El 19 de marzo de 1962 entraban en vigor los Acuerdos de Evián, firmados la víspera en el Hôtel du Parc de esa localidad alpina entre las delegaciones de Francia y del Frente Nacional de Liberación de Argelia (FLN). Habían transcurrido entonces ocho años de una de las guerras de descolonización más sangrientas de la historia y casi dos años de negociaciones secretas hasta alcanzar el deseado alto el fuego.
Sesenta años después quedan aún muchas heridas que supuran, a pesar de que Emmanuel Macron, el primer presidente de Francia nacido después de aquella fecha, ha emprendido el arduo camino de la que aspira a ser la definitiva reconciliación.
Sobre la mesa de las conversaciones cada parte exhibía sus daños: 400.000 muertos y casi dos millones de heridos por el lado argelino; 30.000 víctimas mortales y 70.000 heridos por parte francesa, incluidos los soldados y ciudadanos europeos –muchos españoles, entre ellos- enrolados en las filas de las Fuerzas Armadas francesas o trabajadores en las fincas y empresas propiedad de los colonos galos.
Los acuerdos equivalían en realidad a una capitulación en toda regla, que abriría la puerta a un gran desgarro en el seno de cada una de las sociedades ya separadas, la francesa y la argelina. En la mesa de Evián no se firmaron garantías para los harkis, los ciudadanos argelinos que habían estado al servicio de los franceses, especialmente del Ejército. Serían las grandes víctimas de la inmediata posguerra, ya que su persecución implacable acabó de manera ignominiosa con la vida de decenas de miles de ellos, tras sufrir todo tipo de torturas, además del estigma para siempre de ellos mismos y sus familias. Salvo unos pocos, Francia no les embarcó rumbo a los puertos de Niza o Marsella, y se desentendió de la inmensa mayoría de ellos, culpa que recientemente Macron ha querido expiar, siquiera parcialmente, al recibir en el Elíseo a una nutrida representación de sus descendientes, y prometerles compensaciones.
Tierra quemada y salida masiva
El general De Gaulle había instado en cambio a sus negociadores a que obtuvieran garantías ciertas, por parte de las que serían nuevas autoridades de Argelia, a que respetaran vidas y bienes de sus propios ciudadanos. Tras la firma de los acuerdos, tales cláusulas resultaron inoperantes, habida cuenta de la salida masiva hacia la metrópoli de los antiguos colonos. No pocos de ellos siguieron las consignas de la OAS, que instaban a destruir y quemar casas, tierras y bienes que no se pudieran llevar consigo a Francia.
Consciente de que este aniversario se produciría durante su mandato, Macron se impuso la tarea de romper el largo silencio oficial sobre la guerra y la descolonización de Argelia. Así se lo confió a los periodistas que le acompañaron en su viaje a Jerusalén en enero de 2020, cuando les comunicó su intención de conferir a la memoria de lo acecido en Argelia “el mismo estatus que Jacques Chirac hizo respecto de la Shoah en 1995”, según lo recuerda en Le Monde Frédéric Bobin. En efecto, en aquel año, el entonces presidente francés rompió otro gran tabú, al acudir al antiguo Velódromo de Invierno, el Vél´ d´Hiv, y pronunciar un discurso en el que calificó de “actuaciones irreparables” [por parte de Francia] de las tristemente famosas redadas antijudías de julio de 1942, muchos de cuyos detenidos serían deportados y asesinados en los campos de concentración y exterminio nazis.
Macron hubiera querido ir más rápido en ese proceso de reconciliación. Su primer gesto significativo se produjo en septiembre de 2018, cuando “en nombre de la República Francesa” reconoció que el matemático y miembro del Partido Comunista de Argelia (PCA), Maurice Audin, “fue torturado y ejecutado o torturado hasta la muerte” por militares franceses.
Siguió su encargo al historiador franco-argelino Benjamin Stora de elaborar un informe detallado de todas las exacciones cometidas en aquella guerra de descolonización, bajo un denominador común: “Contribuir a serenar los ánimos de todos aquellos a quienes la guerra aniquiló tanto en Francia como en Argelia”. Stora cumplió y hace ya un año que le entregó a Macron su informe, que sin embargo no fue acogido con benevolencia por parte de las actuales autoridades argelinas, que siguen reivindicando memoria y reparaciones. Parecen evidenciar así el deseo de seguir manteniendo abiertas las heridas del pasado, sin descartar echar más sal en ellas mediante el recuerdo a Francia de “su imperecedera culpa”.