Nos tienen acostumbrados a andanadas de improperios contra la China comunista, contra la invasión del Tíbet de los lamas, y lo de la Plaza de Tiananmén, y la opresión de la mujer, y de telón de fondo el pisoteo sistemático de los derechos humanos.
Hace un mes la prensa internacional hizo sonar todas las alarmas con la devaluación del yuan, el hundimiento de las Bolsas chinas, el fin del crecimiento de China que desde hace 30 años ronda el 10% anual y parece que se va a detener bruscamente.
¡Lagarto, lagarto!
Pero las cuentas no van por ahí. Porque resulta que no debe ser tan mísera como dicen una economía que cuenta con Bolsas de las de mayor valor bursátil del mundo, en las que mueven sus dineros más de 90 millones de ciudadanos chinos como pequeños inversores. Porque ocurre que China es ya el mayor importador y exportador del planeta y el mayor receptor de inversión extranjera directa. Y porque China, con 1.367.820.000 de personas, tiene tantos habitantes como USA, Canadá, la Unión Europea, Australia y Nueva Zelanda, Japón, Rusia y México juntos. Y porque, como anécdota madrileña, resulta que un chino ha comprado el Edificio España de Madrid.
Al final de treinta años de crecimiento apoyado en la exportación y la demanda de materias primas de todo el mundo, al final de una crisis de alcance mundial, China se vuelve sobre sí misma, e inicia un proceso de crecimiento del consumo interno, de aumentos salariales generalizados, de progresos tecnológicos y de innovación, de incremento de los servicios, de fomento del turismo de los ciudadanos chinos a todos los países del mundo…
¿Economía comunista y propiedad estatal de todos los bienes chinos? Lo único cierto es que China lleva una política económica, diferente de los países capitalistas del resto del mundo, que se enfrenta a los nuevos retos de la economía con fórmulas autóctonas, extraídas de su propia experiencia, que superada la fase de incorporación de los campesinos a la industria, y la otrora estrategia familiar de un hijo por pareja, y otras mil estrategias de tiempos pasados, China se reinventa a sí misma, y recoge de las recetas del viejo Smith, de Marx, de la Thatcher o el Reagan, sus propios caminos.
Curiosamente, los medios informativos mundiales que habitualmente guardan un silencio absoluto sobre los caminos de la economía china y con ocasión de las devaluaciones del yuan cacarearon como los gallos a la madrugada, han vuelto a callar.
El domingo 20 de setiembre, en el diario madrileño El País, el economista Ángel Ubide publicó un luminoso reportaje sobre el «gigante asiático»; a través de Internet, Marcelo Muñoz ha reclamado a los medios informativos que presten mayor atención a este país y a su economía, y ha criticado en especial el absoluto silencio de los medios informativos españoles.
¿A quién le interesa tanto silencio? ¿A quién le importa silenciar la evolución de la segunda economía del mundo? ¿Para cuándo cambiar el disco rayado de «la China de Mao, la China comunista», el Dalai Lama expulsado de su trono medieval teocrático, los tan traídos y llevados derechos humanos en China, (por supuesto, pasando de los derechos de los refugiados sirios que nos llegan a Europa…), y cambiar a nuevos temas y nuevas visiones del entorno asiático?
Por ahora, ante tanta pregunta, lo cierto es que China se reinventa a sí misma.