Un hombre llega ante la puerta de la justicia buscando amparo, pero en la puerta hay un guardián. El guardián dice que no puede permitirle entrar, le acerca un taburete y le deja sentarse a su lado. Allí esperará pacientemente y pasan las semanas, los meses y los años. Durante tanto tiempo ha podido estudiar al guardián hasta conocer incluso a las pulgas de su grueso abrigo. Cuando protesta, el guardián le advierte que aun cuando le dejara entrar hay más guardianes entre sala y sala, cada cual más poderoso que el anterior.
Así comienza uno de los relatos de Franz Kafka, del que se ha tomado el término kafkiano, para señalar algo inexplicable, absurdo, falto de lógica. En otra novela titulada El Proceso, su protagonista Joseph K es detenido una mañana en su domicilio sin que se sepa quién le acusa ni por qué delito. El esfuerzo de K será vano para salir de un laberinto en el que le es inaccesible la justicia y nunca encontrará las respuestas que busca. La obra, publicada en 1924, es un reflejo del profundo pesimismo del mundo de Kafka tras la Gran Guerra y la expansión bolchevique en la Europa del este. Nada que ver, cien años después, con nuestro presente y, sin embargo, no encuentro mejor introducción para referirme al libro cuyo título abre este artículo “Justicia perversa”. Su autora, Carmen Ibáñez, nos ofrece un relato real que recuerda el mundo de la ficción kafkiana.
Este libro recién publicado relata las vicisitudes sufridas por la autora, que fue detenida y enviada a prisión como consecuencia de una operación policial, basada en una confusa grabación hecha por un guardia civil de perfil singular (un “Villarejo” en pequeño, según se le describe). Era un caso de motivación política que podía afectar al entonces alcalde Alberto Ruíz Gallardón. De ello se derivó un fuerte impacto mediático (se denominó Operación Guateque) que movió al juez, sin pensárselo dos veces, a enviar a prisión a varios funcionarios del Ayuntamiento, entre ellos la autora.
Así se desarrolla el drama de una persona inocente, llegada a Madrid desde Albacete como especialista en prevención de riesgos, que sufrió la cárcel en Soto del Real sin saber por qué, compartiendo celda con diversas presas. Pasan los días y Carmen escribe al Defensor del Pueblo, al director de Prisiones, protesta con fuerza y eso incomoda al sistema penitencial, pero actúa sin desmayo y logra, tras un mes en la cárcel, que el juez fije una fianza que, con ayuda de los muchos amigos que la conocen y la apoyan, ha de pagar para obtener la libertad con cargos. A partir de ahí se inicia el calvario que dura once años en los que, como imputada, sufre la mácula de una presunta corrupción en su actividad profesional. En el lento trascurrir de una larga década trata de descifrar las motivaciones del guardia civil que provocó su detención, así como de varios testigos, descubre conductas que incluso contaminan la del juez y, gracias a su persistencia y a su formación como letrada, su larga lucha fructificará con total absolución. Pero habrán pasado cuatro mil días para que quede resuelto un atropello que le quitó su libertad durante 31 días.
Explica la autora que con este libro quiere alertar sobre la crisis y la degradación que en los últimos años se viene produciendo en el Estado de derecho y en el ejercicio de las libertades individuales. Los casos de inocentes encarcelados se repiten y también los de la instrumentalización de causas penales con fines políticos. Por ello, preservar el derecho individual es fundamental porque es el único instrumento con el que cuenta el ciudadano contra la arbitrariedad y el abuso de los poderosos. Si el poder judicial no actúa con rectitud e independencia, la vorágine de la sociedad presente volverá a colocarnos en posición de servidumbre.
He aquí, pues, una lectura recomendable para cuantos están preocupados por los fallos del sistema judicial, porque nos hace ver que, cuando solo se da relevancia al acuerdo o desacuerdo de los partidos políticos para renovar los órganos del poder judicial, estamos ante un debate falso, ya que solo dirimen cuotas de influencia política sobre los jueces. Lo verdaderamente preocupante es la falta de voluntad para adecuar los medios a las necesidades de la gente.
Lo que debería ser objeto de titulares escandalizados es que haya jueces arbitrarios sin control o que los tribunales tarden años en resolver casos que mantienen en zozobra a los que esperan la justicia; en el caso de Carmen once años y, por añadir algún ejemplo más, vemos el de las víctimas del accidente de Spanair en 2008, cuya sentencia se ha conocido en el año 2022. Cabe decir, por último, que si alguien quiere deprimirse viendo lo que es una burocracia ineficiente basta que dedique una mañana a recorrer juzgados.
Recomiendo sin lugar a dudas la compra de este magnífico libro. Fiel reflejo de la realidad del sufrimiento de la pena de banquillo que padece un inaudito número de personas inocentes y que cada día aumenta injustificadamente. Capta al lector inmediatamente, principalmente por el punto de vista divertido y jocoso desde el que relata la terrible experiencia vivida.
Conozco algo del tema y no sólo por el caso relatado, sino por haber vivido en propias carnes la deriva pseudoideológica «progresista» de buena parte del mundo judicial y sus entornos.
En el blog «Hay Derecho» encontré un magnífico artículo de una jueza que decía: «Hemos fallado. Les hemos fallado…. Esta vez la responsabilidad es enteramente nuestra por haber callado, por tener miedo….»
Sé que muchos jueces honestos comparten estas palabras. El miedo se ha apoderado de quienes están para evitar ese miedo: los servidores del Estado (de la soberanía nacional) en todos sus ámbitos.
Hay dos sentimientos encontrados e incompatibles: el miedo a perder puestos, privilegios… y la codicia, la forma de conseguirlos plegándose al poder.
La dignidad judicial se pierde cuando las togas se contaminan de «instrucciones» de los gobiernos o se pliegan ante la presión de los medios engrasados para la propaganda.
En la estupenda película «Vencedores y vencidos» se muestra cómo los jueces del régimen nazi se adaptaron al poder emanado de unas leyes injustas. ¿Era su deber? Al final fueron condenados en los juicios de Nüremberg.
Cuando además se hace gala de la ideología personal o colectiva en forma de asociaciones ideológicas (jueces conservadores o progresistas) y no existen más que las consignas partidarias, la Justicia pierde su verdadero sentido y como consecuencia, el debido respeto a sus resoluciones.