Brexit irreversible

Carlos Miranda
Por
— P U B L I C I D A D —

Alea jacta est, dijo Julio Cesar al cruzar el pequeño río Rubicón que, al Norte de la actual Rimini, delimitaba sus jurisdicciones en la Galias Comata (melenuda) y Cisalpina (Norte de la Italia actual), con la propiamente romana en la que no debía penetrar con sus legiones. La suerte estaba echada. Un acto, irreversible, como el Brexit.

La unión hace la fuerza, reza el lema del Reino de los belgas, a pesar de los intentos separatistas flamencos. Hay que admitir, por lo tanto, que perdemos todos con la marcha del Reino Unido, aunque, posiblemente, más los británicos, que se quedan solos, a su única bola, por muy contentos que digan estar.

De los países de la Unión Europea, sólo tres de ellos, por su entidad política, económica y militar, podían pensar que les podría ir bien yendo por su cuenta en el frío que hay fuera de la Unión: Alemania, Francia y Reino Unido. Sin embargo, Francia sabe que es más fuerte modelando la UE con el respaldo alemán. Alemania, por su parte, sabe, aún, que por su propio bien y el ajeno, le conviene estar constreñida por dos camisas de fuerza, la UE y la OTAN. El recuerdo difuminado del nazismo lo hace subrepticiamente perentorio sin perjuicio de un resurgimiento, hoy en día, de la extrema derecha. Además, con una se enriquece y con la otra obtiene seguridad estratégica. En ambas Instituciones arrastra a veces los pies, pero en la Alianza Atlántica se acaba quedando apartada cuando lo hace, mientras que, en la Unión, su opinión y voto son determinantes porque nada se hará sin el acuerdo franco alemán, clave de la bóveda europea.

Siguiendo, pues, la ley de Murphy, de los tres, únicamente el RU se dejó tentar por la soledad soberanista porque, en definitiva, el RU entró en la Unión para controlarla porque, al igual que Moscú, Londres no quiere un poder continental fuerte. Siempre lo ha combatido. Sin embargo, estando dentro de la UE, el RU debía pagar el precio de amoldarse a los demás que, por si lo anterior no fuese poco, consideran a veces criterios emocionales y utópicos para llevar adelante una Europa fuerte que Londres detestaría, en detrimento de consideraciones esencialmente racionales y económicas que son las que suelen guiar a los británicos. Bien es verdad que la Unión se ha beneficiado, y mucho, de este pragmatismo, y deberá cuidar el mantenimiento de la seriedad y coherencia en su próximo desarrollo.

Europa pierde un miembro importante, un país fuerte e inteligente, un país dinámico, ciertamente, pero conserva, al menos eso debiera, más cohesión y se ahorrará los palos en las ruedas del caballo anglo-troyano. Ahora ya no podrá pretextarse al británico para no profundizar en la Unión, si bien es posible que salgan de su guarida los que se escondían detrás del manto de Albión. Va llegando otra hora más de la verdad que sólo podrá resolverse con un firme liderazgo de Paris y Berlín y, naturalmente, la complicidad de la Presidencia de la Comisión Europea.

Los británicos ganan en autonomía, que, a veces, les vendrá bien por obtener más flexibilidad, pero, pueden, también, tener que pagar diversos precios más adelante. Financieramente conservan la City, pero con menos libertad de acción, y, económicamente, tendrán más dificultades porque serán menos atractivos para muchas empresas. Comercialmente, esperan compensar cierta pérdida de competitividad en la UE con los mercados del Commonwealth. No obstante, su vecindad geográfica (y mental) con la UE les convertirá en socios e “influencers” importantes para bastantes empresas europeas.

No hay que olvidar, asimismo, que la mayoría de los países de la UE son miembros de la OTAN en la que el RU permanece y que Francia tiene acuerdos bilaterales importantes con el RU en materia de defensa. Poseen, además, ambos, armas nucleares, unas armas que, en el caso francés, serían el único punto de partida para una disuasión nuclear de una Defensa Europea que aspirase a una verdadera autonomía estratégica, no una de boquilla.

Por otra parte, los británicos confían en su privilegiada relación transatlántica que es política, estratégica, económica, cultural y comercial, entre otras cosas. Sin embargo, “los primos” resolverán directamente con Bruselas, Paris y Berlín problemas que antes pasaban por Londres, ahora que esta capital ya no es comunitaria. La relación especial se mantendrá entre Londres y Washington, pero, salvo retorno improbable del trumpismo, para los EEUU será más importante el continente que las islas. Son estas las que, ahora, se quedarán aisladas si hay un temporal en el Canal de La Mancha y no al revés como siempre decían en los partes político-meteorológicos británicos. De todos modos, para todos nosotros el Atlántico Norte seguirá siendo el “Mare Nostrum” de hoy en día teniendo en cuenta que a ambos lados está asentadas culturas, en sentido amplio, semejantes.

El RU recupera soberanía, pero puede pagar ciertos precios complicados, entre ellos en tres temas que afectan a España: Escocia, Irlanda y Gibraltar. En Escocia resurgen ya los impulsos de otro empuje independentista en búsqueda de un segundo referéndum acordado con Londres. No será inmediatamente, pues los soberanistas escoceses no están bien unidos por peleas internas personales, pero esto será pasajero teniendo en cuenta que la gran mayoría de los escoceses quisieron permanecer en la UE fuera de la cual ven poco futuro. Aunque Escocia fue independiente y Cataluña nunca lo ha sido, los separatistas catalanes pondrán sus miras en Edimburgo. Antes era al revés.

Con el RU en la UE, Irlanda era una sola isla a muchos efectos prácticos a pesar de que el Ulster es británico. Para respetar la paz fruto de los acuerdos del Viernes Santo, Londres aceptó que la parte británica de la isla se mantenga en el mercado común. Es una concesión de soberanía que disgusta a bastantes en el Ulster, y en Inglaterra, ya que la aduana y frontera entre la UE y el RU en esta parte del mundo ha quedado, según lo pactado, en el Mar de Irlanda. Una situación que puede apelar a actuaciones violentas de los nacionalistas protestantes del Ulster como ya ha ocurrido con pintadas amenazando la vida de los aduaneros. Johnson ya da muestras de querer modificar este arreglo, una raya roja, sin embargo, para Dublín. Von der Leyen no ayudó cuando torpemente quiso restablecer una frontera en medio de esta isla con ocasión del diferendo con Astra-Zeneca. Dio marcha atrás y se excusó, pero ayudó a que el lobo enderezara las orejas.

En cuanto a Gibraltar, los llanitos también prefieren estar vinculados a la UE que quedarse al pairo con el RU. España hace bien en permitírselo porque ello les aleja de Londres y aunque su acercamiento sea a la UE, el hecho incontrovertido es que, allá abajo, al Sur de la Península, España es la Unión. Madrid tiene, ahora, la última palabra en la UE en lo relativo al Peñón y los demás socios no tienen por qué desentenderse pretextando, como antes, que no querían elegir entre dos miembros.

No por ello se volverán los gibraltareños espontáneamente “españolistas” (“palomos” se autodenominaban algunos pocos antiguamente), pero otorga a España muchas cartas favorables para que en el Peñón acepten la realidad de una mayor dependencia española. Naipes, sin embargo, a jugar con habilidad y prudencia por los españoles, colectivamente, no sólo por parte de las autoridades oficiales, porque España debe borrar con muchas sonrisas el agresivo cierre franquista de la Verja (aunque erigida por los británicos en 1908), lo que nunca más deberá producirse.

Tanto en el caso irlandés como en el gibraltareño acontece que el RU ha tenido que aceptar mover su aduana y policía a puertos y aeropuertos para permitir una unificadora libre circulación en toda la isla irlandesa y entre el Peñón y el Campo de Gibraltar, es decir con el resto de España y de la UE.

Hubiera sido mejor para todos que el RU se hubiese quedado en la Unión, pero siendo las cosas como son, hay que sacarle provecho a una nueva situación que debe aceptarse, considerarse definitiva y gestionarse sin acritud alguna. Cada parte defenderá, como siempre, sus intereses, pero, ahora, como buenos vecinos en lugar de socios. Es de desear que así sea porque no será tan fácil y en los principios siempre cuesta encontrar el verdadero sitio de cada cual.


Texto publicado en la revista TIEMPO DE PAZ Nº 140, Primavera 2021

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