Ley de Amnistía: todo está consumado

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— P U B L I C I D A D —

Cuando redacto estas líneas, el Congreso de Diputados de España acaba de aprobar por un estrecho margen la llamada “ley de Amnistía” que tantos ríos de tinta y tantas opiniones ha suscitado desde su propuesta inicial, en la que colea el beneficio personal y particular del actual presidente del Gobierno. Como ya he apuntado en otras ocasiones, nadie debe utilizar las instituciones o las responsabilidades públicas para beneficio particular.

Pues bien, los hechos cantan por sí solos cuando por la necesidad de un apoyo político particular para la investidura, el PSOE o sus representantes realizaron promesas o acuerdos a otros grupos políticos a cambio de una “amnistía” para sus líderes, asegurando así el apoyo político necesario en votos.

Para empezar, una amnistía no se podría producir expresamente para unos casos particulares, sino para un conjunto social amplio y general, ya que supone de hecho la vulneración del artº 14 de la C.E. en cuanto tiene de trato de privilegio o discriminación en la “igualdad de todos ante la ley”. Es decir, de entrada es una norma inconstitucional y, por ello, no debería ser sancionada por el rey como Jefe del Estado “símbolo de su unidad y permanencia” cuya función específica es “arbitrar y moderar el funcionamiento regular (de acuerdo con las reglas) de las instituciones” (artº 56 de la C.E.) Este es el encargo de la soberanía nacional “de la que emanan los poderes del Estado (todos)” (artº 1.2. de la C.E.).

La institución de la Jefatura del Estado no puede aceptar la sanción de normas de posible inconstitucionalidad, sin provocar un conflicto jurídico que atenta a los derechos y libertades de la soberanía nacional, a la convivencia social y al propio ordenamiento que rige el estado de Derecho presidido por valores como “la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político” (artº1.1 C.E.) sin que se resienta la Carta Magna. En este caso es muy precisa en cuanto “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española” (artº 2 C.E.). Unidad que cualquier intento de fragmentación directa o indirecta, de secesión o de independencia territorial o de imposición de lenguas diferentes “a la lengua española oficial del Estado” (artº 3.1 C.E.), puede llevar al fin de la paz social común, al enfrentamiento institucional y convivencial y a la ruptura de la propia nación española.

Tal responsabilidad institucional es apoyada por el artículo que le atribuye otras funciones complementarias recogidas en el artº 62 de la Constitución, que van desde la “sanción y promulgación de leyes” (a), hasta otras de mayor o menor relevancia donde hay que destacar: “convocar y disolver las Cortes Generales y convocar elecciones…” (b), “convocar a referéndum” (c), etc. etc., si bien el artº 64 requiere que “los actos del rey (jefe del Estado) serán refrendados por el presidente del gobierno y, en su caso, por los ministros correspondientes”. La interpretación correcta de este “refrendo” sería el conocimiento por parte del gobierno de tales actos, no la autorización de los mismos.

Estamos ante una tesitura grave para la continuidad de la nación española y su soberanía, no sólo en el territorio regional de Cataluña, sino en la metástasis fragmentaria que se ha venido produciendo en otras regiones españolas donde, de una u otra forma, los síntomas de la enfermedad van acusándose en diversas formas. La primera la vulneración de la oficialidad del castellano (debía entenderse como el español) como lengua oficial del Estado. En cuanto se rompen los lazos de comunicación entre españoles, estamos ante el primer tumor que no se erradicó en su día y hoy alcanza a buena parte de las regiones de España. Tal ruptura lleva a las siguientes cuando se reconocen privilegios de un tipo u otro (o competencias) que deberían ser de todo el Estado, a través de normas estatutarias cada cual diferente, que convierte el pretendido estado autonómico en una realidad política de distintos estados.

Todo ello no sería así, si no se hubiera utilizado al propio Estado como sistema al servicio de intereses partidarios clientelares de poder o si esto hubiera sido de inmediato corregido desde la cúpula del mismo: la jefatura del Estado. Una jefatura cuestionada desde los propios partidos secesionistas y por amplios sectores de la soberanía nacional de la que, insistimos, “emanan los poderes de todo el Estado”.

La situación de partido único en la práctica que el artº 1.1 de la C.E. establece al decir: “España se constituye en un estado social y democrático de Derecho”, hace que el pretendido “pluralismo político” sea en la realidad un sistema a expensas de la línea política que EE.UU. estableció para Europa después de la 2ª G.M. como defensa frente al comunismo y al socialismo bolchevique de la antigua URSS. Así es lógico que, tanto el PSOE como el PP (teóricos opuestos ideológicamente), sean en realidad los peones de brega de poderes externos con intereses propios canalizados a través de los organismos internacionales, como es el caso del “globalismo” que, como alguien diría, “es lo que se lleva”.

“Consumatum est…” (todo está consumado). La ruptura de las naciones (en este caso España) no es algo inocente o casual. Es un proceso que siempre ha venido bien a los anhelos imperialistas de los poderes mundiales (de los “putos amos”) capaces de manejar y jugar con los mismos peones (eso sí, con distintas camisetas) en ese “gran tablero mundial” (Brzezinski), cuyo subtítulo se refería a “la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestrategicos”.

Si el despropósito jurídico que hemos comentado, así como el resto de barbaridades que nos han impuesto, no es atajado y cortado como el “nudo gordiano” por quien procede, en el plazo de unos años la nación española ya se habrá ido por el desagüe de la Historia y Europa estará convertida en una amalgama de territorios convenientemente sometidos a normas y directivas del exterior, a través de manos que nos “mecen las cunas” según les interese. Ser persona dueña de la propia existencia, con derechos naturales implícitos y libertades, ya será otra cosa diferente. Estamos advertidos: “no tendréis nada, pero seréis felices”.

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