En el mundo se suceden grandes cambios y novedades a una velocidad vertiginosa. En términos geopolíticos, también. La resaca de las elecciones europeas está siendo muy intensa, con nuestra Unión Europea cada vez más influenciada por la ultraderecha y con inminentes procesos electorales que, sin duda, son de una trascendencia enorme para nuestro futuro en común. Primero Francia, con un órdago de Emmanuel Macron al resultado electoral que veremos si es capaz de frenar la inercia del ascenso de la ultraderecha de Marine Le Pen. Después, aunque ya fuera de Europa, el Reino Unido se juega también su futuro en una campaña tremendamente polarizada. Y finalmente, Estados Unidos encara un proceso de una trascendencia también excepcional para nuestros intereses y nuestra posición en el mundo. Y todo, con varios conflictos de grandísima trascendencia: Ucrania, Gaza, Sudán y el Sahel, por citar algunos.
Por todo ello es tan importante la cita que desde este pasado jueves y hasta el sábado mantienen en Italia los líderes del G-7, el grupo que conforman los siete países más industrializados del mundo (Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y Reino Unido). Aunque el G-7 no es un organismo multilateral, ni emite leyes (es más el gran lobby de los países poderosos, o el llamado Occidente, para entendernos), de sus reuniones (este año se cumple la 50ª edición) se han tomado decisiones históricas y muy importantes para la humanidad. Sin ir más lejos, el Fondo para la lucha contra el SIDA (2002) o el acuerdo para incrementar los impuestos a las grandes multinacionales (2021) fueron decisiones que se discutieron en esta mesa. El último G-7, por ejemplo, conllevó el compromiso de triplicar la inversión en energías renovables para luchar contra el cambio climático que después se hizo oficial en la COP28.
Las circunstancias y los turnos de organización han provocado que la edición de este año le corresponda a Italia, todo un baño de imagen para la presidenta italiana, Georgia Meloni. En el G-7 de este año se ha empezado a hablar con intensidad de Ucrania (con Zelensky de invitado, abriendo la posibilidad a usar para la guerra contra Rusia los intereses que generan los inmensos activos financieros depositados en bancos europeos que se le incautaron a empresas rusas tras la invasión), pero en el segundo día el continente africano ha empezado a aparecer.
La presidenta italiana ha enfocado la comunicación alrededor de este evento explicando que África sería una de las cuestiones prioritarias dentro de esta reunión, en la que se hablaría de migraciones, de cambio climático y desarrollo, y a la que han sido invitados los presidentes de Argelia, Kenia, Mauritania y Túnez, precisamente como muestra del interés del G-7 para lograr grandes acuerdos y avances con el continente. El enfoque de Meloni, expresado este mismo viernes en todas las crónicas periodísticas, consistía en ‘incrementar la inversión en desarrollo en los países de origen y tránsito de las migraciones’.
Pero, como todo, la geopolítica consiste también en conocer y entender cuáles son las expectativas y las prioridades de los propios africanos que van a sentarse en la mesa de los siete países más industrializados del mundo. Así que creo que la pregunta más relevante es ¿qué les gustaría escuchar a los africanos del G-7?
Pues esa respuesta la hemos encontrado esta semana en una carta abierta que medio centenar de diputados y senadores de diversos países africanos ha remitido al G-7 a través de su publicación en el prestigioso medio African Arguments. Principalmente, reclaman tres cuestiones:
Primero, reclaman empatía y consideración para el perdón o la reestructuración de la deuda externa de los países africanos. La carga de la deuda que pesa sobre las naciones africanas es abrumadora y limita severamente su capacidad para invertir en infraestructura crítica y servicios públicos esenciales.
En segundo lugar, piden asistencia para reformar la arquitectura financiera que actualmente “oprime” a las naciones africanas. No puede haber crecimiento, y mucho menos crecimiento sostenible, si África paga cuatro veces más por los préstamos financieros que el resto del mundo, algo que se hace explotando en exceso la percepción del riesgo que existe para invertir en el continente.
Y en tercer lugar, finalmente, los parlamentarios instan a los países del G7 a cumplir con sus compromisos climáticos y financieros. África, a pesar de tener el potencial de energía renovable más grande del mundo, ha recibido solo una fracción mínima de la inversión global prometida en diversas COP y en reuniones multilaterales en energías renovables. Los líderes africanos enfatizan que el apoyo financiero es esencial para combatir la crisis climática y aprovechar el potencial de energía renovable del continente. De esto, como sabrán, he escrito ya en diversas ocasiones, aludiendo al enorme potencial para el continente de las energías solar y eólica, y la capacidad para que éstas impulsen la generación, exportación y uso interno del hidrógeno verde.
Al respecto de las prioridades de estos parlamentarios, es buen momento para resumirles lo que el presidente del Banco Africano de Desarrollo, Akinwumi Adesina, decía recientemente en una entrevista a la BBC. En ella, reclamaba la importancia de una reforma de la estructura financiera global, ya que la actual ha acabado ocasionando que en estos momentos haya 22 países africanos en alto riesgo de sobreendeudamiento o directamente en situación de sobreendeudamiento, donde sus monedas locales se han depreciado frente al dólar, lo que supone que el coste de afrontar esa deuda se haya complicado de forma importante.
Para Adesina, es tremendamente injusto que los países africanos, que en estos momentos tienen que hacer frente a pagos de la deuda por un valor de 74.000 millones de dólares, tengan que lidiar con la adaptación al cambio climático pidiendo prestado dinero de los bancos comerciales, con altos tipos de interés, y no en forma de ayuda financiera, es decir, de dinero prestado prácticamente sin intereses.
Los países africanos consideran que el de la deuda y la arquitectura financiera global son ‘el elefante en la habitación’ de la relación de África con el mundo, el tema omnipresente del que nadie parece querer hablar pero que, si no se aborda, nunca permitirá solucionar los problemas. Y es un tema tan complejo, que mezcla la macroeconomía con el desarrollo, que cuesta de hacer entendible a los lectores. Sin ir más lejos, es un tema que solo he abordado con algo más de profundidad en un par de ocasiones, la última en 2021, en la que ya advertía en un artículo la necesidad de ‘repensar la deuda’ africana.
Ojalá, pues, que el G-7 nos sorprenda algún día con un gran anuncio que permita a los países africanos afrontar su futuro con confianza y no como un calendario en el que se van sucediendo las fechas marcadas en rojo, fechas límite en las que ir pagando las letras de la enorme deuda que han contraído para ir creciendo.