Las cifras publicadas son elocuentes (excepto Arizona y Nevada):
Sobre una mayoría de 270 para la Presidencia:
- 295 para los republicanos (Trump)
- 226 para los demócratas (Harris)
Sobre una mayoría de 51 para el Senado:
- 52 para los republicanos (Trump)
- 42 para los demócratas (Harris)
Sobre una mayoría de 218 para la Cámara de Representantes:
- 204 para los republicanos (Trump)
- 182 para los demócratas (Harris)
Donald Trump se ha convertido de nuevo en presidente de Estados Unidos con unas mayorías más que holgadas, en unas elecciones donde los demócratas capitalistas, han sido arrasados por los republicanos defensores del pueblo. Una paradoja que ya no sorprende en los tiempos que vivimos: las teóricas izquierdas como cipayos del capitalismo salvaje (al que le hacen el trabajo sucio sobre los trabajadores), frente a unas teóricas derechas conservadoras que se aferran a la libertad, al patriotismo y a los valores de su nación.
Unas teóricas izquierdas aferradas a un “mesianismo” irracional o “fundamentalismo” (Galtung), que se erigen como salvadores del mundo en base a intervencionismo bélico (a mayor gloria de la industria de armamento entre otras cosas) o difundiendo falsas teorías anticientíficas, controlando todos los resortes de la propaganda mediática y provocando pánico entre las gentes, frente a quienes quieren respetar las naciones, establecer acuerdos y relaciones pacíficas, no crear conflictos bélicos innecesarios para la gente (no para la industria de armamento) y centrarse en las necesidades y problemas propios de cada cual con sus recursos y esfuerzos.
Ya lo advirtió el propio Eisenhower en la despedida de su mandato como presidente de EE.UU. en 1961: “El pueblo norteamericano debe estar en guardia contra la adquisición de una influencia injustificada, buscada o no, por parte del complejo militar-industrial”, donde, “si se consigue un contrato es bastante evidente que hay que pagar” (Daniel J. Haughton, presidente de “Lockheed Aircraft Corporation” ante el Senado de EE.UU.).
La llamada “izquierda exquisita” (Tom Wolfe) o “izquierda caviar” en los ámbitos europeos, la de las fiestas, banquetes y francachelas de todo tipo, ha estado siempre explotando su supuesta superioridad moral: “Durante muchos siglos se pudieron apaciguar rebeliones del pueblo, hablándoles de la voluntad divina” dice Tolstoi sobre el llamado “socialismo” de su tiempo, que “no quiere renunciar a los bienes de todo tipo, que les proporcionan una vida repleta de comodidades y caprichos.” Eso sí, no tienen ningún escrúpulo en hacerlo en la plena convicción de su impunidad y del inmenso poder económico y político del clientelismo social y corporativo como demuestran los muchos ejemplos.
El mundo ha estado dominado por la idea fantástica de la soberanía popular como ejemplo de la democracia ideal inexistente. Pero el mundo ha sido como un barco sin rumbo en un mar tormentoso, donde unos capitanes “Ahab” se empeñan en convencer a la tripulación de sus disparates distópicos y caprichosos. “El barco se va a pique con todos nosotros dentro” dice el sociólogo Juan Manuel Agulles, refiriéndose a la metáfora del “Pequod” tras la ballena blanca en “Moby Dick”.
La lucha por las hegemonías imperialistas, ha escondido siempre intereses de índole particular. Nunca de intereses generales. “Las organizaciones y sociedades socialistas eran o serían necesariamente tan burocráticas y oligárquicas como las capitalistas” dice Dalmacio Negro refiriéndose en su ensayo “La ley de hierro de la oligarquía” a Seymour M. Lipset y su libro “El hombre político”. Pues bien, la experiencia ha demostrado cómo el mundo de la política profesional partidaria (salvo escasas excepciones), ha caído en la corrupción (Simone Weil), en la mentira, el postureo y la falta de escrúpulos.
En EE.UU., erigido como ejemplo de la democracia analizada en su día por Tocqueville (“La democracia en América”), se había impuesto desde la mentira y la propaganda grosera de una buena parte de ese mundo político profesional, unos pretendidos nuevos modelos de sociedad, aberrantes en muchos casos y exponentes de la manipulación de las masas a través del relato y la publicidad (Berneys) en los medios de comunicación. La concentración corporativa de los mismos en pocas manos, facilitaban una línea editorial única ajena a la verdad, la objetividad, la independencia y la libertad de expresión. La nueva censura ejercida por entidades al servicio del poder -incluso en el ámbito institucional- son parte de ese mundo “orwelliano”, de pensamiento único, de dogmas y actos claramente ajenos a la realidad de las personas con fines totalitarios.
Ya empiezan a tocar a rebato las campanas de los privilegios con sus desfasadas e ignorantes calificaciones políticas, hablando de “ultraderecha” o “fascismo”. ¿De qué nos suena eso? Del terror a que las impunidades de hoy, sean delitos mañana, que las responsabilidades pasadas, acaben en los tribunales de Justicia y que la injustificada influencia política de muchos, acabe en el banquillo de los acusados, como ha empezado a ocurrir ya con uno de los más conocidos.
Toca cambio de paradigma. No sólo en EE.UU., sino en ese “occidente” impreciso donde la Unión Europea ejerce como fiel servidor de cualquier disparate que venga de allí (como la manipulación de fenómenos naturales) y es correa de transmisión de los intereses e influencia del dinero en las instituciones supranacionales. Mientras tanto, sobresalen otras hegemonías que actuaban a la defensa de sus soberanías (BRICS) o en clara competencia con el imperialismo americano que, esperamos, pase a mejor vida.