El pasado mes de marzo, la Armada francesa interceptó un barco en el Golfo de Guinea con casi 11 toneladas de cocaína, por un valor de 755 millones de dólares, la incautación más importante de esta droga que nunca se ha realizado en África occidental. Este mismo lunes, agencias de noticias se hacían eco de la incautación en el noreste de Senegal, en la zona fronteriza con Mali, de otro cargamento de 1.000 kilos a bordo de un camión, otro récord para la gendarmería del país.
Que un solo barco transporte casi 11 toneladas de esta droga y que pocos días después aparezca otra incautación de una tonelada por vía terrestre nos dice muchas cosas, pero la principal es constatar la enorme importancia de la ruta de África occidental para el tráfico de cocaína en el mundo. Los traficantes que traen la droga de América Latina introducen la mercancía por avión o barco en países de África occidental (como Guinea-Bissau, por ejemplo, país con una geografía llena de islotes repleta de recovecos en su costa), y posteriormente la envían por tierra al continente europeo aprovechando la inmensidad y ausencia de control militar y policial en el Sahel, en connivencia y colaboración directa, en casos conocidos, con grupos armados yihadistas.
En su obra “Los grupos armados del Sahel”, libro editado en la colección de ensayo de Casa África, la periodista y académica Beatriz Mesa nos presenta un escenario inquietante, en lo que ella llama la ‘institucionalización de la economía criminal en Mali’.
Este país, nos cuenta, constituye un ejemplo perfecto de lo que ya es una problemática global. Con sus fronteras porosas y su vasta geografía, Mali se ha convertido en un ejemplo paradigmático del auge de los negocios depredadores que amenazan con desestabilizar no solo las economías nacionales sino, potencialmente, la paz mundial.
“Los observadores creen que lo que podría provocar una nueva guerra mundial son las redes internacionales de crimen organizado en caso de que consigan afianzarse en el mercado internacional hasta conseguir desestabilizar las economías nacionales”. Esta afirmación, extraída del libro de Mesa, resuena con especial fuerza cuando se considera el contexto de nuestro entorno africano, el que, como les conté la semana pasada, el Departamento de Seguridad Nacional considera abiertamente una de las principales amenazas para nuestro país.
La región se ha convertido en un nodo crítico para el tráfico de drogas, con la costa occidental como puerta atlántica de la cocaína procedente de América Latina y Mali como la puerta del desierto que facilita su llegada a Europa. Casi el 25% de la cocaína exportada a Europa por traficantes sudamericanos pasa por esa zona, transitando por la llamada autopista A-10 que une África con América a lo largo del paralelo 10.
Mali destaca en este panorama por ser el único Estado de la vertiente atlántica (aunque sin acceso al mar) que, por el momento, ha perdido el control del narcotráfico. Los grupos armados del norte de Mali dependen financiera y logísticamente de este negocio, lo que ha llevado a esa progresiva institucionalización de la violencia y la economía criminal estudiada por esta periodista y académica española que tuvimos el placer de escuchar en Casa África hace tan solo dos semanas.
El impacto de ese negocio criminal ha modificado muchísimas cosas, puesto que debemos recordar que la cocaína es tan o más rentable que el propio oro. Grupos nómadas, por ejemplo, han encontrado su principal modo de vida sustentando estos tráficos: la economía tradicional ha dado paso a una economía informal y criminal, donde el contrabando y el narcotráfico se han convertido en sus fuentes de ingresos prioritarias, especialmente en zonas afectadas por la sequía o de bajo rendimiento agrícola.
Y no solo es cocaína, sino que este fenómeno incluye también el tráfico de gasolina y, en el norte, de productos subvencionados por el gobierno argelino, como leche, cereales, azúcar y harina. Como concluye la autora, en un libro que insisto en recomendar encarecidamente y obra de referencia para los estudiosos de la región, el norte de Mali ha evolucionado de ser un territorio nómada a un espacio que acoge a fugitivos, insurgentes políticos y operadores criminales, tanto del interior como del exterior.
Esta visión sobre lo que realmente está pasando en el terreno, más allá de pensar en los yihadistas como fundamentalistas religiosos, nos recuerda que la amenaza del Sahel para España no debe ser vista únicamente como una amenaza terrorista, sino como parte de una economía criminal que se ha arraigado profundamente en la región y, por las dinámicas económicas que ella misma genera, acaba controlando.
A la vista de la importancia de este fenómeno, me surge una reflexión alrededor de la retirada de las misiones militares europeas del Sahel, una respuesta comprensible a la expulsión o retirada de nuestro aliado francés de algunos países y todo este sentimiento antifrancés y antioccidental que emanaba de los recientes golpes de Estado en Mali, Níger y Burkina Faso.
Creo que la intersección entre la economía criminal y el yihadismo subraya la importancia de mantener un diálogo activo con estos países, con los que de alguna manera tenemos que seguir tendiendo puentes, ayudándoles a hacer frente a algo que se está demostrando que solos (o con los rusos) no pueden combatir con éxito. Aunque las operaciones militares europeas se hayan reducido y tensado las relaciones, debemos seguir comprometidos en la búsqueda de soluciones diplomáticas y estratégicas, seguir cooperando, para abordar los desafíos de seguridad en el Sahel.
Muchos coincidirán conmigo que a la vista está que los resultados hasta la fecha han sido, siendo generoso, malos, porque las misiones europeas no han conseguido solventar los desafíos securitarios planteados por los yihadistas. Y que si las cosas siguen así corremos el grave peligro de que el Sahel, en términos geopolíticos, se acabe convirtiendo “en un teatro de segunda confrontación” de los grandes enfrentamientos globales (Rusia-China contra los países occidentales), como advirtió en Casa África hace un par de años la aún hoy representante especial de la UE en el Sahel, Emmanuela del Re.
Ante ello, en un escenario cada vez más violento, complejo y con la economía criminal de la que les he hablado jugando cada vez un papel más importante, debemos reflexionar sobre qué podemos hacer desde España y la Unión Europea para recuperar la confianza de y con los países del Sahel.
Es fácil sugerir soluciones por escrito, pero no dejan de ser habladuría si no se dan pasos decididos: primar la perspectiva del desarrollo, apoyar la transformación industrial, empujar la economía, crear empleo y dar oportunidades a los jóvenes. Pero para ni siquiera empezar a trabajar en eso, lo que ahora es importante y fundamental es que reforcemos el contacto ya existente, seamos empáticos y establezcamos un diálogo conjunto sobre las posibles soluciones para la región y qué papel podemos jugar en ellas.
La estabilidad y seguridad del Sahel son fundamentales para millones de personas de nuestro vecindario próximo que, ahora mismo, son muy vulnerables y están expuestas a un enorme sufrimiento. Pero, además, están intrínsecamente ligadas a nuestras propias estabilidad y seguridad. Por ambos motivos, debemos seguir comprometidos en la construcción de relaciones sólidas y duraderas, que nos beneficien a todos.