El pasado 12 de diciembre en la Fundación Rafael del Pino tenía lugar una magnífica conferencia del economista Jesús Fernández Villaverde, catedrático en la Universidad de Pennsylvania (entre otras actividades profesionales), que empezaba con una frase rotunda: “Siento traerles malas noticias en estas fechas navideñas: esto va a peor”.
Acostumbrados como estamos al botafumeiro institucional permanente y a las muchas mentiras que la propaganda nos proporciona a diario creyendo que la gente es tonta, una conferencia que te enfrenta a la verdad -en la forma que lo hace el profesor Fernández Villaverde- es un revulsivo que cada cual, en función de su preparación (lo que tiene que ver con su ideología) y sobre todo de su sentido común y sensatez, va a digerir en diferente forma. Lo que está claro es que sus palabras no han pasado desapercibidas y han dado con absoluta certeza y sinceridad en el diagnóstico: “esto va a peor”.
No sólo en España con sus “peculiaridades” añadidas (como es la estructura autonómica generada en la Transición Política, que supone un aumento de gasto público improductivo y clientelar), sino en toda Europa (con alguna excepción de racionalidad política), enganchada a las más aberrantes y estúpidas teorías paracientíficas del llamado mundo “woke” y similares que sólo esconden intereses personales o hacen seguidismo dogmático convertido en normativa comunitaria por la UE (cuyas consecuencias hemos padecido con la “gota fría” valenciana de este año), o en esa “salvación del planeta” surgida del infantilismo de la niña Greta, utilizada espuriamente.
Así, en la conferencia a que nos referimos, el profesor Fernández Villaverde se refería a las diversas circunstancias que nos han llevado a la situación actual.
La primera de ellas es el colapso demográfico sufrido en el mundo occidental en función de las citadas teorías, que han enfrentado y pervertido las relaciones humanas, junto a las políticas de empobrecimiento social que impiden la formación de familias, permiten los asesinatos de bebés (abortos), crean conflictos bélicos y destruyen poblaciones y culturas para sustituir a las autóctonas, se apoderan de los bienes y recursos de los diferentes territorios impidiendo su crecimiento, con la excusa de la contaminación atmosférica, pero con el objetivo de ser explotados por poderes salvajes (Ferrajoli).
En este aspecto es importante el juego en el tablero mundial del tráfico indecente de personas extraídas de sus lugares de origen, para ser abandonadas a su suerte una vez cumplido el objetivo comercial y político. El comercial en cuanto de tal actividad devienen siempre beneficios para los traficantes (de origen institucional: subvenciones más o menos encubiertas), como para el aumento de mano de obra barata al servicio de quienes la explotarán sin consideraciones o derechos. A mayor número de demandantes, peores condiciones en las ofertas. Los llamados “sindicatos” ya no existen y forman parte del sistema, al igual que el mundo corporativo como cómplices necesarios.
El procedimiento es muy simple: se hace recaer un sentimiento de culpa a las generaciones occidentales de hoy que deben expiar los pecados de sus mayores, mediante la hábil (y muchas veces falsa) propaganda de los medios de comunicación al servicio del régimen. Estas deben asumir el pago de la deuda contraída a lo largo de la Historia, proporcionando a los inmigrantes forzosos, los medios de vida necesarios para su instalación, servicios públicos y empleo, como justa compensación por lo realizado por los antiguos imperios.
Aquí entra en juego la manipulación mediática o educativa que, no sólo será cómplice de una nueva esclavitud, sino que lo hará en la idea de la justicia que el inmigrante merece y aceptarán de buen grado su tráfico (ya el tráfico de esclavos se consideró en los siglos XVII y XIX como una forma de “mejorar” sus vidas) incluso con el enorme riesgo añadido de viajes que terminan en tragedia y muerte, sin llegar al “paraíso” prometido.
“Cada inmigrante es una pérdida económica para el Estado, desde su llegada hasta su vejez, lo que reacaerá en el contribuyente”, dice el profesor Fernández Villaverde y lo justifica por tratarse de personas que, salvo algunas excepciones, van a vivir del Estado sin aportar nada al Estado. Primero porque sus casos excepcionales de renta, no van a ser objeto de aportación al Estado y, por el contrario, deben recibir del Estado todos los servicios que precise a lo largo de su vida: vivienda, subvenciones para vivir, educación, sanidad, etc.
El capital humano que podría desarrollarse en sus países con recursos propios, con educación y formación adecuada, con instituciones políticas honestas (no vendidas a poderes políticos y económicos ajenos), es obligado a emigrar con el sólo hecho de haberse apoderado de sus riquezas propias o evitar su explotación por medio de “tratados” y “acuerdos” que los condenan a la pobreza y sumisión. La vida sigue igual, aunque se la pinte de rosa.
El “mundo desarrollado” que los recibe tampoco está “para tirar cohetes”. Europa, como colonia al servicio de los intereses estadounidenses, ha ido rebajando su listón de prestigio con el servilismo de un pueblo sumiso, que compra cualquier cosa que le vendan (tanto intelectual como socialmente), viene haciendo una operación de autosuicidio en todos los ámbitos de la economía, prohibiéndose a sí misma el necesario desarrollo y crecimiento a base de firmar también “acuerdos” y “tratados” que, lejos de potenciarla (motivo de la UE), la han ido debilitando progresivamente hasta hacer de ella un simple espectro de lo que debería ser.
En opinión del Sr. Fernández Villaverde, en ello tienen mucho que ver las políticas erróneas que empezó Alemania (primer motor de la economía europea) con Angela Merkel y la destrucción de las fuentes energéticas nucleares para alegría de los llamados “verdes” (ecologistas de salón), que ha llevado a la pérdida de competitividad real, a la prohibición de explotación de recursos reales, a la destrucción de infraestructuras, a la obediencia absurda a EE.UU. (como el caso de prohibir compras o imponer sanciones), que culminó con la total y absoluta sumisión de los intereses propios a los intereses ajenos. La persona designada al frente del gobierno europeo, reelegida casi por unanimidad de un Parlamento “ad hoc”, ha sido la guinda en el pastel de la desintegración de la UE. (según el citado economista).