Hace más de medio siglo que Isabel Mijares (1942-2024) se convirtió en la primera mujer enóloga de España. Fue en 1970, tras haberse doctorado en Químicas en Madrid y en Enología, especializada en Análisis Sensorial, en Burdeos. Su mentor y maestro, Émile Peynaoud, el padre de la Enología moderna, se la recomendó encarecidamente a otro pionero, Daniel Buelta, que la puso al frente de sus bodegas Palacio de Arganza en El Bierzo.
Hija de leonés y extremeña, Isabel fue el prototipo de mujer libre cuando los códigos civiles aún fijaban en los 25 años la mayoría de edad de la mujer. Pilotaba motos, fumaba puros y bebía vino, este último con un estilo que muy pocos hombres apreciaban. En aquellos primeros años de la segunda mitad del siglo XX el vino se consumía, y solo unos pocos sabían degustarlo. Isabel ha enseñado a varias generaciones que este producto, tan unido a la cultura judeocristiana, más que bebida es alimento, y que su correcto tratamiento constituye seña de identidad de una región, de un país y en definitiva de multitud de hombres y mujeres capaces de sublimar todo el saber, la historia y el vivir que se encierra en los caldos.
Como todos los grandes personajes conscientes de su destino, Isabel Mijares no ha cesado un solo día de su vida en enseñar, mostrar, educar y formar a decenas de miles de personas en la cultura del vino. La dirección de bodegas, la instalación de nuevas plantas, el envejecimiento de los vinos y, sobre todo, el análisis sensorial, han sido los grandes capítulos de multitud de cursos, realizados tanto en su propio laboratorio del Madrid, como en numerosos institutos, universidades españolas y extranjeras, así como en Círculos e instituciones recreativas.
Campeona mundial de cata, al principio de su vida profesional en España tuvo vedada la entrada a ciertas bodegas “porque decían que las mujeres enturbiábamos el vino ciertos días…” Luego se le abrirían las puertas de par en par, hasta el punto de haber sido la primera mujer presidente de una denominación de origen, en concreto de la de Valdepeñas, desde 1982 a 1987. Su prestigio la llevó asimismo a la Jefatura de Proyectos de Naciones Unidas para el Asesoramiento de Gobiernos sobre Prácticas Vitivinícolas. Desde esa posición, consiguió el arraigo del campesinado al territorio a través de la viticultura en países como Bolivia, Albania, Moldavia y Colombia. Su filosofía de que sin territorio y gentes que lo trabajen no hay producto, también la ha insuflado en tierras como el Bierzo, Valdeorras, León o Valles de Benavente. Ha creado asimismo el vino cultivado a mayor altura del mundo, a más de 3.300 metros, en Salta, en la cara argentina de los Andes. Su “Puna”, palabra que designa allí el mal de altura, está considerado como uno de los mejores caldos argentinos.
Antes de que un infarto fulminante se la llevara de este mundo, Isabel Mijares se había mostrado en plena forma en la Casa de León de Madrid en la presentación del libro de Antonio García Álvarez sobre la historia de esta, y en donde, degustando el vino de León con su mismo e inconfundible estilo de siempre, nos había hablado de su proyecto para Guinea Ecuatorial y el asentamiento de los que ya ha puesto en marcha en América Latina. Serán otros los que recojan su herencia y los lleven a cabo. Quede para la posteridad su negativa a revelar cuáles eran sus favoritos: “Elijo los vinos para beber según con qué y con quién, buscando el equilibrio con los alimentos y la armonía con el ser humano”. Se ha marchado la que fuera primera enóloga de España, cuyo aporte ha sido enorme por su lado sentimental, anímico e imaginativo a la cultura del vino.
FOTO: La enóloga María Isabel Mijares | Twitter