Coincidiendo exactamente con el 200º aniversario de su independencia, Perú entronizó a Pedro Castillo, “su primer presidente pobre”, en definición del analista Hugo Otero. Pasa directamente de su humilde casa rural en Los Andes al palacio presidencial de Lima, puesto que también es el único mandatario en más de un siglo en no poseer casa en la capital. A su nueva residencia se ha trasladado un presidente, que se declara católico ferviente, y, por tanto, contrario al aborto, al matrimonio homosexual y la eutanasia, con su esposa Lilia Paredes, maestra como su marido, pero cristiana evangélica, y sus hijos: Arnol, de 16 años, y Alondra, de 9.
Su ceremonia de toma de posesión no despeja la principal incógnita del mandato que ahora inicia el presidente Castillo: ¿gobernará conforme a sus principios y promesas o estará teledirigido por el líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, el político de izquierda radical que no muestra empacho alguno en alinearse con el castrismo cubano y el madurochavismo venezolano?
Durante la larga espera acaecida entre la celebración de la segunda vuelta electoral y su proclamación como presidente electo, Castillo ha multiplicado gestos y declaraciones tendentes a tranquilizar tanto a los sectores más conservadores del país como a los inversores extranjeros, entre los que se encuentran numerosas e inquietas empresas españolas. Antes incluso de nombrar primer ministro, Castillo ya había designado al economista y catedrático Pedro Andrés Francke como ministro de Economía y Finanzas, quién tampoco se ha cansado de repetir el mismo mensaje tranquilizador: “No habrá expropiaciones ni confiscaciones de planes de pensiones”. Francke será, pues, al mismo tiempo el principal apoyo del presidente Castillo y el mayor obstáculo para que Cerrón imponga al Gobierno su reconocido credo neocomunista.
Hay ya quién, mutatis mutandis, compara el papel que desempeñará Vladimir Cerrón detrás de Pedro Castillo con el que tuvo el todopoderoso valido de Alberto Fujimori, Vladimiro Ilich Lenin Montesinos, ambos ahora en prisiones de alta seguridad por la corrupción y los crímenes cometidos so pretexto de combatir al sanguinario terrorismo de Sendero Luminoso. A Montesinos se le han grabado recientemente conversaciones telefónicas desde la cárcel con personajes civiles y militares, aconsejándoles sobre cómo actuar para impedir que Castillo llegara a calzarse la banda presidencial, empeño en el que, a la vista está, ha fracasado.
“No somos chavistas, no somos comunistas, nadie ha venido a desestabilizar a este país, somos trabajadores, somos luchadores, somos emprendedores”, se desgañitaba Castillo en sus entrevistas previas a su toma de posesión. Al tiempo, repetía como un mantra que salud, educación y agricultura son los tres sectores a los que pretende dar prioridad en su mandato, en los que aspira, para empezar, a la creación de al menos un millón de empleos en un año.
Se auguran fuertes enfrentamientos por la nueva Constitución
Además, claro está, de lograr aminorar los estragos de la pandemia, especialmente mortífera en Perú, la siguiente prioridad es la creación de una comisión constituyente que redacte una nueva Constitución, un campo de batalla político en el que Cerrón aspira a imponer una ley fundamental de corte castro-chavista. Algo que, si no median actuaciones extraparlamentarias –manifestaciones masivas, huelgas generales y asaltos institucionales, por ejemplo- no será en absoluto fácil ni probable que suceda, toda vez que el Parlamento tiene una amplia mayoría de diputados centristas y conservadores, y donde los radicales izquierdistas de Perú Libre solo cuentan con 37 escaños de los 130 de que se compone la Cámara Legislativa.
Castillo, sin partido propio, encontró en el Perú Libre de Cerrón la formación política capaz de dotarle del aparataje con el que al final se impuso por apenas 43.000 votos a su rival, Keiko Fujimori. Por su parte, Cerrón encontró en Castillo un mascarón de proa ideal para sus propósitos de integrar a Perú en el eje castro-chavista. Queda efectivamente por ver si el nuevo presidente, una vez revestido del poder institucional, puede imponerse a los designios de quien le facilitó la candidatura y a fin de cuentas el triunfo electoral final. De su pugna con Cerrón dependerá no sólo el rumbo que tome Perú sino el que también pueda adoptar el continente iberoamericano.