Una operación militar relámpago, de apenas veinticuatro horas, ha puesto fin al sueño de un Nagorno Karabaj independiente. Así lo anunciaba el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, tras proclamar la “reintegración” al país de la totalidad de la región, habitada hasta ahora por algo más de 120.000 personas mayoritariamente de etnia armenia. Desde diciembre de 2022 el enclave había quedado completamente cercado tras el bloqueo por las tropas y activistas azeríes del corredor de Lachín, única conexión del territorio con Armenia.
La seguridad de la carretera había sido asumida por Rusia, que había erigido tropas de interposición y aspiraba a una labor de mediación. Absorbidas sus energías por la guerra que libra contra Ucrania, Rusia descuidó la atención a este compromiso, tanto más cuanto que el Kremlin había advertido veleidades pro-occidentales de Armenia con el consiguiente enfriamiento de las relaciones con Moscú.
Para el presidente Aliyev esta victoria, que pone fin a treinta años de enquistado conflicto, supone un evidente reforzamiento de su posición internacional. También comparten parte de ese triunfo sus principales valedores: la Turquía de Erdogan, enfrentada a Armenia desde el genocidio de 1915, que Ankara se niega a reconocer como tal, y el Israel de Netanyahu, que abastece de armas a Azerbaiyán, equipamiento que se ha demostrado suficiente y decisivo para el triunfo de Bakú.
El último fleco de esta guerra es determinar la suerte de los habitantes armenios de la fallida república de Artsaj, el nombre con que habían bautizado al territorio y cuya capital habían establecido en Stepanakert. Tras estar sometidos a un asedio de nueve meses, con falta de alimentos, agua y medicinas, muchos se han escondido temerosos de ser pasados a cuchillo por las tropas vencedoras. Así lo afirmaba dramáticamente a la agencia France Presse Armine Hayrapetian, la portavoz del gobierno de la república separatista de Artsaj, que advertía de las “matanzas” que a su juicio emprenderían los azeríes tan pronto como entraran en la capital.
Lo más probable, sin embargo, es que se consiga un acuerdo de evacuación de los 120.000 armenios, que sean acogidos por Yerevan. Además de la crisis humana que ello supone, se producirá sin duda una crisis política en la propia Armenia. Su actual gobierno de Nikol Pashinyan ya ha sido acusado de pasividad y de no haber hecho lo suficiente para defender y socorrer a sus asediados paisanos. Esa presión se acentuará con la llegada de esos refugiados, que traerán al país no sólo la amargura por la tragedia de su exilio y las penalidades sufridas sino también los reproches a la “madre patria armenia” por no haber defendido eficazmente a sus hijos.
Los dos países, Armenia y Azerbaiyán, acentuarán más aún si cabe su animadversión y sus diferencias. Ambos se habían independizado del Imperio ruso en 1918, pero ambos volvieron a ser engullidos por la URSS, que determinó que el Alto Karabaj quedaría como territorio autónomo dentro de la entonces República Socialista Soviética de Azerbaiyán.
Como muchos otros pueblos sometidos a la fuerza por el poder central de Moscú, los dos países aplacaron su mutua enemistad, pero ésta volvió a estallar apenas se desintegró la Unión Soviética. Tres años de guerra, entre 1991 y 1994, se saldaron con la conquista por parte de los rebeldes de etnia armenia de la mayor parte del territorio, invadiendo de paso otras regiones circundantes del Alto Karabaj, dentro de Azerbaiyán, que no estaban en disputa.
Bakú nunca reconoció las fronteras surgidas de aquel enfrentamiento; siempre reivindicó el territorio arguyendo que la población azerí que vivía en el Alto Karabaj había sido expulsada y masacrada por los armenios, y la tensión se tradujo en periódicas escaramuzas que alcanzarían de nuevo su punto culminante en la guerra de 2020, cuando Armenia y Azerbaiyán se cruzaron mutuas acusaciones de bombardear asentamientos civiles.
El acuerdo de alto el fuego que detuvo las hostilidades, salpicado después por nuevos enfrentamientos, se rompería el pasado diciembre, en que al cerrar Azerbaiyán el corredor de Lachín, iniciaría el cerco por hambre y sed que ahora ha concluido con la operación militar relámpago que se supone definitiva, aunque en ésta como en tantas otras historias de la historia nada se puede dar nunca por establecido para siempre jamás.