La consagración del líder chino Xi Jinping como amo absoluto de un país de 1.400 millones de habitantes, merece que nos detengamos a observar la trayectoria de la nación que puede alcanzar el primer puesto entre las potencias mundiales. Situémonos en poco más de tres décadas atrás, cuando en noviembre de 1989 los berlineses saltaban alegres sobre el muro que los había dividido. Muchos intelectuales de izquierda quedaron estupefactos cuando vieron que el otro lado era una pura dictadura tercermundista. La Unión Europea representaba el estado de bienestar gracias a la libertad económica; había alto nivel de empleo y la renta del trabajo crecía en forma sostenible. El efecto dominó de la caída del Muro alcanzó a los estados que formaban la URSS; parecía que la ola iba a arrastrar al régimen comunista chino ante la iconográfica escena del hombre del tanque en la plaza de Tiananmen (Véase La historia del poder), pero ya mandaba Deng Xiaoping que supo detener el efecto letal que supuso la caída del muro.
«No importa que el gato sea blanco o negro; si caza ratones es un buen gato»
El hombre que había logrado el poder a la muerte del presidente Mao era un pragmático procedente de una región de la que tomó este proverbio: «No importa que el gato sea blanco o negro; si caza ratones es un buen gato». Con tal filosofía rural hizo las reformas que despertaron las energías de China. En poco más de dos décadas se desarrolló un sector privado que ha ocupado a más de dos tercios de la masa laboral y sacado de la pobreza a la mitad de la población.
Voy a permitirme relatar una experiencia propia, vivida en un viaje de tres semanas a China: a finales de los noventa su gobierno propiciaba la llegada de extranjeros para entrar en el negocio del turismo global, pero no dejaba de ejercer el control. Los guías no podían actuar sin ajustarse a órdenes precisas y no se separaban de nosotros. Visitando Shanghái presencié algo que mostraba cómo vivían muchos chinos: una fila de personas avanzaba con lentitud hacia lo que parecían unos servicios públicos. ¿Cuál era el motivo? Vaciar el orinal que cada uno llevaba con los residuos orgánicos que la noche había exigido. Sus pobres casas hacinadas en la almendra central de la inmensa urbe, sin agua corriente ni letrina, mientras que en otros espacios se perfilaban rascacielos en construcción. Las excavadoras a poca distancia iban eliminando barrios enteros con casas como las que acabábamos de dejar atrás; de hecho, en una década fueron urbanizados veinte millones de metros cuadrados en Shanghái y se construyó su espectacular centro financiero. China estaba abandonando la tremenda pobreza que dejó Mao Tse Tung, el gran timonel que subyugó a tantos nombres famosos de la gauche divine.
La fórmula de Deng Xiaoping “un país, dos sistemas” la impuso de inmediato al Partido Comunista Chino en quien descansa constitucionalmente dirigir al pueblo. Su estructura se apoya en más de cinco millones de cuadros locales y provinciales. A escala nacional, quien representa el poder comunista es el Comité Central, integrado por 370 miembros con dedicación plena al partido. De ellos depende la elección del Politburó, formado por veinticinco líderes que representan a unos noventa millones de afiliados. El poder ejecutivo se concentra en la Comisión Permanente que decide sobre la vida de los chinos y ha entregado el poder absoluto a Xi Jinping. Existe un departamento específico que actúa como filtro de todas las propuestas de nombramiento para ocupar cualquier cargo político.
Esa maquinaria de poder ha logrado la extraordinaria habilidad de mantener la dictadura marxista leninista de origen, mientras propicia la liberalización de la economía. Deng lo proclamó en uno de sus discursos ¡Es bueno enriquecerse! Y para ello era importante poder estimular iniciativas que permitieran crear riqueza. Iba a producirse una transacción no escrita según la cual se permitía ganar dinero sin límite a cambio de que el poder comunista no se objetara. La admisión de millonarios en el partido comienza en los primeros años del presente siglo, pero a la vez que les abre sus puertas no ha dejado de mantener un riguroso control sobre el ejército, sobre todos los cuadros de mando y sobre los medios de comunicación. Las tensiones se gestionan con total firmeza como muestra el caso de Hong Kong donde estos días ha sido condenado a cinco años un repartidor por atreverse a protestar con una pancarta contra el sistema.
Lo que nunca imaginamos al caer el Muro, es que la industria que ocupaba a millones de trabajadores en Europa se iría deslocalizando para convertir a China en la gran factoría del mundo. Si promediamos el valor del trabajo, hace apena dos décadas el costo de un trabajador chino era cinco veces inferior al de las fábricas que iban cerrando en la Unión Europea, hasta casi eliminar el tejido industrial. Karl Marx se sorprendería de que su doctrina haya generado crisis en el capitalismo no por lo que él vaticinaba (la depauperación de los trabajadores) sino porque un inmenso país, bajo el poder de un partido comunista omnipotente, ha inventado un capital-comunismo con la mano de obra más barata de la globalización.