Cáncer en la Presidencia

“Al diablo con la gente, lo más importante es la presidencia” (Leonard Garment, asesor presidencial de Nixon).

Cáncer en la Presidencia
Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

Así califica el que fuera mano derecha de Richard Nixon una de las reuniones dedicadas al caso Watergate y a sus implicaciones políticas y judiciales, en el conocido Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington, cuando la deriva implacable del mismo no se podía detener.

En el libro de memorias escrito con posterioridad a su despido y a la caída del presidente, enumera algunas de las claves que pueden hacer que, el hombre que se considera más poderoso del mundo, cuya voluntad está por encima de instituciones y personas, acabe metido en un laberinto que le lleve a la dimisión y, en su caso, a la imputación de inductor de graves delitos.

Richard Nixon (apodado “el monje loco” por sus colaboradores), estuvo rodeado de un equipo personal y otro institucional. En el primero de ellos se encontraba Harry Robbins Haldeman, autor junto a Joseph DiMona del libro “La agonía del poder” a que nos referíamos, junto a otros ayudantes como John Dean, John Ehrlichman así como los encargados de cumplir y hacer cumplir los deseos presidenciales sin que éste apareciera implicado, como Chuck Colson, Egil Krogh o David Young, a los que se llamó “fontaneros” con referencia a los trabajos sucios encomendados. Una buena parte de ellos -como el propio Haldeman- sirvieron de chivos expiatorios en su momento y él mismo se consideraba “el H.D.P. (entiéndase su significado) de Richard Nixon” que, en su momento, aconsejó Eisenhoover: “todo presidente debe tener su H.D.P.” refiriéndose a la persona dispuesta a hacer cualquier cosa por los presidentes.

Del funcionamiento de esa estructura de poder da algunos ejemplos Haldeman como el caso en que “un empleado de nivel medio del Departamento de Justicia llamado Richard McLaren intervino en los procesos antitrust sobre la poderosa ITT (International Telephone and Telegraph)”. Nixon furioso tomó cartas en el asunto a través Richard Kleindienst ayudante del fiscal general: “Quiero que este asunto quede resuelto y si no McLaren estaré de patitas en la calle en menos de una hora. Es una orden. No quiero que McLaren vaya por ahí procesando a la gente…”. Lo que da idea del personaje.

En Washington se consideraba que había cuatro bloques de poder. El primero de ellos por orden de importancia era la prensa. El segundo la burocracia. El tercero el Congreso y el cuarto la comunidad de servicios secretos, todos ellos de una u otra forma enfrentados al presidente. Es notable que el Congreso aparezca en tercer lugar cuando debía encabezar la relación, no sólo por su poder político, sino por la representatividad supuesta del pueblo americano y su función de control del gobierno.

Por lo que se refiere a la prensa, Haldeman dice: “Los dos periódicos más influyentes del país y las tres cadenas de televisión, eran propiedad de liberales y estaban dirigidos por ellos (aún sigue siendo así). Añadamos que los periodistas que realmente escriben o informan, son conocidos por su antipatía hacia los republicanos, especialmente Richard Nixon”. La alusión a la “élite” del Este centrada en Nueva York y Washington fue utilizada por el vicepresidente Spiro Agnew en los discursos escritos por Patrick Buchanan (según refiere Haldeman) al mismo tiempo que reconoce que estaban (y están) controlados por una pequeña élite cuyo poder define como “sobrecogedor”.

Tanto la burocracia institucional (con sus inercias administrativas) como los llamados “servicios secretos”, podrían englobarse en un mismo conjunto a la hora de conocer que, si bien debían estar al servicio de la Administración, no podían aceptar arbitrariedades, caprichos o ilegalidades de la presidencia de turno. Su lealtad estaba para el pueblo americano, lo que no facilitó la relación de Nixon con la CIA, el FBI, la DIA y la NSA, cuyos directores tenían su propio criterio a la hora de gestionar sus respectivas responsabilidades y no aceptaban las imposiciones presidenciales (menos aún las propuestas que podían suponer algún delito). Todos sabían que eran “cabezas de turco” en los temas más sensibles como cuando se intentó controlar a la prensa o minimizar sus críticas.

Watergate podía haber sido una “chapuza” más en la gestión de Nixon. Unos personajes habían entrado en la sede del Partido Demócrata, con fines poco claros. El allanamiento acabaría en los tribunales y, poco a poco, como las fichas del ajedrez, fueron cayendo los que de forma más o menos explícita constituían los “H.D.P.” del presidente, que aceptaron sus órdenes y deseos sin darse cuenta de serían arrastrados a una vorágine judicial y a una crítica social de graves consecuencias. Algunos como Bill Rogers del Departamento de Estado se negaron a ello y Nixon pretendió pasar a todos sus empleados por el detector de mentiras (un ejemplo del estado policíaco que -según Haldeman- pretendía Nixon).

Cuando el Consejero Legal de la Presidencia John Dean alertó de lo que se venía encima, la reunión entre éste, Haldeman y Nixon del día 20 de marzo, significó el reconocimiento del “cáncer en la presidencia” de EE.UU. y la consiguiente caída estrepitosa de la administración, cuyos “H.D.P.” responsables tuvieron que dedicar mucho tiempo de su vida y enormes esfuerzos para defenderse de las muchas imputaciones que, como un rosario sin fin, llamaron a su puerta. Tanto las audiencias del Comité Ervin en el Senado, como los juicios específicos (Watergate y Ellsberg), fueron el principio del fin de Richard Nixon.

Por ello resulta interesante y aleccionador el libro de H.R. Haldeman, sobre todo para quienes se convierten o se han convertido en cómplices directos o indirectos de desmanes políticos en los diferentes gobiernos del mundo, aunque también a su vez resulta un toque de atención sobre la precariedad del poder que desea mantenerse a toda costa sobre los demás. Al final los “H.D.P.” serviles acaban por levantar alfombras y cantar lo que sea preciso en su propia defensa.

Y es que, en la vida, cualquier cosa puede pasar…

1 Comentario

  1. La ruptura del vigente modelo de poder Imperial es condición necesaria para el progreso, la autonomía y la libertad.

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