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Miguel Manrique
Por
— P U B L I C I D A D —

Si se observa con un poco de atención antropológica a la gente «bailando» en la pista de una discoteca, se puede llegar a la conclusión de que la humanidad ha regresado al estado primate de hace unos 7 millones de años. Fue por aquella época cuando un homínino llamado Sahelantropus Chadensis, se desprendió del tronco común que lo unía a los chimpancés. Ahí comenzó la evolución que culminaría, hace unos 150.000 años, en la actual especie, la Homo sapiens sapiens.

Se entiende la involución de los histéricos discotequeros pues, al fin y al cabo, del mono de África venimos; no importa que sea una regresión. Está más que demostrado que la especie humana, así como sabe avanzar, también es capaz de retroceder millones de años.

Paralelamente a la regresión en pista, bañada de luces desquiciantes, existe algo que muchísimos llaman «música», al ritmo de lo cual los modernos homíninos se contorsionan tal y como hacen sus parientes simios más pequeños. El golpeteo —pum, pum, pum— recuerda al monótono que emite el tambor del brujo para que la tribu dance alrededor del fuego. Comprensible también pues, al fin y al cabo, culturalmente todos los habitantes del planeta venimos de tribus, situadas en el Neolítico, hace unos 13.000 años; como las que aún perviven en América, África y Oceanía. De la misma forma como biológicamente descendemos del primate; aunque los de las tribus no brinquen como monos.

Ambos orígenes humanos se dan cita en la discoteca, la que se convierte en un excelente laboratorio de los orígenes de la especie; lugar idóneo para que paleantropólogos como Juan Luis Arsuaga o Eduald Carbonell observen, apalancados en la barra ante sendos vasos de cubatas, todo ese despliegue regresivo que sólo desde posiciones delirantes se puede calificar de ¡moderno! Pero, como decía, es perfectamente comprensible.

Lo que nunca puede calificarse ni como moderno ni como antiguo ni como nada racional, es el actual espectáculo de los tatuajes. No tan actual, por supuesto, pues desde tiempos inmemoriales algunos seres disfrutan desfigurándole la epidermis; tal ha sido el caso tradicionalmente considerado de los hombres de mar, por ejemplo. La actual epidemia —pues se trata de una epidemia psicológica— se ha propagado de una forma tal que ya es difícil encontrar a una persona de cualquier sexo o condición que no se haya perjudicado de tan nauseabunda forma. No me voy a extender aquí en la variedad tatuadora, pues salta a la vista con sólo salir a la calle; y a veces sin esto. Por lo tanto, sólo me limito a formular la siguiente pregunta:

¿Qué tenemos que ver con las serpientes?

Que yo sepa, nada. Por lo que me resulta ya no difícil sino totalmente imposible de comprender, es cómo tanta gente intenta —y hasta logra— emular la vestimenta ofídica. Pues en ocasiones no se trata de un tatuaje, sino de extremidades enteras e incluso todo el cuerpo incluyendo a la cabeza. Lo peor —y esto sí que tendría que ofender a las serpientes— es que no se trata de una imagen uniforme, sino de una horrible mescolanza de rostros, palabras, frases enteras, símbolos, banderas, números, de todo, sin ningún orden serpentario.

En esta vida hay que hay ser auténtico en todo y más si se trata de arquetipos; aunque sean reptilíticos. Las serpientes son seres coherentes que se respetan a sí mismos y, por lo tanto, tatúan su cuerpo armónicamente. A ninguna cascabel, por ejemplo, se le ocurriría introducir en su pigmentación imágenes de las boas o de las pitones. Entonces ¿por qué a tanto Homo sapiens sapiens (es un decir) se le ocurre perjudicarse la piel de forma tan antiarmónica e incoherente? Si quieres ser una serpiente, pues adelante; pero con todas las consecuencias. No insultes de esa manera a tu arquetipo. Somete tu pobre cuerpo a un tatuaje con toda la anatomía de tu novia, por ejemplo; o con una foto de tu equipo de fútbol. Haz como los usuarios de discoteca, que sí se comportan como monos o nativos de tribu brincando como posesos al son del pum, pum, pum, del brujo trastocado éste en eso que llamen deejay. Esto sí que es un ejercicio coherente de retroceso al Neolítico y al Sahelantropus Chadensis. Además que tiene que ver todo con nosotros, aunque sea retrocediendo unos 13.000 años en un caso y en 7 millones en el otro. Es lo que deben imitar los imitadores de las serpientes.

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