No parece aventurado pronosticar que en el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) no habrá exhibición de pancartas que recuerden la masiva y salvaje violación de mujeres judías por los terroristas de Hamás, que invadieron dos kibutzim y un festival de música al aire libre el pasado 7 de octubre. Las habitualmente estentóreas manifestaciones feministas que suelen llenar de proclamas tajantes sus reivindicaciones guardan un estridente silencio sobre uno de los episodios más trágicos y descarnados sufridos por la humanidad.
Una treintena de organizaciones internacionales, desde el Observatorio Geopolítico de América Latina a la Red Europea contra los Crímenes de Odio, pasando por la Coordinadora contra la Misoginia y el Machismo o la Plataforma contra el Antisemitismo, han hecho una declaración pública en la que manifiestan “su dolor y enojo enorme por el silencio de las feministas” ante la brutalidad de aquellos actos. Resaltan que tal silencio por parte de organizaciones supranacionales como United Nations Women o Cruz Roja es “premeditado”, lo que parece demostrar que, “lejos de defender los derechos de todas las mujeres, han decidido callar y convertirse en feministas selectivas”.
Como la memoria suele ser floja y el amontonamiento de acontecimientos contribuye más aún a difuminarla, conviene refrescarla y recordar los testimonios presentados en una sesión celebrada en un acto en las Naciones Unidas el pasado 4 de diciembre. Katherine Rosman y Lisa Lerer, dieron cumplida cuenta de aquella sesión en The New York Times con testimonios espeluznantes: “El cuerpo de una mujer tenía clavos y diferentes objetos en sus órganos. En otra casa, los genitales de una persona estaban tan mutilados, que no podíamos identificar si era hombre o mujer”. Simcha Greinman, voluntario que ayudó a recoger los restos de las víctimas del asalto, añadió: “Vi cosas espantosamente horribles con mis propios ojos y sentí con mis propias manos”.
Shari Mendes, integrante de una unidad encargada de preparar el entierro de las soldados caídas, aseguró que varias mujeres asesinadas “recibieron disparos en la entrepierna, directamente en la vagina o en el pecho”, mientras que otras presentaban la cara mutilada o varios disparos en la cabeza.
Aquel 4 de diciembre estaban a punto de cumplirse dos meses de la barbarie, y United Nations Women no había emitido comunicado alguno de condena. Quién, por el contrario, negó haber cometido aquellas atrocidades, fue el propio Hamás, sin duda porque admitirlo sería tanto como reconocer que sus combatientes se habían saltado sus propios principios islámicos.
Sin embargo, las pruebas son numerosas y contundentes. Tanto en el espacio al aire libre, donde se celebraba el festival de música, como en los recintos de los kibutzim asaltados, aparecieron cadáveres de mujeres encontradas parcial o totalmente desnudas, mujeres con los huesos de los pelvis rotos, o testimonios en video de mujeres en sus declaraciones a la policía, en los que relataban cómo los terroristas de Hamás violaban por turnos a una joven a la que habían capturado, la mutilaban y consumaban su suplicio disparándole en la cabeza.
Meni Binyamin, director de Investigación de Delitos Internacionales de la Policía israelí, manifestó tener documentados “docenas de violentos incidentes de violación y de los abusos sexuales más extremos que hayamos podido ver nunca”.
En aquella tormentosa sesión en la sede neoyorkina de Naciones Unidas cientos de manifestantes acusaron a la ONU de aplicar un doble rasero cuando se trata de violencia sexual, lo que subrayaron con eslóganes como “Yo también, a menos que seas judía”, en alusión irónica al lema “Me Too” del feminismo.
Desde ese día de diciembre hasta ahora se ha producido un giro del relato, en el que se trata de relativizar la gravedad y dramatismo de la masacre del 7 de octubre, aludiendo al contexto de la situación del pueblo palestino, que sufre directamente las consecuencias de la guerra entre Israel y Hamás. Esa amalgama es absolutamente improcedente porque equivaldría a legitimar la violación de las mujeres como arma de guerra, lo que desgraciadamente viene sucediendo desde el principio de los tiempos. Que ello ocurra no significa que lo contemplemos como normal, no lo es en absoluto. Los autores de tales hechos no pueden ser legitimados en modo alguno ni en Gaza ni en ningún otro lugar del mundo.
En consecuencia, sería muy deseable que la lucha del feminismo no se decantara tan parcialmente hasta ignorar por completo que las judías, al menos tanto como las musulmanas, cristianas o agnósticas son también mujeres. Violarlas es un delito condenable por los tribunales, pero hace falta que la sociedad en su conjunto lo condene también, sin distingos por su etnia, raza o religión.
FOTO: Masacre de Hamás en kibutz israelí