Turismo desbordado

Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

La necesidad de viajar, moverse y conocer otros horizontes es propia de una buena parte de las sociedades humanas. Otros prefieren los espacios y lugares conocidos que les aportan seguridad frente a lo desconocido. Otros finalmente lo consideran una demostración de bienestar económico y status social.

Los viajes y descubrimientos de nuevas tierras, culturas y costumbres, así como (y sobre todo) la posibilidad de sacar partido económico de recursos naturales y la explotación de los mismos por parte de los antiguos imperios, fue dándole un nuevo carácter a los viajes (muchas veces patrocinados o financiados institucionalmente) y al comercio resultante como un fenómeno de relaciones pacificas entre los seres humanos.

Figuras históricas y legendarias cubrieron páginas de hazañas viajeras con su expansión a lo largo y ancho del mundo, para poner a los pies de sus emperadores y reyes tierras, recursos, gentes y riquezas, a cambio de dudosas y diferentes tareas de enseñanzas, adoctrinamiento, protección y apoyo frente a sus enemigos. La colonización estaba servida para imponer sus propias reglas a los colonizados y llevar a ellos modos de vida diferentes.

Tales colonias servirían como base para la intensificación de los movimientos migratorios desde las metrópolis conquistadoras a los nuevos territorios, ya con objetivos más concretos: la clara explotación de sus recursos y el intercambio comercial tanto por expediciones terrestres como por expediciones marítimas. Un intercambio donde unos ganaban más que otros en función de pertenecer al grupo de colonizadores o de colonizados.

Y surgió en el siglo XVIII -con la Ilustración- la necesidad de ampliar el conocimiento científico tanto de las sociedades como de las especies que habitaban y convivían en los territorios, así como sus formas de vida, tradiciones y costumbres, lo que obligó a nuevas expediciones y asentamientos de colonizadores en los lugares colonizados, mezclándose los intereses puramente económicos de explotación de riquezas, con los más altruistas de conocimiento e incluso intercambio y mestizaje de población.

Por su parte, el fenómeno turístico iba reactivándose con las mayores facilidades para viajar ya en el siglo XIX y XX. Caminos y carreteras, redes de ferrocarril, grandes trasatlánticos, hicieron más extensivos los viajes. Conocido era el fenómeno llamado “Grand Tour” con que los ciudadanos británicos (sobre todo) ampliaban su cultura y conocimientos a través de los viajes por tierras exóticas ya colonizadas por su imperio, guiados por la curiosidad, por la simple aventura o el deseo de vivir en lugares desconocidos.

Turistas, viajeros y aventureros acabaron en una amalgama de visitantes de tierras en todos los continentes. Cada cual tenía su interés y su afán. Unos para conocer como meros observadores desde los lujosos vagones de ferrocarril lo que se exponía ante sus ojos. Otros para profundizar en el conocimiento de materias culturales o religiones desconocidas. Otros para pasar penalidades, fatigas y hasta enfermedades, exponiendo sus vidas en lugares llenos de peligros y dificultades. Otros buscando nuevas formas y lugares de desarrollar sus vidas: los emigrantes.

El fenómeno viajero de carácter turístico se convirtió en una fuente de ingresos económicos indudable para los países visitados. Se creó una infraestructura de hostelería que ha ido ampliándose progresivamente para dar cabida a un número cada vez mayor de visitantes, hasta llegar al actual y confuso mundo de los llamados “pisos turísticos” donde se mezclan todo tipo de tipologías. Desde las clásicas y convencionales (parecidas a la hostelería tradicional) hasta una abigarrada oferta de espacios donde se apretujan como buenamente pueden los turistas y sus equipajes.

Las ciudades y lugares turísticos están llenos de personas y grupos numerosos que acarrean maletas (un buen negocio el de los carritos), mochilas y bolsas. Sobre todo, muchas bolsas de artículos que, o bien son desconocidos en sus lugares de procedencia o resultan más baratos y asequibles en el país visitado.

Así los anteriores “recursos turísticos” han sido sustituidos por las compras en almacenes comerciales, hasta el punto de que se conocen mejor esos “megacomercios”, esas marcas de restauración o esos lugares de diversión presentes muchos de ellos en sus propios países, que los verdaderos recursos de carácter monumental, artístico, urbano y ambiental del lugar visitado que, en todo caso, pueden verse y fotografiarse desde los llamados “autobuses turísticos”, lo que ha venido a agobiar el tráfico, junto con una diversidad de artefactos infantiloides cuyo único cometido es impedir y disuadir del empleo del automóvil con justificaciones esperpénticas institucionales que llaman “política”.

La ciudad turística actual se ha convertido en una especie de “parque temático” donde los vecinos de toda la vida pasan a formar parte del “recurso” estando en vías de extinción inducida. Quienes han dado vida y conformado precisamente ambientes genuinos, han pasado a ser maltratados para obligar a dejar sus barrios y viviendas en manos de supuestos “inversores” internacionales que, de esta forma, pueden extraer sus beneficios personales o particulares.

“Matar a la gallina de los huevos de oro” es lo que se está haciendo con una concepción “cortoplacista” del fenómeno turístico pues, una ciudad sin la vida de sus habitantes (relegados a la periferia), es un cascarón vacío, donde sus auténticos recursos turísticos se pierden entre andamios, polvo de obras eternas en sus calles, andamios publicitarios que tapan sus fachadas, basuras fuera de los escasos contenedores, trampas y obstáculos de todo tipo para la movilidad en sus calles, con múltiples accidentes debidos a tropezones en pavimentos deteriorados o elementos del llamado “mobiliario urbano”, llenas de ruidos en un concierto cacofónico de herramientas, cláxones y chirridos, que no cesan incluso en la noche y las horas de teórico descanso.

Es verdad que ahora la gente se conforma con cualquier cosa. Que todo consiste en alardear en redes sociales de “haber estado” en tal o cual sitio, por poco que lo hayan conocido en realidad. Ahora el turismo es una señal de lujo social para presumir ante el entorno y colgar en los “perfiles”. No importa en qué condiciones se haya pasado el “trago”, ni lo que el mismo haya aportado a nuestra naturaleza humana o nuestro espíritu de conocimiento. Ya estamos publicitados y exhibidos en internet. Ya somos alguien.

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