Muchos condenan a Israel por la actuación de sus ejércitos en Gaza y las muertes de la población palestina que ya superan los 22.000 según cifras palestinas o de Hamás que gobierna en ese territorio desde 2006 tras unas elecciones que nunca volvieron a repetirse. Sus milicias terroristas hacen todo lo posible para confundirse con esa población tras la que se parapetan sin intentar protegerla. Sus túneles tampoco reparan en si pasan por debajo de escuelas o si se accede a ellos desde un hospital.
Asistimos a una guerra en toda regla. No se trata de pillar a unos pocos terroristas que cometieron un atentado. Es una represalia por el ataque de unas milicias militarizadas a civiles en territorio israelí. Se les exige a los israelíes actuar dentro de unas reglas que sus enemigos no respetan. Hay que pedirlo a Israel, un Estado democrático, pero es argumentable que Hamás también debiera actuar respetando normas internacionales y su operación especial del 7 de octubre no las cumplía ni su continuado secuestro de inocentes civiles capturados entonces. Para muchos será fácil determinar quién es Caín y quién Abel. Sin embargo, no siempre en las peleas fratricidas la culpa es solo de uno.
Mejor sería que palestinos e israelíes volviesen a una mesa negociadora para acordar una paz definitiva. Hay que presionar a los radicales de cada parte para que no sigan prevaleciendo. Las grandes potencias y NNUU siguen teniendo para ello una responsabilidad. También la Unión Europea. Para ello el horror actual ha de terminar e Israel puede hacerlo, pero también Hamás que podría cesar una resistencia ya sin sentido.
Las críticas a Israel estarán justificadas, pero las culpas de lo que está sucediendo deben repartirse más ecuánimemente. Por ejemplo, se acusa a Netanyahu de no estar interesado en la liberación de los rehenes. Es una forma de ver las cosas, pero se podría decir también que no cede al chantaje en función de otros intereses valorados no solo por él, sino por el gobierno de unidad nacional que incluye a la oposición.
Hay que criticar a Hamás por no haber liberado aún a los rehenes secuestrados o pedirle acabar con un horror que ha provocado. Podrían las milicias de Hamás dejar de combatir o huir a Egipto, aunque se puede dudar que los egipcios les acogieran. Jordania y el Líbano fueron víctimas en el pasado de terroristas palestinos acogidos como refugiados.
Los de Hamás ya han conseguido sus principales objetivos: parar el acercamiento saudí a Israel y poner de nuevo sobre el tapete internacional su problemática. ¿Necesitan que Israel mate a más civiles palestinos aún? Podrían asegurar, asimismo, que están dispuestos a no echar a los israelíes al Mediterráneo. Podría describirse también en los medios el odio árabe a Israel desde su constitución y no sólo el de los israelíes a los árabes. Israel tiene muchas culpas, pero árabes y palestinos también en una problemática muy compleja.
El director del museo del holocausto en Israel ha señalado recientemente que en su opinión miembros del gobierno de Sánchez “… han cruzado la línea entre la crítica a Israel y el antisemitismo”. Añade que hay ministros que dan declaraciones definidas como antisemitas por un organismo del que España forma parte: la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto. Su presidencia se turna anualmente entre sus 34 miembros y España podría llegar a ostentarla.
En cualquier caso, parece hacerse desde el Gobierno español lo necesario para trasladar esa percepción al mundo judío. No solo por criticar a Israel, sino también por una actitud militante en su contra que llega, como vemos con los ataques hutíes al tráfico marítimo por el Mar Rojo, a impedir que la Unión Europea defienda intereses internacionales, occidentales, europeos y españoles porque con ello se ayudaría a Israel como argumentan los que no quieren un operativo naval contra esos ataques. El lobby judío internacional es mal enemigo y las afirmaciones del director de ese museo una mala carta de visita para muchos países amigos, socios y aliados.