Nuestro admirado José Naranjo informaba este lunes, desde Dakar, que el candidato opositor Bassirou Diomaye Faye ha ganado las elecciones del pasado domingo en Senegal. También nos contaba que Faye va a ser el presidente más joven en dirigir el país, recién cumplidos los 44 años, y que deviene el quinto mandatario de la historia senegalesa tras otros cuatro hombres: Léopold Sédar Senghor, Abdou Diouf, Abdoulaye Wade y Macky Sall. Vencía precisamente al candidato de Sall, Amadou Ba, que no esperó a la proclamación oficial de los resultados del recuento de votos para felicitarle. Se da la circunstancia, además, de que Faye salió de prisión el pasado 14 de marzo, gracias a una amnistía de Sall, y que es la mano derecha y el sustituto de Ousmane Sonko, líder del PASTEF (Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad) y probablemente el político más popular del país. Sonko estaba inhabilitado para presentarse a las elecciones tras una serie de reveses judiciales y políticos. Los comicios registraron una participación superior al 62%, según las cifras que publicaba Naranjo. Previstos inicialmente para el 25 de febrero, se suspendieron el pasado 3 de febrero y el Consejo Constitucional forzó al presidente saliente a celebrarlos antes del 2 de abril, fecha en la que expira su mandato.
Sonko y Faye han pasado por la cárcel, al igual que centenares de opositores que han protagonizado virulentas protestas durante los tres últimos años, marcados por una enorme violencia y con un resultado de varios muertos. La campaña electoral se tintó de drama cuando se ilegalizó al partido que ahora llega al poder y se sucedieron procesos judiciales controvertidos que hacían temer lo peor. Las tensiones han sido constantes en los últimos meses y es normal que muchos analistas temieran un escenario similar al que se ha reproducido en otros países de África occidental en la víspera de los comicios electorales. La región donde se inserta Senegal conoce un crecimiento de la contestación a los sistemas democráticos y países como la República de Guinea, Mali, Burkina Faso y Níger tienen a juntas militares al frente. Tras la victoria del PASTEF, muchos observadores quisieron comparar a Senegal con estos países, reseñando la tradicional estabilidad del primero y criticando la opción golpista para solucionar crisis políticas.
Se ha hablado largo y tendido en estos días de la supuesta excepción senegalesa. Sin embargo, la académica senegalesa Rama Salla Dieng acertaba a decir, en estos días, en redes sociales que dicha excepción ya no existe si cada periodo preelectoral va acompañado de agitación y riesgo de turbulencias, como sucedió en 2012 y como ha sucedido ahora. El pueblo senegalés se muestra, indudable y justamente, orgulloso por haber salido de un atolladero político pacíficamente y con un resultado que considera justo. Imaginan un cambio y se llenan de esperanzas, poniendo su fe en un movimiento político que se declara antiimperialista y panafricano, motivo por el que algunos lo consideran prácticamente antisistema. Ya han anunciado prioridades sociales, como la lucha contra la carestía de la vida o la corrupción. Naranjo nos contaba esta semana que entre las medidas anunciadas figuran la disminución de los poderes asignados al presidente de la República, una reforma profunda del código penal, una modernización de la administración pública y un cambio de moneda, dejando atrás el franco CFA. Intenciones que conviven con el refuerzo anunciado de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao). Es importante señalar que se trata de una institución zarandeada por los cambios políticos, sociales y económicos en su región, que parece necesitar nuevas visiones y proyectos de futuro, más diálogo y una refundada cohesión. Recordemos que Níger, Burkina Faso y Mali ya abandonaron este club, creando su propia alianza y anunciando también la probabilidad de acuñar su propia moneda.
Usted me preguntará, con toda la razón del mundo, por qué debe interesarle lo que pasa en Senegal. Y creo que podría darle muchas respuestas fundamentadas.
En primer lugar, porque el triunfo de las urnas y la preservación de la democracia en Senegal ha sido cosa de un pueblo que ha peleado por una transición pacífica y un cambio en la calle, en las redes sociales y de todas las maneras posibles, con resolución y argumentos.
La diáspora senegalesa es la segunda más grande en España procedente de un país africano y la primera del sur del Sáhara. En Canarias, los senegaleses son parte de nuestro paisanaje desde hace años, como lo demuestra la existencia de vecinos de nuestras islas, en las que han arraigado y contribuyen a nuestras comunidades. Desgraciadamente, en los últimos tiempos y debido a la crisis política en el país, recibimos a más personas senegalesas, que llegan a bordo de los cayucos con los que cruzan el océano hasta nosotros para buscar un futuro mejor. En Casa África, Senegal está muy presente: Cheikh Anta Diop, Fatou Diome, Felwine Sarr, Ken Bugul, Boubacar Boris Diop, los hispanistas Antoinette Badji y Jean Marie Ngom, Lylian Kesteloot, Thimbo Samb, nuestros añorados Saliou Traoré y Amadou Ndoye, Germaine Acogny, Souleymane Bachir Diagne, Cheikh Hamidou Kane, Sitapha Savané, los hermanos Thioune, Astou Ndour… la lista es enorme. Ahora mismo exponemos un proyecto fotográfico de denuncia de la violencia de género, El grito interior, comisariado por el senegalés Mamadou Gomis y en el que también participan artistas senegaleses. De inmediato convocaremos la tercera edición de nuestro curso de wolof con otra amiga de la casa, Soda Diakhate. Senegal está muy presente en nuestras islas, nuestro país y el trabajo de la institución a la que represento y por eso debe interesarnos lo que les pasa, cómo avanza el país, cómo demuestran que no son seres pasivos ni desvalidos que necesitan nuestra protección y guía, cómo escriben su propia historia.
Más allá de nuestras relaciones estrechas con Senegal y los senegaleses, también nos interesa que los ciudadanos de ese país encuentren motivos para no lanzarse al mar en una travesía, muchas veces, suicida. Expertos, como el historiador Dagauh Komenan, auguran que la esperanza es una razón de peso para aferrarse a la tierra, proyectarse en ella e imaginar un futuro mejor construido en el propio país. Vidas que no se pierden en el mar y esperanza son imágenes poderosas que me emocionan. Una emoción que espero que compartan conmigo.
Otro periodista al que admiro, Jaume Portell, que en estos días está precisamente en Casamance, nos conmina a no quedarnos en las pequeñas historias optimistas o los detalles y a fijarnos en el entramado político y económico del que todos formamos parte. Portell nos recuerda que tenemos que ser conscientes de nuestra responsabilidad en nuestro vecindario y profundizar en las causas y las raíces de las situaciones que viven nuestros vecinos. Espero que el nuevo gobierno senegalés y sus socios a nivel internacional seamos capaces de identificar esas raíces, hacer un buen diagnóstico de la realidad e implementar las políticas necesarias para atacarlas.
Finalmente, quisiera reiterar mi fe en el pueblo senegalés. Soy dolorosamente consciente de los problemas a los que se enfrenta, con la crisis socioeconómica que nos castiga a todos, la inflación, el paro, la pobreza y una confianza en las instituciones democráticas que tiene que afianzarse con transparencia y más participación ciudadana. La proverbial estabilidad senegalesa ha estado a punto de zozobrar en varias ocasiones, demostrando que, ni aquí ni allí podemos dar nada por sentado y que hay trabajo que hacer. Recordemos, además, que Senegal alberga el conflicto de Casamance, tierra de la que es originario Sonko y que busca una solución política. La migración, finalmente, ha drenado de cerebros y brazos un país que necesita su capital humano para crecer. Los desafíos son múltiples, pero también, espero, las ganas y los recursos, la imaginación y, sobre todo, nuestro apoyo. Valga como ejemplo de colaboraciones futuras el convenio bilateral hispano-senegalés de lucha contra la sequía y la desertificación suscrito hace unos meses.