No sé ni cuantas veces ya le habré preguntado a mis nietos Matías y Adrián la tabla periódica de los elementos químicos. En ella aparecen las tierras raras, también conocidas como lantánidos, que ocupan una posición única, de la 57 a la 71. Permítanme hoy un poco de pedagogía: comienzan con el lantano (La) y terminan con el lutecio (Lu), además del escandio (Sc) y el itrio (Y), que comparten propiedades similares.
Estos elementos son famosos por sus capacidades magnéticas, ópticas y de conducción de energía, lo que los hace esenciales en tecnologías avanzadas. Por ejemplo, el neodimio (Nd) es vital para la fabricación de imanes potentes utilizados en turbinas eólicas y vehículos eléctricos, mientras que el europio (Eu) y el terbio (Tb) son cruciales para producir los colores vibrantes en las pantallas de dispositivos electrónicos.
No se llaman raras por la dificultad de encontrarlas, pero sí por la complejidad y alto costo que comporta su extracción, ya que se dispersan entre la tierra y entre minerales mixtos. Solo para que entiendan un ejemplo de su actual y futura importancia, quédense con estos dos datos: uno, que cada vehículo eléctrico que vean circulando por la calle contiene entre 9 y 11 kilos de tierras raras, el doble de lo que requiere un vehículo convencional de gasolina. Y dos, que en cada uno de los teléfonos móviles con los que nos comunicamos hoy podemos encontrar hasta ocho elementos químicos de las tierras raras en su interior. De hecho, en el teléfono desde el que posiblemente están leyendo este artículo, la función de vibración, el brillo de la pantalla o la calidad del sonido dependen de alguno de estos elementos.
Así que, de la misma manera que los hidrocarburos y su explotación y control han explicado gran parte de las pugnas geopolíticas de la era moderna, tenemos que tener muy claro que el control y explotación en el futuro de estos minerales generará grandes tensiones. Ante los estragos que causa el cambio climático, y en un mundo que trabaja contrarreloj para la adaptación y la mitigación a esta realidad, que necesita apostar por energías renovables, las tierras raras serán ansiadas por cualquier país y adquirirán una importancia enorme.
Es comprensible, pues, que su control empiece a ser el objetivo y explique movimientos en el plano geopolítico. Tanto Estados Unidos como Europa ven con preocupación el apabullante dominio de China en la extracción, posesión y control de estos materiales a nivel global. El dato aparecía recientemente en un artículo del Financial Times. En la actualidad, la minería china extrae el 70% de los concentrados de tierras raras de la tierra, procesa el 87% y refina el 91% de las mismas. Como les explicaba al principio, los metales extraídos de las tierras raras se usan en los llamados imanes permanentes, un componente clave para las turbinas eólicas y los motores de vehículos eléctricos. Pues bien, el 94% de los imanes permanentes, el 23% de las turbinas eólicas y el 45% de los coches eléctricos se fabrican en China.
Los movimientos en África han empezado a producirse. Estados Unidos, por ejemplo, está financiando el llamado corredor de Lobito, en Angola, una conexión ferroviaria al puerto angoleño para que llegue cobre y otros minerales procedentes de países con enorme potencial minero, como la República Democrática del Congo. Los norteamericanos, también, han invertido en una mina sudafricana y, pese a que a nivel global los precios de las tierras raras han caído drásticamente (hasta el punto de cuestionar la viabilidad de las inversiones), argumentan que su presencia en este sector es estratégica ante los datos que arrojan el dominio de los chinos.
Un solo país, temen los expertos en geopolítica, será prácticamente monopolístico en este tipo de minerales tan necesarios para las nuevas tecnologías, con todo lo que ello implica en el control del mercado y las fluctuaciones de los precios. De hecho, los precios del neodimio y el praseodimio estaban en su mínimo hace muy pocos meses, algo que complica los proyectos en cualquier lugar del mundo para su extracción.
El análisis de algunos expertos al respecto es que, a diferencia de la mentalidad occidental y su exigencia de beneficios a corto plazo, en China entienden que esto es una larga carrera geopolítica, así que todo lo que no sea invertir hoy, pese a estar en un mercado con precios bajos, puede suponer una aún mayor dependencia china en el futuro.
En el continente africano, el sector está en pleno desarrollo. A plantas que ya producen en Namibia y Sudáfrica, muchos otros países han desvelado la existencia de proyectos ante las perspectivas de disponer de buenas reservas: Namibia, Malaui, Angola, Tanzania, Uganda o Mozambique son ejemplos.
Los países africanos han entendido esto, porque saben que en la carrera no solo están China y los Estados Unidos, sino que Rusia, la Unión Europea, Japón, Canadá o Australia también están haciendo movimientos. Son muchas, por ejemplo, las menciones a que las tierras raras estaban, junto al oro, en parte de las operaciones con las que el Grupo Wagner capitalizaba su apoyo militar y securitario a algunos países africanos. El grupo Wagner, recordemos, opera en estos momentos bajo mandato del Kremlin con el nombre de Africa Korps.
La demanda global de tierras raras en 2021 fue de 125.000 toneladas métricas, y las previsiones son de que casi se tripliquen para 2030, con 315.000 toneladas. En estas perspectivas, y sabiendo que todas las potencias buscan la manera de no depender de China, África se perfila como la proveedora de mayor potencial, aunque también es cierto que, como en tantas otras cosas, faltan datos reales que lo confirmen. Una sola mina sudafricana, por ejemplo, resultó tener hasta 15 minerales del grupo de las tierras raras y hasta casi 87.000 toneladas de reservas (la mina de Steenskampskraal).
Para los africanos, el beneficio de la exploración de las tierras raras no está tanto en el potencial empleo que creen, sino en los beneficios que los Estados ingresen de las extracciones (tasas de producción, impuestos y comisiones de beneficio en base a lo extraído). Para ello, como siempre, será fundamental la exigencia de la buena gobernanza en este sector, y juega además a favor el hecho de que la Zona de Libre Comercio Africana, ya en marcha, facilite acuerdos entre países para lo que los economistas llaman las cadenas de valor: Zambia y República Democrática del Congo mostraron el camino en este ámbito al firmar en 2022 un acuerdo para producir baterías eléctricas conjuntamente usando minerales que cada uno obtenía en su territorio.
En la parte contraria, y eso también es un factor importante, los gobiernos y sociedades africanas deben tener muy claro que la extracción debe hacerse con las máximas garantías medioambientales y el respeto al territorio y a las poblaciones del entorno en el que se produzcan. La minería de tierras raras es una actividad con gran impacto en el territorio y los beneficios que ella comporte deben ser siempre superiores al impacto que generen. Después de una semana en la que las tierras raras han pasado por el Parlamento de Canarias, creo que esta es una apreciación que debo dejar clara, pero consideré que es importante que aprendamos algo sobre la que, sin duda, será fuente de una de las pugnas geopolíticas de los próximos años y décadas. Y en ella, no lo duden, África estará en el centro del tablero.