El Papa Francisco acaba de regresar a Roma desde el corazón del continente africano, donde realizó una breve gira por dos países (que no suelen estar en la hoja de ruta de la mayoría de los dirigentes del mundo) a principios de este mes. Allí emocionó a las muchedumbres que congregó, con mensajes llenos de esperanza y de fuerza, y también logró tocar nuestros corazones con unas palabras valientes, que retumbaron tanto en los medios de comunicación occidentales como ante fieles y curiosos en Kinshasa y Yuba.
El máximo representante de la iglesia católica lanzó elocuentes discursos en los que criticó el colonialismo económico y reclamó la independencia y el respeto para África y sus habitantes. “Dejen de asfixiar a África”, ordenó. “África no es una mina que explotar ni una tierra que saquear”. Unas palabras firmes, necesarias y con las que no dudo en solidarizarme de todo corazón.
Repasando las declaraciones del Pontífice, que he seguido con enorme interés desde aquí, me pareció especialmente significativo que el Papa hiciera pública su negativa a resignarse al baño de sangre en la República Democrática del Congo, donde la “guerra mundial africana” se desarrolla desde hace décadas, sin que ninguno de los mandatarios ni las organizaciones que demuestran tanto fervor ante otras guerras muevan un dedo para detener la sangría constante. También me satisfizo que criticara, sin pelos en la lengua, los beneficios extraordinarios que el mundo obtiene de los enfrentamientos armados entre ciudadanos de Sudán del Sur. Finalmente, no puedo por más que declararme en total acuerdo con su reclamación de que África tenga más peso y representación entre las naciones. Como él, deseo que se hable más de ella y, sobre todo, que el continente y sus ciudadanos hablen más y más fuerte.
El Papa Francisco ensalzó al Congo como un diamante de la creación, señalando a continuación que cualquier congoleño es infinitamente más valioso que cualquier recurso que pueda brotar del fértil suelo sobre el que camina. Expresó su deseo de abrazarlos, recordarles su valor, mostrarles su confianza. No evitó el recuerdo de un pasado traumático, que se remonta a la trata y el colonialismo, pero habló de futuro. Afirmó que la educación es fundamental y proclamó el deber de contar con oportunidades educativas sólidas en esa tierra, denunció la explotación de los niños y afirmó que se necesitan modelos sanitarios y sociales que contribuyan al desarrollo.
Estos mensajes se repitieron en Sudán del Sur, el país más joven del continente africano, donde se quejó de los sinsabores creados por las luchas de poder, invitó a las autoridades a retomar el acuerdo de paz firmado en 2018 y denunció el envío de armas de los países “civilizados”, al tiempo que quiso promover el diálogo y el encuentro. En ambos casos, el Papa afirmó que deseaba sembrar semillas de paz, amor y justicia.
Los discursos del Pontífice me conmovieron. Me parecen necesarias voces como la suya, que acompañen a quienes sufren y que se pongan del lado de la justicia y la verdad. Necesitamos autoridades políticas y morales, como él mismo, que sean capaces de promover la concordia y la humanidad en nuestras relaciones internacionales.
Del viaje del Papa me quedo, además de con sus palabras, con el fervor que prendió entre personas que se consideran los abandonados del mundo. Más de un millón de seres humanos lo recibió cuando aterrizó en Kinshasa y tuvo a gala mostrar su cercanía en la homilía congoleña que presidió, en francés y lingala, incluyendo oraciones en otras lenguas del país. Después de todo, África es el continente donde más crece el catolicismo e, igual que se imagina que en ese continente se sitúa el futuro de la enseñanza del español, la francofonía o la lusofonía, se sabe que tiene la llave del futuro de esta religión. O, vista la enorme espiritualidad de africanas y africanos, la llave de cualquier religión que nos venga a la mente.
Considero que no se le dio la suficiente cobertura a un viaje que coincide con una proliferación de viajes oficiales extranjeros al continente. Autoridades de China, Estados Unidos y Rusia ya pasaron por él y pronto aterrizará allí el presidente Emmanuel Macron, de Francia. Sin ir más lejos y como ya explicaba la semana pasada, nuestros reyes también han realizado su primera visita oficial a África subsahariana estos días, en Angola, trabajando por un acercamiento cultural, económico y político entre nuestros países.
No quiero dejar pasar la ocasión, al hilo del viaje papal a África, de hablarles de una iniciativa que llevamos años nutriendo y mimando en Casa África: el proyecto Memoria. Se trata de una página web en la que recogemos los testimonios de españoles que han dedicado gran parte de su vida al continente africano. Entre ellos, hay muchos cooperantes y misioneros y, entre los últimos, muchas personas que deciden dejar a un lado el proselitismo o los debates sobre la fe para remangarse y ayudar, aprendiendo las lenguas locales, comiendo con sus feligreses y haciendo vida con ellos. Personas que pasan décadas en aldeas diminutas de Mali o Sudán, manteniendo en pie dispensarios, implicados en proyectos educativos, documentando los saberes de la zona.
Entre esas personas figura la persona cuya foto ilustra este artículo: la hermana Amparo Morrondo. Es una palenciana ya jubilada, de corazón navarro, a la que entrevistamos en donde trabaja, una maternidad en el barrio de Abobo, en Abiyán (Costa de Marfil), donde es la encargada de seguir los casos de sida y evitar que la enfermedad pase de madres a hijos. Nos decía que era feliz porque, tras años dando clases de francés o costura o viendo morir de hambre a niños en centros nutricionales, trabajaba con mujeres y sentía que era útil. Nos habló de su experiencia africana, que incluye golpes de estado, hambrunas y guerras, pero también mucho amor y mucha alegría. Sus imágenes y su vídeo figuran en la página web del proyecto Memoria que acabo de mencionar y en nuestro canal de Youtube. En este momento, me alegra enormemente comunicarles que la iniciativa ya cuenta con 55 historias en su haber y que sigue creciendo.
Mis palabras finales en este artículo, de puro agradecimiento, se dedican a esos cooperantes y misioneros que, muchas veces, nos dicen que quieren morirse en tierra africana y acabar enterrados entre las personas con las que comparten su vida. A ellos y al papa Francisco desearía hacerles llegar mi respeto y el deseo de que sigan contribuyendo al desarrollo africano a su manera.
En un momento en que los ojos del mundo se fijan en Turquía y Siria, azotadas ambas por un terremoto de proporciones absolutamente terribles, que nos deja sobrecogidos, cuando las guerras proliferan y debo escribir de cosas dolorosas muchas veces, me satisface poder dedicar unas líneas a mensajes de esperanza y amor, que intentan calar a pesar de los pesares. Como el papa Francisco, me gustaría cerrar este texto hablando de futuro, con fe también, en que sea mucho más justo y resplandeciente para nuestros vecinos africanos y, por tanto, para todos nosotros.