El desmoronamiento del régimen en apenas diez días, desde la toma relámpago de Alepo a la de Damasco, pasando por las conquistas de Hama y Homs, casi sin disparar un tiro, subraya el aislamiento en el que había quedado confinado el presidente-dictador.
Si hay que resaltar un ganador final de esta guerra civil el primero y fundamental es sin duda el propio pueblo sirio, tanto el que ha soportado a lo largo de este más de medio siglo las persecuciones, exacciones, torturas y todo tipo de brutalidades del régimen de los Assad.
También, por supuesto, el exilio sirio, asimismo perseguido implacablemente por los servicios secretos del régimen, tanto a ellos como a sus familiares del interior.
Ese pueblo autoliberado por sí mismo está compuesto por uno de los mosaicos étnico-religiosos más diversos de todo el Oriente Medio.
La facción dominante de esos libertadores la componen los islamistas de Hayat Tahrir Al-Cham (HTS), la Organización para la Liberación del Levante, cuyo líder Abu Mohammad Al-Jolani figura como “terrorista” en las listas de Estados Unidos y Naciones Unidas, desde que luchara en Irak contra las tropas norteamericanas y pasara diversas temporadas en sus cárceles, entre ellas la temible de Abu Graib.
Al-Jolani, su alias de guerra, tras el que se esconde su verdadero nombre, Ahmed Husein Al-Sará, escindido de Al Qaeda, la organización fundada por Osama Bin Laden, no ha renunciado a la esencia de lo que preconizara aquella, es decir, la conformación de un califato que se rija por la Sharía, si bien matiza el alcance “solo nacional” de su pretensión.
¿Cómo se compatibilizará la instauración de dicho nuevo régimen islámico con los derechos de las minorías, entre ellas la muy disminuida comunidad cristiana del país? De momento, todo es incertidumbre, al menos hasta que se despejen y/o establezcan áreas de influencia.
Aunque hasta el momento no se haya demostrado que haya podido influir directamente en el final de la guerra, parece indudable que Israel ha sido un ganador en esta contienda.
De hecho, el primer ministro Benjamín Netanyahu se apresuró a saludar el “día histórico que para el Oriente Medio significa el colapso de la tiranía de Damasco”, atribuyéndose incluso el mérito “en tanto en cuanto es el resultado directo de las acciones de fuerza realizas [por Israel] contra Irán y Hezbolá, principales apoyos de Al-Assad”.
De inmediato, Netanyahu ordenó a sus Fuerzas de Defensa (IDF) ocupar las posiciones abandonadas por el Ejército sirio en los Altos del Golán, y que se mantenían frente a las israelíes desde el Acuerdo de Separación de Fuerzas de 1974 en la llamada “zona de amortiguación” entre ambos países. El líder israelí aprovechó su declaración para “tender la mano más allá de nuestras fronteras con Siria a los drusos, kurdos, cristianos y musulmanes que quieran vivir en paz con Israel”. Eso sí, advirtiendo de que, caso de que [tales comunidades] no lo quieran, haremos todo lo que sea necesario (“whatever it takes”) para defender al Estado de Israel y sus fronteras”.
El rebelde Ejército Nacional Sirio también reivindica su parte en la victoria, que es tanto como atribuir asimismo una parte de su éxito a Turquía, en tanto que el presidente Recep Tayyip Erdogan ha sido su principal valedor. Sus acciones bélicas a lo largo de la guerra se han ido concentrando precisamente junto a la frontera sirio-turca, coronando su campaña con la toma de Tel Rifaat.
Y, en fin, pese a que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, declaraba en París que “esa no es nuestra guerra y no nos vamos a involucrar”, lo cierto es que el Pentágono ha tenido en los kurdos de las Fuerzas Democráticas Sirias a su principal aliado en el país. Tanto éstas como el Frente del Sur han conquistado importantes enclaves cercanos a la frontera de Siria con Irak, en la mayor zona petrolífera siria, lo que hace concebir esperanzas a la minoría kurda de lograr una región de gobierno autónomo bien dotada de recursos económicos.
Por las mismas razones, pero de signo contrario, de la dictadura y guerra civil siria salen como perdedores Irán y su satélite libanés-sirio de Hezbolá, cuyo debilitamiento en la lucha contra Israel se ha traducido en la impotencia final para seguir sosteniendo a Bashar Al-Assad.
Lo mismo cabe decir de Rusia, cuyos bombardeos sobre los rebeldes se han vuelto finalmente ineficaces, a la vista de los resultados, para contener la ofensiva. Cierto es que el presidente Vladimir Putin ya había detraído soldados y aviones para trasladarlos a la guerra con Ucrania, lo cual también permitiría a Volodimir Zelesnki reclamar su parte alícuota, siquiera sea mínima e indirecta, en el desenlace de la guerra civil siria.
Para quienes hace mucho que tuvieron el placer y la fortuna de visitar Siria, hoy se encontrarían con un país exangüe, arrasado y prácticamente en ruinas. Queda, pues, por hacer una gigantesca labor de reconstrucción, a la que seguro se sumarían gustosos cientos de miles, sino millones, de los sirios que hubieron de huir de las persecuciones y las masacres. Buena oportunidad, por lo tanto, de que Europa haga oír su voz y apadrine, y garantice, esa labor de apaciguamiento y reconstrucción.