Ojalá sea verdad que esta vez sí, los ocho países sobre los que se extiende la inmensa región del Amazonas, y el resto del mundo, que se benefician del pulmón del planeta, se toman verdaderamente en serio la lucha por preservarlo. Es lo que han prometido en la cumbre de Belem do Pará, los jefes de Estado y de Gobierno de Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela, además de países invitados como Francia, Alemania, Noruega, Indonesia, República Democrática del Congo y Congo Brazzaville.
Era ésta la cuarta reunión de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), fundada en 1995, y cuyos representantes no se juntaban desde 2009. Demasiado tiempo, en el que se ha consolidado la pérdida por deforestación de 85 millones de hectáreas, 4 millones sólo en 2022, o sea el 13% de su área original, y que ha llevado a la comunidad científica a alertar sobre la inminencia, caso de no tomar medidas drásticas, del punto de no retorno: el momento en que la Amazonía emita más dióxido de carbono del que es capaz de absorber.
La organización y celebración de esta cumbre era una de las grandes promesas del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, que ha contado con el respaldo entusiasta de su colega colombiano, Gustavo Petro, éste en un delicado momento político a causa de la investigación que se sigue contra su propio hijo, que ha confesado lucrarse con dinero del narcotráfico, que también habría financiado la campaña electoral de su padre, antiguo guerrillero del M-19 y una de las principales figuras de la extrema izquierda latinoamericana.
Los trabajos preparatorios de este encuentro han contado por vez primera con no menos de 25.000 personas, 50 ONGs y, sobre todo, la participación de los principales líderes indígenas, integrantes de los más de 400 pueblos y 1.500 tribus que, con un total de unos 50 millones de habitantes, son los mejores cuidadores y preservadores de hecho del más extenso santuario de la biodiversidad del planeta.
“Nuestra lucha no es sólo para defender a los pueblos indígenas, es para el mundo entero, para que las nuevas generaciones puedan seguir sobreviviendo en el planeta”, afirmaba Nemo Guiquita, líder de Confeniae, la agrupación que aglutina a la inmensa mayor parte de las comunidades autóctonas de la Amazonía. Añadía que “la selva no es un pozo petrolero, no es una mina de oro, es nuestro templo”.
Una proclamación que los grandes depredadores de la selva, explotaciones ganaderas masivas, minería ilegal y narcotráfico desmienten a diario con sus actuaciones, en las que no se paran en barras a la hora de liquidar sin contemplaciones a quienes se les oponen. Lula y Petro, que hace un mes se reunieron en la localidad colombiana de Leticia para esbozar el programa de la cumbre de Belem, no tuvieron más remedio que reconocer que el contrabando de armas, el narcotráfico y la minería ilegal son los mayores problemas que impiden preservar la naturaleza de la región. Admitían asimismo que la ganadería ya se ha apropiado del 20% de la Amazonía brasileña, convertida ya en el mayor suministrador del mundo de reses para el consumo humano.
Pese a los extensos 113 puntos de que consta el documento final, no hay un verdadero compromiso de los firmantes para poner una fecha límite al acelerado proceso de deforestación. Lula había prometido que sería en 2030, pero eso queda de momento en un loable deseo, pero no en un compromiso formal.
Por el contrario, el documento hace responsable, directa o indirectamente, a todos los países del orbe. Reitera a los más avanzados, y por lo tanto los que más energías fósiles han consumido hasta ahora, que deben cumplir sus compromisos y paguen los 100.000 millones de dólares anuales a los países en vías de desarrollo para que realicen su propia transición energética.
Impulsa asimismo una nueva visión del desarrollo sostenible de la región, que combina la protección de la naturaleza con empleos dignos y la defensa de los derechos de los 50 millones de indígenas que viven en el bioma amazónico. Promete la implicación de las Fuerzas Armadas de los ocho países concernidos en la vigilancia y preservación de la selva, admitiendo que el gran problema, y por tanto la principal prioridad, es el combate contra el crimen organizado, que ha convertido la selva en una ruta estratégica del narcotráfico.
No es menor en este sentido que los países participantes hayan logrado esbozar una posición común de cara a la próxima Conferencia de la ONU COP28, que se celebrará en noviembre en Emiratos Árabes Unidos, fuertes sin duda por sentirse respaldados por el mayor consenso popular registrado hasta ahora en torno al que quizá sea el mayor desafío al que se enfrenta el género humano. Al menos en este aspecto parece haberse producido un punto de inflexión. Como señaló el propio Lula, “durante 500 años la Amazonía ha sido vista como una barrera entre nuestras sociedades, el prejuicio aumentó la violencia contra los pueblos indígenas y estimuló el saqueo de nuestros recursos naturales”.
Cambiar esta visión a escala global puede ser seguramente el mayor logro de este encuentro, y trampolín para adoptar las urgentes y draconianas medidas que se imponen.
FOTO: Esta foto difundida por la Presidencia de Brasil el 8 de agosto de 2023, muestra al presidente Luiz Inácio Lula da Silva durante una entrevista para el programa gubernamental «Conversa com o Presidente» (Hable con el Presidente) al margen de la Cumbre Amazónica IV Reunión de Presidentes de los Estados Partes del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) en la ciudad de Belem, Estado de Pará, Brasil. | AFP PHOTO/PRESIDENCIA DE BRASIL/RICARDO STUCKERT
En esta ocasión -siento decirlo- difiero de la información aportada. Ni la «amazonía» es el pulmón del planeta (gracias a Dios) ni el enfoque de su destrucción es acertado ya que depende de la absurda y acientífica idea de que el CO2 es el «malo» de la película, tal como se ha dicho y reiterado en artículos de este mismo digital.
En el «plan de estudios antiguo» ya sabíamos que el CO2 es precisamente el motor de la vida desde el Precámbrico ya que transformó una atmósfera sin oxígeno (anaerobia) en otra con oxígeno gracias al CO2 y su impacto en la producción del oxígeno que necesitamos los seres vivos (los transhumanos a lo mejor no). Había un científico español pionero Juan Oró que lo explicaba muy bien. Pero además es lo que hemos confirmado con nuestra fisiología y salud: la falta de oxígeno mata, no el CO2.
Si nos molestamos en comprobar como se están reforestando regiones desérticas (la NASA es una buena fuente) nos ahorramos patinazos informativos «oficializados» por esas nutridas (en todos los sentidos) representaciones internacionales cuyas dietas en viajes, reuniones y otras zarandajas, les hace ser los «figurantes» de la gran ópera de salvación del mundo. Mientras, la gente pasa hambre por no poder vivir de sus propios recursos.
Acérquese a las colas del hambre y pregunte si están interesados en salvar el planeta (que es mentira) o prefieren comer y sobrevivir…. Primero vivir, después filosofar.
Un saludo.