Triunfo ahora tan incontestable, tanto en compromisarios como en voto popular, aderezado con el conseguido en el Senado y el probable mantenimiento de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, concede un descomunal margen de maniobra al líder del país todavía más poderoso de la Tierra.
Como ya ha anunciado en su primer discurso como vencedor de las elecciones, Trump va a “arreglar las fronteras y todo lo que esté mal”. Es evidente que el flujo de la inmigración ilegal, que se había disparado durante los cuatro años del tándem Biden-Harris, va a sufrir un corte radical, que obviamente va a incidir en las relaciones con el vecino México de la ultraizquierdista Claudia Sheinbaum y, por extensión, con los países centroamericanos y los más próximos al istmo de Panamá, empezando por la Venezuela de los usurpadores maduristas.
En nuestras proximidades, es decir en la Unión Europea, la conmoción es brutal, menos para el actual presidente rotatorio de la misma, el húngaro Viktor Orban, y los jefes de fila de las formaciones ultraconservadoras, con la italiana Georgia Meloni a la cabeza.
Como quiera que la UE está sin hacer los deberes en varios capítulos fundamentales para su propia existencia, una vez privada del protectorado americano, tendrá que apresurarse a tomar las decisiones que se imponen, so pena de que, en caso contrario, termine por implosionar.
Empecemos por su propia seguridad. Tendrá que decidir de una vez si cuida de sí misma o se queda al albur de que un crecido Vladímir Putin, por ejemplo, decida testar la capacidad de resiliencia y sostenibilidad de una Europa que deje de ser prioritaria para unos Estados Unidos regidos por Donald Trump. Ni qué decir tiene que Ucrania va a tener ocasión de comprobar muy pronto si los miles de muertos y heridos que ha puesto para defenderse a sí misma de Rusia, pero también para preservar la libertad y demás valores de la UE, son recompensados por ésta con algo más que buenas palabras y dilaciones a la hora de defender el futuro común. Invertir en Seguridad y Defensa se hace, pues, perentorio para una Europa a la que Trump ya ha puesto delante de su propio espejo.
En cuanto a la economía, está cantado que Trump va a cumplir con su promesa de hacer mucho más próspero a su país, lo que en este caso se va a traducir por intentar conseguirlo aún a costa de la prosperidad de los demás. La guerra arancelaria está, pues, servida y la UE deberá decidir, y pronto, si va a seguir sesteando y perdiendo posiciones en un mundo nuevo, o bien reindustrializarse e invertir masivamente en los sectores punteros de cuyo liderazgo se ha descolgado.
Todo ello va a significar brutales recortes. Corresponderá a cada uno de los Gobiernos de los Veintisiete la manera de aplicarlos en su propia demarcación y optar por conformar mayorías que apuestan por el futuro, aún a costa de grandes sacrificios, o bien si persisten en la politiquería de la división, la polarización y el corto plazo. En claro, si prefieren destinar inmensos presupuestos a subvenciones, canonjías, chiringuitos, asesores y mamandurrias, o bien quieren una sociedad que prospere de verdad, lo que solo se consigue a base de mérito y esfuerzo.
Las instituciones y los Gobiernos europeos tendrán forzosamente que modificar su perspectiva. Los denominados “muros” y “cordones sanitarios” a sectores de la población cada vez más amplios, que no comulgan con los postulados de una izquierda absorbida por su ala más extremista habrán de atenuarse o desaparecer, salvo que algunos persistan en el empeño de volver a teñir de sangre total o parcialmente el suelo europeo.
La UE, como gran parte del resto del mundo, también ha de darse prisa en establecer una política común respecto de una África cuyas turbulencias arrojan cada día miles de inmigrantes sobre una Europa que persiste en intentar taponar semejante ola mediante soluciones nacionales claramente insuficientes. Y, o lo hacen conjuntamente, o seguirán surfeando sobre pasados imperiales ya fenecidos.
Más hacia Oriente, el triunfo de Trump en Estados Unidos lo asume como propio el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, que, coincidiendo con las elecciones norteamericanas, no tuvo empacho alguno en destituir a su ministro de Defensa, Yoav Gallant, por enfrentársele respecto de la marcha de la guerra de Gaza y el rescate de los rehenes que aún permanecen secuestrados por Hamás. Netanyahu, como había demostrado sobradamente, no quiso regalarle a Biden un alto el fuego en la guerra de Israel contra Hamás y Hezbolá, pese a la casi veintena de viajes de su secretario de Estado, Antony Blinken.
Y, en fin, lo más importante a nivel global hay que situarlo en Asia. Para Trump (seguramente lo hubiera sido también para Harris) el centro de su preocupación global se sitúa en la región del Indo-Pacífico. Se va a recrudecer inexorablemente la pugna económica, comercial y de supremacía militar con China, lo que también significará para el resto de los mortales situarse en uno u otro bando porque los tibios o presuntos neutrales corren el grave riesgo de ser arrollados por unos y otros.
El nacimiento del nuevo orden internacional que ya estaban preconizando Moscú y Pekín va a tener, pues, su réplica en Estados Unidos. Trump no desdeña esa pelea; ahí está su apuesta por Elon Musk como símbolo de ese nuevo mundo. Pero, a todas luces, parece que el dibujo de ese nuevo orden es diametralmente distinto si lo impone el eje Pekín-Moscú o si lo establece Washington con los aliados que se le sumen. Y, con Trump, también parece que el “wokismo”, que ha emponzoñado el alma y la identidad de lo que llamábamos Occidente, entra en regresión a la hora de conformar ese nuevo orden.
Europa dejó de existir hace mucho tiempo sometida al vasallaje de EE.UU.
El diagnóstico es una anomia depresiva de adolescentes que sólo quieren jugar a ser políticos.
Se ha quedado sin respuestas ante problemas normales de los ciudadanos, para jugar con patinetes.
El rapto de Europa a partir de las GG.MM. se consumó a lo largo del siglo pasado.
Desaparecidos los verdaderos estadistas quedaba a merced de lo que gobiernos títeres quisieran hacer con ella.
Por eso tiembla, al igual que Boabdil lloraba…. por pusilanimidad y cobardía.
Un saludo.