Desde tiempos inmemoriales, el ser humano siempre ha vivido drogado con el alcohol, el juego y, a partir del descubrimiento de América, con el tabaco. Lo ha hecho para combatir el taedium vitae, la angustia existencial, que ni la especulación filosófica ni la abstracción religiosa han logrado satisfacer. El preguntarse tantas cosas ha llevado a la humanidad a buscar todo tipo de paliativos, logrando legalizar en unos países aunque no en otros a las drogas tradicionales.
Pero desde la irrupción de la Contracultura en los años 60 del pasado siglo, la humanidad ha visto cómo unas nuevas sustancias se han agregado a las tradicionales. Un variado elenco en el que se encuentran marihuana, cocaína, LSD, heroína o todo tipo de anfetaminas. Algunas de estas sustancias, como los cáñamos, eran tradicionales en algunos pueblos indígenas de América, Asia y África, acabando por ponerse de moda entre los hippies californianos. Sería largo y prolijo el análisis para llegar a la conclusión de cómo a las fáciles contestaciones de la mencionada década se adhirieron las drogas modernas. Basta decir que una absurda concepción de la Modernidad, llevó a emparentar reivindicaciones en lo político y social con el consumo de drogas. El hecho es que están aquí; llegaron para quedarse y no se van a marchar. Apelando a un símil futbolístico, las drogas le marcaron un gol a la humanidad y que ésta no tiene más remedio que empatar el partido e intentar ganarlo. ¿Cómo? Pues legalizando su comercio; reconvirtiendo su tráfico en una importación legal. Es imposible erradicar las drogas encarcelando a narcotraficantes, pues éstos sitúan en el mercado unos productos reclamados por millones de clientes. Tampoco se puede acabar con el consumo de drogas, pues fue impulsado por importantísimas instituciones contraculturales hoy muy estimadas, apreciadas y hasta glorificadas; las cuales son:
Los hippies —y su famoso festival de Woodstock del año 1969— grupos musicales como los Beatles y los Rolling Stones, solistas de la calidad de Eric Clapton o acontecimientos como el Mayo del 68 francés; y, entre nosotros, la célebre Movida madrileña entre los 70 y 80.
Con semejante soporte contracultural, ¿cómo acabar con el consumo de drogas? La fuerza ejercida por tan importantísimas instituciones es mucho más poderosa que toda la legislación y la persecución policial que se puedan imaginar. Han podido más canciones como Lucy in the sky with dimonds (Beatles), Brown sugar (Stones) o Cocaine (Clapton) que toda la educación en contra del consumo de drogas. El joven tiende a imitar a sus héroes musicales o deportivos, antes que hacer caso de campañas preventivas. Pero de nada sirve señalar a culpables. Lo importante es encontrar soluciones, y no existe otra que la legalización de este comercio ilícito.
Actualmente, en España, hay puntos geográficos totalmente entregados al tráfico de drogas; por ejemplo, la provincia de La Coruña y el Campo de Gibraltar, en la de Cádiz. Ni la más eficaz acción policial, judicial —ni siquiera militar— van a acabar con el problema, por la sencilla razón de que hay una clientela que lo genera y mucha gente trabajando en el tráfico de drogas. ¡Sí, trabajando! tal y como suena, sin hipocresías; aceptémoslo así y pongamos manos a la obra. No hay otra solución; por muchos narcotraficantes que encarcelemos, debido a que hay un consumo que reclama el producto, y la lógica más elemental enseña que cuando hay demanda de algo, pues hay producción de ese algo. Ojalá que al nuevo Gobierno de izquierdas se le ocurra diseñar un programa que incluya la reconversión del tráfico en comercio y un estricto control sanitario del consumo. Señalo a la izquierda, pues fue desde tales posiciones como se creyó que el consumo de drogas era parte de la liberación, de la Modernidad y hasta de la democracia: allá por la época de la Movida.
Así es. Legalización controlada como la del alcohol.
Excelente nota y muy cierta.