Reconozco que el tema este de la maternidad subrogada, el último hueso que desde la izquierda nos han echado a roer a periodistas, tertulianos y sociedad en general, a cuento de la criatura que ha tenido, o comprado, o yo que sé, Ana García Obregón, me tiene confuso y vacilante. Que no sé bien que opinión tener a propósito de un fenómeno que, prohibido en España, es habitual en otros países.
Porque la gestación subrogada, o vientre de alquiler, es –dicen- la práctica por la que, con un previo acuerdo con otra persona o pareja, una mujer queda embarazada con un óvulo ajeno al suyo y da a luz a un bebé para esa otra persona o pareja, las cuales se convierten en padres del bebé. Bueno, con un óvulo ajeno (subrogación parcial) o propio (subrogación total), digo yo, que si la gestante puede tener hijos, lo mismo no hace falta andar llevándole un ovulo de la que no puede serlo, o sí, o yo que sé.
¿Y los espermatozoides, oiga? Porque, a pesar de la progresiva pérdida de importancia del hombre en el mundo, aún no se ha descubierto la forma de fecundar un óvulo sin los vivarachos gametos masculinos. Y estos ¿quién los pone? ¿La parte masculina de la pareja que llaman padres de intención? ¿El padre de intención soltero u homosexual? Y si la madre de intención es soltera u homosexual ¿se acude a una donación anónima (o conocida), pagando o altruistamente?
Un follón, en cualquier caso, con indudables terminales éticas y emocionales, tanto para la gestante, como para los padres de intención. Eso sin tener en cuenta al bebé cuando crezca y se encuentre con la que le han liado los anteriores para, encima, traerle a un mundo en el que vive Pedro Sánchez.
Pero está claro que el fenómeno existe, como solución para unos, como problema ético para otros y ahora, también para el feminismo radical, que lo considera un abuso y violencia contra la mujer. Contra la que alquila su vientre, digo yo.
Que te pones a recordar aquellas manifestaciones de muy otro feminismo en los años setenta, y te preguntas dónde quedó aquello de “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Claro, que eso se suponía que versaba sobre el presunto derecho al aborto, no al derecho de una mujer de hacer con su cuerpo lo que le venga engaña, como si es gestar y parir una criatura que no será suya, pero que le proporcionara sustanciosos emolumentos.
Total, que por un lado yo qué sé, y por otro, qué quieren que les diga. Poniéndonos ultramontanos (o feministas de las de antes), habría que pensar que, en efecto, una mujer tiene –o debe tener- la decisión sobre su cuerpo y lo que con él y su capacidad de gestar quiera. Porque si como dicen Irene Montero y su banda de la tarta, eso es un maltrato a la mujer, como cabe que, al mismo tiempo, defiendan el derecho a ser progenitores a parejas homosexuales. Ahí me falla algo, no sé.
A lo mejor el problema es que de quien se ha conocido el caso es de Ana Obregón, que ya se sabe que es rica de por casa y probablemente facha. ¿O es porque es mujer? Porque no se armó tanto alboroto cuando lo mismo hicieron (alquilar un vientre) Miguel Bosé o el actor Javier Cámara. ¿O es que solo vale para los y las homosexuales? Total, que aquí andamos, enjugascados como un gato con un menudo, a la espera de que el presidente del Gobierno venga a vendernos que la paz en Ucrania llegará con la presidencia española de la Unión Europea. Que lo dirá, ya verán…