
Hace unos días las “redes” volvían a hacer una de las suyas y la cúpula del partido “Podemos” se conmocionaba por la indiscreción que, gracias a ellas, ponía en un brete las relaciones aparentemente sólidas entre algunos de sus dirigentes. Las torpes explicaciones con que se ha tratado de escamotear la realidad, recuerdan un poco las muy recientes en otra dirigente política acerca de un simple curso de formación.
Las “redes” no perdonan. Se ha puesto a disposición de los “usuarios” una maraña de vías de comunicación, cada una con sus peculiaridades propias (que se escapan incluso a quienes las promocionan), que guardan, exhiben o rechazan mensajes de todo tipo sin que el “usuario” pueda controlar nada. “Carta en la mesa, está presa” se decía en los juegos de baraja. Ahora debemos ser conscientes de que todo, absolutamente todo lo que incluyamos en nuestras relaciones telemáticas, queda ahí para la posteridad y puede ser usado en contra nuestra en cualquier momento.
Recuerdo cuando, en una simple consulta al ordenador sobre arte, éste me proporcionaba como “propina” las conversaciones que una persona conocida había mantenido con miembros de su familia y amistades, en forma de guión teatral de comentarios y respuestas. Cuando avisé a esta persona de lo ocurrido, quedó sorprendida porque respondía a la realidad de sus “chateos” pero, lejos de corregir y evitar estas indiscreciones, volvía a repetir sus errores más tarde repitiéndose la situación. No sólo se exhiben conversaciones banales interfamiliares, sino que se vuelcan en las “redes” las relaciones personales, más o menos íntimas o confidenciales, que luego traerán cola.
No están muy lejos los tiempos en que los “e-mails” de conocidos casos judiciales, dejaban conocer los trapicheos que se fraguaban en esos entornos y echaban por tierra cualquier intento de exculpación de quienes los utilizaron. A los correos electrónicos se unieron los “chats” y los “whatsapp” que siguieron, dejando al descubierto las “dobles vidas” de muchas personas, consideradas como muy honorables de cara a la sociedad, cuya adicción al “chateo” les ha porporcionado algún que otro quebradero de cabeza.
Denominar “redes sociales” a este invento no es inocente. Los inocentes son aquellos que suponen que es sólo una forma de juego infantil, en que todo está permitido (y no pueden estar más de diez minutos sin entregarse a él), poniendo en marcha una forma paralela de vida, donde la realidad y la fantasía se confunden, circulando y retroalimentándose sin cesar. Ya no se trata de enviar un mensaje con un propósito definido y útil. Se trata de recoger, reenviar, seguir y comentar (aunque no venga a cuento) cualquier cosa en esa tormenta perfecta de las “redes sociales”. Es una compulsión impuesta a nuestra libertad de elegir que no deja opción para ser rechazada y mezcla información y desinformación para, finalmente, conseguir sus objetivos: la exposición obscena de nuestra intimidad a la vista y para conocimiento de todos.
De esta forma van cayendo en la red los incautos “usuarios”. Sus datos personales, sus aficiones, sus intereses, sus manías, sus gustos, sus domicilios o lugares en que se encuentran, sus odios y sus amores, van además aderezados de imágenes fotográficas, que demuestran aún más que han sido capturados como “cardumen” para ser entregados, exhibidos o vendidos para intereses de los “armadores” del sistema. De una forma ingenua (y hasta orgullosa), la gente lleva en sus manos con veneración —como un apéndice indispensable de ellas— el teléfono móvil que ha cedido su verdadera función a un montón de aplicaciones y redes. Su utilidad inicial de llamar y poder recibir llamadas, queda postergada a favor de las redes digitales.
Pero también son armas que carga el diablo. Eso deberían saberlo los dirigentes de “Podemos” que se han lanzado al uso y abuso de todo tipo de redes para capturar a los “inscritos e inscritas”, siempre con la opción de echar la culpa a la tecnología para justificar cualquier cosa que haya quedado al descubierto. Y no sólo los políticos. En el mundo corporativo y empresarial son muchos los que han caído en sus propias redes, cuando pretendían capturar a pececillos más incautos. En la sociedad las indiscreciones están a la orden del día manipuladas desde los medios de comunicación, pero también inducidas por los protagonistas que alardean de su popularidad.
Entre la gente normal esto ha calado y se pretende alcanzar el “famoseo” a base de exhibiciones personales o bien se utilizan las redes para ocultar esas relaciones peligrosas que, más tarde o más temprano, se conocerán. Entonces vendrá el momento de intentar exculpar, justificar o negar lo evidente. Eso que con tanto celo guarda nuestro “móvil”, nuestro “archivo” informático o nuestra “nube”. Alguien dijo que no hay peores cadenas para la libertad que las que nosotros nos creamos. En este caso, creyendo en falsas libertades, nos hemos encadenado a una dependencia fatal de la tecnología y eso ya está pasando factura con una esquizofrenia dual de nuestra doble vida.