El relato que reciben de los acontecimientos que ocurren en Oriente Medio los lleva a alinearse moralmente de manera instantánea con sus hermanos de religión. En la inmensa mayor parte de ese universo, desde el Atlántico hasta el Índico, se recibió con enorme simpatía e incluso júbilo desbordado la matanza realizada por los terroristas de Hamás el 7 de octubre de 2023, que constituyera la mayor tragedia colectiva del pueblo judío en un solo ataque desde el Holocausto.
Entre esos muchos cientos de millones de musulmanes, “bombardeados” a diario por grandes cantidades de información y de imágenes conmovedoras, resurgen sentimientos, memorias y emociones, que concentran en el Israel actual las narraciones orales y leyendas de los tiempos en que estuvieron sometidas colonialmente a potencias agrupadas en sus mentes, de manera genérica, como “Occidente”. Concentran, pues, ahora en Israel el odio y el espíritu de revancha que acumularon sus antepasados, renovados ahora y aún más exaltadamente si cabe.
Es mucho menos comprensible, sin embargo, que el odio antisemita se esté extendiendo y creciendo exponencialmente en ese Occidente, cuyos valores esenciales de libertad, igualdad y democracia liberal encarna Israel.
Una izquierda de indudables pulsiones totalitarias está imponiendo un relato en el que, de la siempre sospechosa equidistancia, se está pasando sin solución de continuidad a la culpabilización de Israel como el desencadenante tanto de una guerra regional en Oriente Medio, como de su posible propagación y dramáticas consecuencias a todo el orbe.
Prácticamente desde el día siguiente a la masacre y masiva toma de rehenes israelíes por parte de Hamás, ha podido constatarse un empeño sostenido en difuminar, cuando no eliminar del relato, que fueron los 1.200 hombres, mujeres y ancianos asesinados; los 3.300 heridos y los 250 secuestrados la espoleta que activó la represalia israelí, cuyo Gobierno se fijó como objetivo cercenar por completo las capacidades de Hamás y de Hezbolá para amenazar y hostigar sin descanso a las poblaciones del otro lado de las fronteras con Israel.
A lo largo de los primeros meses de este año transcurrido desde aquel trágico 7 de octubre, pudieron observarse intentos deliberados de presentar a Hamás y a Hezbolá como organizaciones autónomas de su amo y valedor: el régimen teocrático de Irán.
La envergadura y profundidad de las operaciones de la inteligencia y las Fuerzas Armadas israelíes suscitaron pronto, en Estados Unidos y en Europa, los llamamientos a “la contención” de Israel, a cuyos ataques no tardarían mucho tiempo en calificar de “desproporcionados”, “despiadados”, “criminales”, “nazis” y ya puestos a subir el diapasón, “genocidas”.
En esa escalada dialéctica se incluyen, por supuesto, la práctica totalidad de la extrema izquierda europea, y, naturalmente, la española, no pocos socialistas muy escorados a babor, algunos políticos de centro derecha más proclives a lo emocional que al análisis racional, y una cantidad ingente de una intelectualidad que dejó hace ya mucho tiempo de servir de faro y guía de pensamiento de las masas.
El guía supremo de la Revolución iraní, el ayatolá Alí Jamenei, se ha encargado este pasado viernes de renovar su designio de borrar del mapa a Israel. “No le queda mucho tiempo”, dijo mientras dirigía solemnemente la oración con un fusil ametrallador al alcance de su mano. Muy debilitadas por la contraofensiva israelí, las organizaciones satélites de Irán en Gaza, Siria, Líbano, Irak o Yemen, al régimen iraní solo le queda ya enfrentarse directamente a Israel, que además de su determinación, tiene como principal as el respaldo y sostén de la superpotencia norteamericana, “haga lo que haga”, según un Joe Biden en los umbrales de un merecido descanso.
Voces como la del ahora muy menguado presidente francés, Emmanuel Macron, abogan por cortar el suministro de armas a Israel. Podría ser solo un gesto hacia la extrema izquierda de La Francia Insumisa (LFI), a la que ha ninguneado al formar un Gobierno de perdedores de las elecciones que convocara, a la manera sanchista, inmediatamente después de su estrepitosa derrota en las europeas. Pero, Macron, al igual que los que le sigan en esa demanda, deberán considerar que la guerra en Oriente Medio ya ha desbordado el mero conflicto israelo-palestino.
Lo que ahora está en juego es el nuevo orden en la región, y que al final de la disputa solo puede tener un vencedor: o gana la teocracia islámica y totalitaria iraní o se impone un nuevo mapa en el que prevalezcan la coexistencia y la cooperación. En el primer caso, sería admitir la desaparición de Israel, “del río hasta el mar” tal y como preconizan y prometen sus enemigos y alguna que otra indocumentada vicepresidenta. En el segundo, además de reconocer su derecho a existir, se facilitaría la reactivación de los Acuerdos de Abraham. La incuestionable prosperidad que su instauración había espoleado en los países árabes que los suscribieron era demasiado provocadora para regímenes que abominan de la libertad y la igualdad democráticas. Por eso, el Irán teocrático ordenó la operación terrorista de Hamás, al igual que el bombardeo sistemático de Hezbolá a la franja norte de Israel.
Un año después de aquella insólita operación terrorista realizada por Hamás, se está dilucidando la conformación de nuevos equilibrios en la región más caliente del planeta. El factor nuclear ha entrado también en juego. Ya no es solamente el presidente ruso, Vladímir Putin, el que lo esgrime como amenaza cada vez que sufre un revés sobre el campo de batalla ucraniano o en el ámbito de las sanciones económicas y financieras.
Israel, al que hay que reconocerle que nunca amenaza en vano -cual independentistas catalanes o vascos siempre cumplen lo que prometen-, siempre aseguró que nunca permitiría que el régimen iraní se hiciera con la bomba atómica. Sabe que, en caso contrario, sería el último paso antes de desaparecer del mapa. Así, pues, peleará por borrar, cueste lo que cueste, esa amenaza cierta a su propia existencia. Aunque desoiga a todos los buenistas que en este Occidente, cada vez más desestructurado, le llamen a la contención y a que deje de quejarse y “victimizarse”.
FOTO: Una fotografía tomada el 1 de noviembre de 2023, cerca de la frontera de Israel con la Franja de Gaza, muestra la fecha del 7 de octubre de 2023 tatuada en el brazo de un camarógrafo israelí, en memoria de un amigo asesinado durante el ataque del 7 de octubre por militantes palestinos de Hamás en el kibutz Beeri | AFP/JACK GUEZ