El diario Expansión publica hoy, 27 de octubre, algunas cifras de la situación del Covid-19 nada parecidas a las que ofrece el conjunto de los países de Occidente.
Un 6,5 por ciento de cada 100.000 habitantes padecen en ese momento de Covid-19, sobre los 1.395 millones de habitantes del país más poblado del mundo.
El PIB de China descendió un 6,8% en el primer trimestre de este año 2020, pero en el tercer trimestre se ha registrado una tendencia al alza de un 4,9%, marcando ya el inicio de la vuelta al crecimiento sostenido que viene experimentando la economía china. Se reconoce con todos estos datos que la pandemia ha sido claramente dominada.
En términos generales, se admite que el país del Dragón, la China de Xi Jinping con su economía de mercado y sus libertades controladas, con su Partido Comunista en el poder y su filosofía entre marxista, liberal y confuciana ocupa el segundo lugar en la escena mundial, pisando los talones a los Estados Unidos de América.
Pero en lo que toca a la pandemia que está llenando Occidente de millones de infectados por el Covid, metido en una segunda ola en que el porcentaje de infectados se escribe con tres cifras, desde 200 hasta casi 900 por cada 100.000 habitantes, padece un retroceso hartamente preocupante en sus cifras de parados, cierres de empresas y un frenazo nunca visto en la actividad económica.
Y el futuro se sigue viendo muy oscuro y a largo plazo. Y la vacuna del Coronavirus tarda en llegar. Y el número de muertos por el Coronavirus no anda muy lejos de cifras millonarias.
En este apartado, en esta guerra contra la muerte y la pandemia, China es la supercampeona mundial, a una enorme distancia del que intente reclamar la segunda plaza…
¿Cuál es el secreto de esta superioridad?
Desde varios milenios atrás, bajo el dictado de un filósofo y de una ideología que admiraron profundamente el jesuíta Mateo Rizzi, Leibniz, Montesquieu, Voltaire y todos los personajes de la Ilustración, de un casi desconocido de Occidente Confucio, todos los ciudadanos chinos aceptan como un dogma de fe que la economía debe estar al servicio de la comunidad, de los 1.395 millones de chinos, que todo, absolutamente todo, se debe someter a la salvaguarda de todos los ciudadanos.
Justo lo contrario de la filosofía occidental, que heredamos de los filósofos griegos y romanos, que nos ha hecho conquistadores de todo el Tercer Mundo, que honra con los máximos honores a los que amontonan miles de millones de dólares en sus paraísos fiscales, que deciden por su cuenta y riesgo, a espaldas de sus gobiernos, cuál será la renta per cápita de los africanos, de los habitantes del sudeste asiático o de la India, de los bolivianos o los habitantes de la América de habla española o portuguesa, cuántos ciudadanos de todos esos países deben padecer paro, hambre, a cuántas mujeres se les puede eliminar el clítoris, cuántos niños deben morir de hambre, cuántas mujeres deben ser encerradas en prostíbulos para disfrute del mundo occidental, cuál debe ser la renta de los países petrolíferos de Arabia y de otros países.
Eso sí, el nombre de dios cuenta mucho en los discursos de los políticos de Occidente, y no figura en el diccionario chino…