tanto del sometimiento puro y simple de los cristianos a su dictado. O sea, de despojarles de sus propiedades, de grado o por la fuerza, tras culpabilizarles de los males presentes o futuros que pueda sufrir la comunidad islámica dominante, pórtico bajo el que se justifiquen los asaltos, quema y destrucción de templos, secuestros y asesinatos de sus rivales cristianos.