Aprovechando la debilidad de Erdogan

Erdogan
Pedro González
Por
— P U B L I C I D A D —

De no ser por la situación de debilidad por la que atraviesa la economía turca es más que probable que el presidente Joe Biden no hubiera dado el paso decisivo de reconocer el “genocidio armenio”. Sus antecesores, algunos con la clara intención de hacerlo, recularon. Ronald Reagan fue el primero que en 1981 llamó genocidio a las matanzas de armenios por el Imperio Otomano entre 1915 y 1923, conforme a la definición que Naciones Unidas incorporó al derecho internacional en 1948: “El intento de destruir, totalmente o en parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. También daría marcha atrás Barack Obama, que se propuso por dos veces cumplir la promesa de hacerlo. Y, por supuesto, Donald Trump ni siquiera contempló semejante posibilidad tan pronto como celebró su primera entrevista con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y éste le puso sobre la mesa el “casus belli” que tal hipotética actuación conllevaría en las relaciones entre Ankara y Washington. 

En todos los casos, la Secretaría de Estado, el Pentágono y las agencias de seguridad norteamericanas desaconsejaban al correspondiente inquilino de la Casa Blanca calificar la masiva limpieza étnica de armenios con la misma palabra con la que se define la masiva liquidación de judíos por la Alemania nazi. La geopolítica manda y Ankara era pilar fundamental de la OTAN en el sureste de Europa, de manera que no era cuestión de hurgar en sus sensibilidades. 

Desde la fundación misma de la República de Turquía por Kemal Atatürk, los sucesivos Gobiernos han invertido grandes cantidades de dinero en impedir cualquier reconocimiento del genocidio armenio. Pero, la presión ha aumentado exponencialmente con Erdogan en el poder, sobre todo a raíz de tensar las relaciones tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea. Han sido precisamente los desplantes del presidente turco, su indisimulado autoritarismo y las amenazas de variar sus lealtades las que han motivado la creciente desconfianza hacia su otrora incondicional aliado tanto por parte de Washington como de Bruselas.

Contrapartidas: los kurdos y Gülen

Su intervención en la guerra de Siria, tendente más a disputar una guerra de exterminio a los kurdos que en solucionar la que ha reducido a cenizas en diez años gran parte del país; la compra de sofisticado armamento ruso mientras es miembro de la OTAN y ésta se las tiene tiesas con Vladímir Putin; el dibujo de su propia política en el conflicto de Libia, casi al margen de sus aliados; su respaldo incondicional a Azerbaiyán en su última guerra con Armenia por la región en disputa de Nagorno-Karabaj, pero, sobre todo, su falta de real colaboración activa en la lucha contra Daesh, han sido las causas que han motivado un cambio de postura en los consejeros que asesoran a Biden, de manera que han concluido en que Erdogan atraviesa por un momento de debilidad. 

El presidente norteamericano ha aprovechado la ocasión y ha satisfecho así la promesa que hiciera como candidato a la numerosa e influyente colonia armenia asentada en Estados Unidos, entre la cual hay nombres de gran influencia mediática como Cher, System of a Down, Kim Kardashian o Kirk Kerkorian. 

Además del considerable retraimiento de las inversiones internacionales, Erdogan experimenta un progresivo aislamiento diplomático. El presidente turco, que modificó la Constitución y se ha autoatribuido los poderes de un verdadero sultán, graduará por ello, seguramente mucho, su respuesta a Washington. Además, es muy probable que Erdogan intente cobrarse la supuesta afrenta norteamericana con otras reivindicaciones que le obsesionan: su guerra contra los kurdos y la extradición de su antiguo amigo y aliado, el clérigo Fethullah Gülen, refugiado en Estados Unidos. A este último le culpa directamente del intento de golpe de Estado que quiso derrocarle el 15 de julio de 2016. Fue el pretexto aprovechado por Erdogan para detener, encarcelar, torturar, procesar y condenar a más de 100.000 personas, entre ellas porciones considerables de las élites militares, judiciales, periodísticas y universitarias. Un cambio de régimen en toda regla, en donde sus críticos contemplan en Erdogan ínfulas de querer reeditar el Imperio Otomano.     

1 Comentario

  1. El nuevo gobierno de EE.UU. cuyas torpezas manifiestas ya son conocidas, no tiene más remedio que aceptar al gobierno de Turquía, cuyo líder ha demostrado capacidad de estar en un bando u otro según les interese. Es más, como se apunta en el artículo, tiene ciertas pretensiones hegemónicas nacidas de su situación geográfica en uno de los centros estratégicos cruciales en Oriente Próximo y Medio. Pueden aliarse con Rusia para compensar lo ocurrido en Ucrania o hacerse valer ante EE.UU. que no tiene más remedio que bajar las orejas.
    Un saludo.

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