Cayucos, macroeconomía y colonialismo

La visita esta semana del periodista Jaume Portell nos ha aportado una mirada macroeconómica y de reminiscencia colonial al por qué tantos jóvenes senegaleses y gambianos salen de sus países

José Segura Clavell
Por
— P U B L I C I D A D —

La isla de El Hierro ha vuelto a vivir 48 intensas horas de llegada de cayucos. Entre los pasados miércoles y jueves (15 y 16 de noviembre), llegaron seis cayucos a La Restinga con un total de 437 personas a bordo. La mayoría, originarias de Senegal. Llevábamos unos días en que El Hierro había ralentizado su ritmo de recepción de embarcaciones y se había notado un incremento por Lanzarote (2 pateras en esos mismos días). Pero parece que la isla más occidental de nuestro archipiélago se está convirtiendo en un punto de referencia para muchas de las personas que se deciden a hacer la ruta canaria y que se arriesgan, enfilando sus proas hacia el oeste, a acabar perdiéndose en pleno Océano Atlántico y llegar incluso, ya muertos de hambre y sed, al Caribe, como nos recordaba hace nada el periodista Juan Manuel Pardellas en la presentación de su último libro.

La isla que recibe a cada embarcación, si el viaje no ha tenido incidentes importantes, explica generalmente de dónde había salido. En esencia, las de Senegal y Gambia llegan ahora a El Hierro, porque es la ruta marcada en sus GPS una vez se abandonan las 12 millas de aguas internacionales que en Senegal contribuyen a cuidar dos patrulleras y un helicóptero de la Guardia Civil, y en Mauritania dos patrulleras y un avión de la Guardia Civil más un helicóptero de la Policía Nacional. Es importante señalar que el hecho de colaborar con las autoridades africanas permite evitar que esos viajes ayuden a incrementar el número de fallecidos en esta travesía tan peligrosa. Estamos en noviembre, y la mar ya no es tan calma como lo estuvo en octubre. Así que hemos vivido tragedias, personas que llegan o directamente fallecidas o a punto de hacerlo.  

Las imágenes de la primera atención a los llegados en El Hierro estos pasados días me ha hecho pensar de nuevo en la complejidad de este fenómeno, en cómo generar de verdad iniciativas para que los jóvenes senegaleses, gambianos, marroquíes o de otros países de África occidental no vean otro remedio en su vida que el de subir al cayuco y jugarse la vida. Algo para lo que considero imprescindible comprender los mecanismos sociopolíticos y económicos de esos países y las dinámicas que empujan a su juventud a abandonarlos. 

En el análisis de los diversos motivos de por qué los jóvenes emigran en Casa África hemos tenido el lujo, el privilegio, de escuchar a Jaume Portell, un joven periodista con un extraordinario talento para combinar sus conocimientos y análisis de la macroeconomía con el reporterismo en el terreno. En esencia, Portell es capaz de explicarte con sencillez, rigor y precisión por qué lo que ocurre en el mercado de futuros de Chicago tiene impacto directo en el precio de un plátano en un mercado rural de Senegal. O por qué el círculo vicioso de la deuda externa de un país africano provoca que el 33% de la tierra cultivable en Senegal se dedique al cacahuete de exportación y que eso fuerce a un país a tener que comprar el arroz en Pakistán, a pesar de contar con las condiciones y las tierras necesarias para poder ser autosuficiente. O por qué, centrándonos de nuevo en Senegal, la cantidad de pescado que se comía en ese país y en España era la misma en los años 90 del siglo pasado y hoy hay una diferencia de más del triple de pescado consumido a nuestro favor, aunque Senegal sea un país con una gran riqueza y tradición pesqueras.   

Son motivos macroeconómicos que uno no suele pararse a analizar pero que explican por qué la pobreza empuja a los jóvenes al cayuco. Y Portell lo hace de manera espectacular. Su libro, ¿Por qué no se quedan en África? (Ed.Aledis), busca provocar desde el mismo título. Busca, como él dice, que nos hagamos las preguntas incómodas sobre la raíz de los problemas: ¿cómo es posible que países tan ricos en materias primas sean tan pobres, lo tengan que traer todo de fuera y su juventud esté tan desesperanzada que la emigración se convierte en la única baza posible? ¿Cómo inciden nuestras acciones y las decisiones de nuestros gobiernos, realmente, en las vidas de nuestros vecinos africanos? ¿Qué pasa una vez que llega una patera a nuestra costa, los medios de comunicación lo documentan y nuestros ojos se apartan de las personas que descienden de ella? ¿El colonialismo que enciende los ánimos de los nuevos líderes de juntas militares que gobiernan en el Sahel, por ejemplo, y que mueve a masas de personas para protestar en las calles africanas es realmente algo del pasado? ¿Son el puro humanitarismo o el repliegue identitario las únicas formas de reaccionar frente a la llegada de migrantes africanos a nuestra tierra? 

Para resumirles un poco el pensamiento de Portell, una persona muy joven, pero de una talla intelectual impresionante, que me ha hecho replantearme hasta el mismo trabajo de la institución que en estos momentos dirijo, las únicas dos recomendaciones que puede hacer al nuevo gobierno español (y todos sus socios europeos) para establecer una relación realmente honesta y diferente con nuestros vecinos son favorecer la cooperación intraafricana y su prosperidad y abandonar totalmente la cooperación ligada, que técnicamente se limita a emplear la mayor parte de nuestros recursos en pagar a profesionales europeos, evitando que algo cambie en esa tierra. Puso un ejemplo concreto: recomendaría que Europa trabajara para favorecer que Senegal y Guinea se aliaran para que el primero empleara su petróleo y el segundo su bauxita en producir el aluminio que necesitamos para ensamblar coches eléctricos más ligeros y baratos. 

Portell tiene claro que la riqueza y la industrialización africanas solo pueden favorecernos, al ampliar los mercados y la cooperación en nuestro vecindario. Igual que tiene claro que Europa lleva demasiado tiempo queriendo comerse un imaginario pastel en solitario, apoyada por élites locales nacidas a partir de un sistema colonial extractivo que no ha muerto, y que el mundo está cambiando de tal manera que esa codicia egoísta no puede prevalecer por más tiempo. Por decirlo de otra forma: si el subdesarrollo africano favorece a unas élites determinadas aquí y allá y parece que, técnicamente, nos viene estupendamente a los europeos, su desarrollo será mejor, a largo plazo, para todos. 

No puedo cerrar este artículo sin recomendarles vivamente la lectura de este texto, que me ha conmovido enormemente. Necesitamos más reflexiones profundas y certeras, como la suya y un cambio radical de paradigmas, que se dice ahora, y deforma la manera de ver al continente, de relacionarnos con él y de cooperar para lograr resultados. Es fundamental para parar las muertes que nos atormentan en nuestro océano y nuestras playas. Lean, pues, a Jaume Portell y a otros analistas que suelen colaborar con nosotros para revisar sus certezas y plantear las preguntas correctas. Quizás, así, también podremos responder de manera más adecuada a los desafíos que se nos plantean en nuestros días.

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