Se cumplen dos años desde el comienzo de la invasión rusa y, además de la inmensa destrucción que los incesantes bombardeos están causando en Ucrania, la principal conclusión global que puede extraerse de este dramático capítulo de la historia del mundo es el cambio radical de perspectiva que ha causado en Europa.
La Unión Europea, que desde su fundación ha basado toda su acción y proyección exterior en el denominado poder blando, apoyado en una arquitectura geopolítica basada en el respeto a las reglas, ha descubierto que tiene que adentrarse en el proceloso combate por el poder. Ello se traduce en asumir la realidad de que ya no basta una sólida fortaleza económica y una extensión de sus valores mediante la mera persuasión. Como siempre se ha enseñado en las escuelas de diplomacia y relaciones internacionales, es imprescindible un poder militar suficientemente fuerte y disuasorio para defenderse de los ataques e intentos de destrucción del adversario o enemigo.
Tal es la principal conclusión general del libro “Europa durante la Guerra de Ucrania” (Ed. Colex, 250 págs), coordinado por Miguel Ángel Benedicto y en el que han participado una quincena de catedráticos y profesores de diversas universidades españolas.
El documento, presentado en la sede de las instituciones europeas en Madrid, resalta que los bombardeos y muertes en las calles ucranianas eran inconcebibles en la Europa actual. “La Unión Europea -repetían autores como José María Peredo o Álvaro Imbernón- se creó para buscar la paz con un ADN de potencia normativa y comercial, que carece de poder duro militar”. Así, Europa ha tenido que despertar a la fuerza para empezar a hablar el lenguaje del poder, consecuencia de las repercusiones que la guerra de Ucrania ha tenido y tiene a nivel político, militar, medioambiental y con los refugiados.
Se ha alumbrado, pues, un escenario nuevo, en un momento de cambio en el proceso de globalización, que obliga a Bruselas a apostar por una autonomía estratégica abierta a nivel sanitario, alimentario y energético. Una Europa que ha comprendido la necesidad de reindustrializarse frente a China y Estados Unidos, a la vez que flexibiliza su política de competencia y busca un mandato nuevo para el Banco Central Europeo en tiempos de guerra.
El actual embajador de Ucrania en España, Serhii Pohoreltsev, presente tanto en la presentación del libro como escritor del prefacio del mismo, admite el baño de trágica realidad en que esta guerra indeseada ha sumido tanto a su propio país como a toda Europa: “Nos gustaba creer que, tras la caída del Muro de Berlín, la defunción de la URSS y la guerra de los Balcanes, los pueblos y políticos por igual habrían aprendido las lecciones de su trágica historia del siglo XX. Pensábamos que las naciones modernas europeas, incluidas las extintas potencias imperiales, ya libres de cualquier resentimiento y deseosos de vivir en paz con sus vecinos, optaban por intensificar sus relaciones comerciales, enriquecerse económica y culturalmente y prosperar”.
Vista la decepción, Pohoreltsev reitera lo tantas veces afirmado por el presidente Volodimir Zelenski: que la mejor contribución a la seguridad del continente europeo sería tener a Ucrania plenamente integrada tanto en la UE como en la OTAN, “una perspectiva que quitará las ganas a Moscú se seguir con sus planes imperialistas, al menos en la Europa del Este”.
Por su parte, los autores terminan elaborando un catálogo de conclusiones, que se traducen en recomendaciones a la Comisión y al Parlamento Europeo. Desde equilibrar las cargas regulatorias de los operadores europeos frente a los foráneos a implementar, con suficientes recursos, un sistema efectivo de control de inversiones extranjeras que impacten en el mercado europeo; desde cambiar la perspectiva en lo que toca a las concentraciones empresariales hasta fortalecer la identidad europea mediante la confianza, la seguridad y la independencia de los operadores internos para mantenerse a flote incluso en época de tensiones geopolíticas y económicas transnacionales.
Es indudable, pues, que el impacto de la guerra en Ucrania ha incidido en la marcha de la historia de la UE, y está cambiando la propia visión, quizá demasiado idílica, de sus ciudadanos, que van tomando conciencia de que su paraíso no se defiende por sí solo, que hay que redoblar esfuerzos y detraer muchos medios de otros capítulos para adquirir ese poder militar al que se había voluntariamente renunciado en la creencia, claramente errónea, de que sería para siempre.