Al presidente argentino Alberto Fernández se le escapó reconocer en Moscú, o quizá lo subrayó para que quedara bien claro, que la gran aspiración de Argentina es librarse de la dependencia del Fondo Monetario Internacional y de Estados Unidos. Este es el mayor socio del FMI, al que Buenos Aires le debe 44.000 millones de dólares, una deuda que cada día que pasa parece más impagable.
La capital rusa era la primera parte de la gira de Fernández, y el presidente pidió a su colega Vladímir Putin que considerara a Argentina la mejor puerta de entrada de Rusia en el continente latinoamericano. Se abstuvo el mandatario argentino de pronunciarse abiertamente sobre el conflicto ruso-ucraniano, pero el Kremlin ha tomado buena nota de esa disposición argentina a echarle una mano si fuere preciso, en el caso de que el pulso con la OTAN fuera a más y necesitara de apoyos para un reequilibrio de influencias planetario.
Pero, donde Fernández se ha apuntado su mayor éxito en esta gira, al igual que el presidente Xi Jinping por otra parte, ha sido en China. El líder chino le dispensó prácticamente el mismo trato que a Putin, larga entrevista y almuerzo privado, y si al líder ruso le garantizó la compra de 10.000 millones de metros cúbicos de gas anuales, al argentino le ha ganado para la causa de su proyecto planetario One Belt One Road, más conocido popularmente como la Nueva Ruta de la Seda.
En total, proyectos e inversiones por valor de 23.700 millones de dólares, de ellos 9.700 destinados a un amplio Plan de Cooperación en materia de energía, abastecimiento de aguas, alcantarillado, transporte y construcción de viviendas. Los 14.000 millones restantes estarían incluidos en el marco del llamado Diálogo Estratégico para la Cooperación y Coordinación Económica, que, con una carpeta que contiene ya una decena de proyectos, invertiría principalmente en proyectos de desarrollo de las provincias de Buenos Aires, Río Negro y Catamarca.
La progresiva conquista china
Culmina así un idilio chino-argentino, intensificado a raíz de que el país del Cono Sur latinoamericano fuera de los más asolados por la pandemia del coronavirus. Mediante donaciones y ventas, China le abasteció del material médico y hospitalario imprescindible, incluidos 30 millones de vacunas Sinopharm. Y, al mismo tiempo, ambos países han empezado a desarrollar otros proyectos al margen, tales como la instalación de una base de seguimiento espacial en la provincia de Neuquén y de una central nuclear para incrementar el suministro eléctrico a Buenos Aires, cuyos 8.000 millones de dólares de coste serían aportados hasta en un 85% por Pekín.
Como es obvio, el éxito de esta gira de Alberto Fernández por Rusia y China, cuyos líderes ya han señalado abiertamente a Estados Unidos como su gran adversario a batir, no ha despertado simpatía alguna en Washington, sea en la Secretaría de Estado norteamericana, la Casa Blanca o la sede del FMI, instituciones que observan cómo se va delineando un nuevo mapa de zonas o esferas de influencia, objetivo declarado de Moscú y Pekín, que ya hace tiempo que persiguen una política de hechos consumados. Está en juego la práctica totalidad del mundo, y Latinoamérica no es una excepción.
En la comitiva que acompaña a Fernández se aventaba la frase que al parecer lanzó a Xi Jinping a modo de mutuo elogio: “Si usted fuera argentino sería peronista”. Desde luego, si se mide por los resultados prácticos de prosperidad y eficacia (que es la norma en el seno del PCCh, aunque sea a costa de sacrificar los derechos humanos), ambos países no pueden presentar líneas más divergentes. Un país asfixiado por una devaluación constante de su moneda frente a otro que se ha convertido en la práctica en el banquero que presta a todos los demás.
Y, volviendo al principio, al espinoso asunto de la deuda, por mucha reestructuración de esta que logre el negociador argentino Jorge Argüello, no hay mucha confianza en que consiga devolverla. China, por su parte, cual implacable rodillo, ha prestado y presta mucho dinero, y su política desdeña la condonación prefiriendo la conversión de lo que le deben en inversión, lo que se traduce, también y en gran medida en Estados Unidos, en la adquisición progresiva de multitud de empresas o entes endeudados. Una manera de intentar liderar el mundo: comprándoselo.