Había mucho en juego. Moldavia se jugaba su destino, en palabras de su presidente, la muy europeísta Maia Sandu; la Unión Europea, su prestigio, demostrar su atractivo y su determinación en la defensa de su modelo político, económico y social, y la Rusia de Putin, su no menor determinación en recuperar los jirones de su antiguo imperio soviético.
Que haya ganado tan solo por unas décimas (50,3 %) el voto afirmativo a que Moldavia inscribiera en su Constitución su voluntad de formar parte de la UE demuestra la absoluta división del país.
Cuando se juega contra el presidente Vladímir Putin, de poco valen los argumentos de que gran parte de los votos negativos, o sea prorrusos, han sido comprados con dinero contante y sonante, “dinero sucio, desinformación y mentiras”, en palabras de Sandu.
Putin juega con todos los medios posibles, legales o ilegales, porque al fin y al cabo su objetivo final en Moldavia es que no se convierta en un símbolo más a favor de la UE -y de Ucrania- en la guerra europea que Rusia libra contra Occidente.
Todas las encuestas previas al referéndum anticipaban un holgado triunfo a la opción europeísta. Bruselas se había volcado con este pequeño y pobrísimo país de 2,6 millones de habitantes y 1,2 millones en su diáspora, buscándose la vida en Italia, Francia y España principalmente.
Además de haber acordado un paquete de ayudas por valor de 1.800 millones de euros en los próximos tres años, para mejora de sus muy deterioradas infraestructuras, Josep Borrell había sido muy contundente en la denuncia de las injerencias rusas en el proceso electoral. Acusaciones corroboradas por una institución observadora de la jornada electoral, Promo LEX, al señalar que “varios grupos de votantes habían acudido a las urnas bajo pago de dinero a cambio de su apoyo a algunos de los candidatos en liza”. Fuentes conjuntas del diario Le Monde y la agencia AFP citan que “la policía había procedido a 350 investigaciones y a centenares de detenciones en los últimos meses, bajo la acusación de intentar perturbar el proceso electoral por cuenta de Moscú.
“Un sistema sin precedentes de compra de votos que podría haber tentado hasta una cuarta parte del censo electoral”. El coste de todo ello habría supuesto [para Moscú] alrededor de cien millones de dólares, según calcula el grupo de reflexión WatchDog, citado asimismo por estos medios.
Es evidente que, entre tales candidatos de simpatías prorrusas, no estaba Maia Sandu, que a pesar de haberse situado ampliamente en cabeza en la primera vuelta de los comicios presidenciales, no tiene en absoluto nada claro que pueda vencer en la segunda y definitiva del próximo 3 de noviembre al exfiscal general Alexander Stoianoglo, del Partido de los Socialistas, que sería así el candidato de Putin. Si éste se impusiera finalmente, el proyecto europeo de Moldavia quedaría seguramente estancado, al menos hasta las elecciones generales de 2025. De aquí a entonces es evidente que se recrudecerá el antagonismo entre los europeístas y los prorrusos. Estos últimos ya están bien asentados en las regiones separatistas de Transnistria y Gagauzia, con las que Moscú ha hecho una operación semejante a la realizada en Georgia con las regiones autónomas de Abjasia y Osetia del Sur, convertidas en repúblicas autónomas sostenidas por Rusia contra Tiflis, y no muy distintas de las llevadas a cabo con las ucranias de Donetsk y Lugansk.
La UE no puede soltar a Moldavia, como tampoco a Ucrania. Sería la antesala de su estallido y colmaría las indisimuladas ambiciones de Putin de lograr, con casi un siglo de retraso, la ambición del georgiano Iosif Vissariónovich Dzhugasvihli, más conocido como Stalin.
FOTO: La presidenta de Moldavia y candidata del Partido de Acción y Solidaridad (PAS), Maia Sandu, se prepara para depositar su voto en las elecciones presidenciales y el referéndum sobre la adhesión a la Unión Europea, en un colegio electoral de Chisinau el 20 de octubre de 2024 | Daniel MIHAILESCU/AFP