La Asociación de Periodistas Europeos nos convocaba un año más, y ya van veintinueve ediciones, a su tradicional Foro Eurolatinoamericano, que está en vías también de asentarse en la Casa de América como lugar de cita y encuentro de los grandes líderes de opinión de las dos orillas del Atlántico.
El populismo, que se extiende como una mancha de aceite por todo el planeta, era el eje central de los debates.
A mí personalmente me interesó de partida la sobria pero contundente intervención de José Juan Ruiz, presidente del Real Instituto Elcano.
Resulta que el líder de nuestros “think tanks” se había dedicado durante seis meses a preguntar a dirigentes y responsables de instituciones europeas de todo tipo sobre América Latina y su relación con la UE y sus ciudadanos.
Conclusiones
El resultado no pudo resultar más desalentador. Cuatro conclusiones absolutamente demoledoras resumían tan abultada encuesta: “América Latina es un desastre político; América Latina es también un desastre económico; Estados Unidos y la Unión Europea se han desentendido del continente y su lugar lo ha ido ocupando China, y finalmente los que apostaron por Latinoamérica e invirtieron allí han destruido valor para sus empresas”.
El problema de tan brutal relato es que no se fundamenta en datos reales ciertos y contrastados. Como subraya José Juan Ruiz, “es sencillamente falso”, y se remite al voluminoso estudio realizado por el RIE ¿Por qué importa América Latina?, en el que se desgranan con precisión entomológica las cifras que demuestran justo lo contrario de esta nueva leyenda negra, seguramente impulsada por los de siempre, pero difundida y multiplicada en el espacio mediático de manera inocente por quienes ya no se toman la molestia de contrastar afirmaciones supuestamente rotundas e incontrovertibles.
Y, entre los datos que hay que oponer a tales falsedades, no es el menor la comparación de que si América Latina fue ciertamente causante de 6 de cada 10 crisis globales producidas hasta 1986, desde esa fecha hasta ahora se ha convertido en un mero actor de reparto en el concierto mundial: solo cabe achacarle la causalidad de 2 de cada 10 de esas crisis de efectos planetarios.
China como gran inversor
Cierto es que China se ha convertido en el gran inversor en el continente, y sobre todo en el mayor prestamista, pero a este respecto habrá que ver cómo reacciona la legendaria y milenaria paciencia china cuando tenga que reestructurar la deuda contraída por países como esa Argentina en la que el presidente Javier Milei no ha encontrado plata alguna, después de que su contrincante y ministro de Economía, Sergio Masa, arramplara con los últimos millones para financiar su propia campaña electoral.
El papel de España
Y, respecto de España, siempre blanco de dictadores populistas ayunos de argumentos, los datos indican que España no ha cesado de invertir en el continente hermano desde que en 2001 el famoso corralito argentino provocara la estampida de muchas empresas e inversores norteamericanos.
Desde esa fecha, 2 de cada 3 dólares invertidos en el exterior por España han ido a países con economías desarrolladas, principalmente Estados Unidos y el Reino Unido, pero el dólar restante ha ido casi íntegramente a América Latina, todo ello por un nada desdeñable valor de 250.000 millones de dólares.
Desmontada esta nueva y ya nada incipiente leyenda negra, sí cabe reconocer, y así se hizo en el Foro, que, si en América Latina no se ha fomentado la cultura del pacto político, es porque allá, a diferencia de la Unión Europea, no se han implantado los mecanismos de compensación para los perdedores que conlleva toda transformación.
Del lado europeo se han articulado de diversas maneras y denominaciones: fondos de solidaridad, de cohesión, etc. Y la experiencia parece demostrar que sin ellos será muy difícil, por no decir imposible, que fragüe una verdadera integración.
Como señalaba al principio de este artículo, el eje central de los debates de este año se centró en el populismo, en cuyos diferentes paneles se diseccionaron su historia, sus causas y su avance aparentemente incontenible en todo el mundo.
“El populismo es el fracaso de la democracia”, sostenía el escritor Martín Caparrós. “Surge y se sostiene por la angustia de la gente”, dice Carlos Malamud, para el que si no hay angustia y frustración el populismo no se sostiene.
Cuando la gente no cree las promesas de futuro que le hacen sus políticos ese futuro se convierte en amenaza, y eso genera la angustia que abona el terreno para que irrumpan los “solucionadores” de respuestas simples a problemas complejos, con la correspondiente tentación totalitaria rondando en los aledaños.
El populismo lo sufrimos y lo pagamos todos, especialmente a través de impuestos siempre al alza, que facilitan el abultamiento del presupuesto, sin el cual tampoco habría populismo. Particularmente luminoso me pareció el hallazgo de incluir en ese pago al mecanismo del lucro cesante, es decir cómo se cercenan iniciativas privadas en pro de un Estado progresivamente elefantiásico, pero capaz de surtir de dádivas y subsidios a los sectores y estamentos que más interese, despojando a la iniciativa privada, y por lo tanto de poder, de los recursos que probablemente serían más productivos para el conjunto de la sociedad y el progreso del país.
Y, en fin, también hay que resaltar la afirmación del mexicano Jorge Volpi de que “el mayor cambio que se ha producido en el continente ha sido que el intelectual, que siempre gozó de una autoridad moral incontestable, se ha vuelto irrelevante”.
El llamado Boom Latinoamericano contribuyó a ensalzar el prestigio de aquellos intelectuales que se erigieron en guía y referencia de la sociedad. Ahora, su voz se ha diluido entre muchas otras, cuyo guirigay impide cada vez más distinguir a los verdaderos sabios de los vendedores de crecepelo.
Tanto Volpi como la venezolana Karina Sainz Borgo coincidieron en considerar al autodenominado subcomandante Marcos como el último mito transnacional. Volpi le atribuye haber elaborado “un discurso refrescante para la izquierda del que beben todos los antiglobalización surgidos posteriormente”.
De tan intensa jornada hubo consenso general en que en la región ha dejado de ser meritorio aproximarse a los cánones europeos, hasta ahora considerados idóneos para aclimatarlos al otro lado del Atlántico. Las discrepancias visibles que se aprecian con respecto a las posiciones adoptadas por las potencias adoptadas en los grandes conflictos internacionales, caso de agrandarse, pueden resultar determinantes en las próximas décadas para las relaciones y el aporte de las influencias mutuas entre ambas orillas.