Un partido constitucionalista

Un partido constitucionalista
Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

«Marchemos francamente y yo el primero por la senda constitucional»

Estas palabras son parte del manifiesto que el rey Fernando VII realiza el 10 de marzo de 1820, adhiriéndose al Trienio Liberal de los constitucionalistas. Un trienio que terminaría en 1823 con la llegada de los “cien mil hijos de San Luis” y el regreso al absolutismo monárquico del llamado “rey felón” en la calificada como “década ominosa” posterior en que el despotismo, el capricho, la arbitrariedad del monarca y la persecución de la disidencia, hicieron volver esa España negra que, cada cierto tiempo, nos presenta la Historia.

Al escuchar el discurso del nuevo presidente del Partido Popular en el Congreso de Sevilla, repitiendo incansablemente que el partido sería “el más constitucionalista”, se viene a la cabeza la historia reciente de España —donde ha habido de todo menos constitucionalismo— al amparo de un texto que —al parecer— puede estirarse, retorcerse, interpretarse y cumplir según lo que a cada uno convenga, sin que se mueva una ceja institucional.

El refundado Partido Popular sigue los pasos de sus presidentes (Fraga, Rajoy y ahora Feijóo), cuya coincidencia de origen, nos traen a la mente aquellas palabras atribuidas al también gallego Pío Cabanillas: “hemos ganado, pero no sabemos quiénes”, tras unas elecciones. La indefinición de un proyecto político claro sigue persiguiendo al PP a pesar de su nuevo presidente que, en su mandato gallego, no ha parecido mostrar gran respeto por los derechos fundamentales que la Constitución establece (al menos durante la pandemia).

Pero hay que esperar un cierto tiempo por si la conversión de este nuevo “Saulo de Tarso” en el camino hacia Sevilla, es tan contundente como debería o si estamos ante una versión particular del príncipe de Lampedusa: “Es necesario cambiar algo, para que todo siga igual”, en cuyo caso sobran las alforjas del viaje. Se habrá producido un “parto de los montes” donde las muchas expectativas de lo esperado sólo encontrarán un ratoncito tímido y miedoso escondido tras las siempre oportunas “razones de Estado”.

No obstante, y por si sirve para algo, es oportuno recordar algunas cuestiones claras en el constitucionalismo español.

La primera de ellas serían los “valores superiores del ordenamiento jurídico: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político” (artº 1º.1). Es decir, la defensa de las libertades públicas, muy contraria a las imposiciones arbitrarias e inconstitucionales que, con motivo de la pandemia, se establecieron en el feudo del Sr. Feijóo y que tuvieron que ser revocadas por los tribunales.

La aplicación del principio de “igualdad” que el Sr. Feijóo parece entender como las lógicas diferencias políticas en las CC.AA., es una forma de interpretar el artº 14 constitucional: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento… opinión…”. Si hay desigualdad y discriminación, habrá injusticia (otro valor constitucional que se ha ido por el desagüe). El “cordón sanitario” a Vox del arco parlamentario “constitucionalista” es una muestra de cómo se entiende el “pluralismo político”.

Otro precepto constitucionalista se refiere a “la soberanía nacional que reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” (artº 1º.2), donde queda claro que es en el conjunto de los españoles (no de los gallegos, andaluces, extremeños, catalanes, etc.) donde se legitima la nación española con sus diferencias regionales, su diversidad de tradiciones, costumbres y cultura, pero no en la fragmentación política, administrativa y territorial que suponen las actuales autonomías (bien es cierto, que el propio nombre, más el desacertado reparto competencial, han contribuido al despropósito actual y a la ruptura de la unidad política del Estado).

“La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de todos los españoles” dice el artº 2º. Una afirmación que se contradice con el “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran…”. Y es que tales autonomías pretendían inicialmente una simple descentralización de gestión de los servicios públicos, con igualdad de todos ante las leyes del Estado. Luego llegaron la entrega de competencias a cambio de apoyos políticos partidarios y la creación de “feudos” partidarios, muchos de los cuales han olvidado al Estado Español que permite su existencia política.

Y llegamos a uno de los puntos más importantes constitucionales: “El castellano (debía decir el español) es la lengua oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla” (artº 3º.1). Es aquí donde un partido constitucionalista tiene su verdadera prueba de fuego y el PP (hasta ahora por lo menos) se ha sometido por intereses puramente partidarios o electorales al predominio (cuando no la imposición) de otras lenguas sobre la “oficial del Estado”. De esto sabe bastante el Sr. Feijóo y de lo que supone de ruptura convivencial y social entre españoles, esta moderna “torre de Babel”.

Parece que no es fácil ser un partido “constitucionalista” y al mismo tiempo un partido de sesgo nacionalista o regionalista. El primero atiende los intereses generales del Estado o de la Nación, el segundo está más pendiente de los intereses locales (y hasta caciquiles) de porciones del territorio, que tienen el foro del Senado donde resolverse. No es posible “sorber y soplar” al mismo tiempo. La Constitución y las autonomías tal como han derivado, parecen ser incompatibles.

¿Cuál es el proyecto político del PP encarnado por el Sr. Feijóo? A falta de una verdadera conversión, seguir el mismo y equivocado camino del Sr. Casado o del Sr. Rajoy: parecer oposición aunque se esté de acuerdo en el fondo con los objetivos finales: las “agendas” y sus fantasías que esconden intereses económicos muy particulares, en ese mundo globalista e infantiloide que nos están imponiendo, con la destrucción de las naciones y culturas, donde la gente se alimente de basuras, se cubra con harapos, viva en cubiles urbanos, trabaje en una precariedad total y se entretenga con la propaganda oficial en un Planeta que, pese a todo ello, seguirá con los cambios climáticos que toquen. Por cierto… ¿dónde están las “derechas” y las “izquierdas” climáticas?

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