Desde principios de este siglo XXI, han sido muchas las críticas que nos han venido denunciando la gran insatisfacción que se estaba produciendo con el sistema imperante al que nos han conducido: vemos como capitalismo salvaje o capitalismo canalla se han vuelto expresiones de uso creciente y cotidiano. Aun, hoy, hay otros que siguen creyendo que es posible un capitalismo escrupuloso o un capitalismo solidario.
En realidad, el camino que emprendió lenta y silenciosamente la globalización ha experimentado en esta última década una nueva proyección, la globalización ha fragmentado el mapa en diferentes espacios jurídicos: puertos francos, paraísos fiscales y «Zonas Económicas Especiales» que no son otra cosa que áreas delimitadas geográficamente que ofrecen un entorno de negocios excepcional. Con estos nuevos espacios, los ultracapitalistas han empezado a creer que es posible escapar de las ataduras y la supervisión de los gobiernos democráticos. Han ido dejando a los Estados nación solo para dar un toque de color a los mapas, pero carentes completamente de una verdadera fuente de poder y de gestión económica independiente.
Los ciudadanos han comenzado a estar hartos, ven como el sistema está fallando y nunca llega el ansiado momento de recibir todo lo que se les viene prometiendo. Este sistema ruin ha generado una situación potencialmente explosiva ya que la convivencia social se ha ido deteriorando de una forma irreversible. Este capitalismo fraccionador sigue basando su ideario en los libertarios radicales. Estos ayudados por una generosa inyección de dinero de los ricos, abrazaron en gran medida la derecha política, a menudo bajo la influencia de emigrados europeos como Ayn Rand, L. V. Mises, F. A. Hayek y otros.
Ha sido este libertarismo radical, una corriente tremendamente influyente y perfectamente identificada ya, la que ha rechazado explícitamente la noción de igualdad moral, sorprendentemente, incluso tal y como la entendían los liberales clásicos.
En la actualidad es tal el poder que han concentrado las oligarquías financieras que aplican este sistema que ha dado lugar a un creciente debate sobre los límites y alcances de la libertad individual y a la necesidad de aplicar políticas públicas para garantizar la justicia y la igualdad social. Esta situación nos lleva a tener una visión alarmante de nuestro futuro próximo.
Para L. V. Mises: «Los hombres son totalmente desiguales. Incluso entre hermanos existen las más marcadas diferencias en atributos físicos y mentales (…). Cada hombre que sale de su taller lleva la impronta de lo individual, de lo único, de lo irrepetible. Los hombres no son iguales, y la exigencia de igualdad ante la ley no puede basarse en absoluto en la afirmación de que se debe dar el mismo trato a los iguales».
Hoy día hay quienes ya comienzan a cuestionarse el valor de los votos según la situación, el estatus social y las características económicas, profesionales y culturales de las personas que tienen derecho a voto. Una visión fragmentaria y excluyente de los derechos de las personas y tremendamente alarmante para nuestro futuro próximo.
La insatisfacción y el rechazo que muestra la sociedad está justificada, pero será estéril e inútil si no entendemos dos cosas: que diferencia hay entre el capitalismo actual y el capitalismo de épocas anteriores, y por qué el actual sistema económico y social ya no satisface las expectativas de los ciudadanos.
El sistema capitalista estaba basado supuestamente en la eficiencia; pero hoy, en realidad, es cada vez más ineficiente, pues muchas personas no tienen posibilidad de aportar sus capacidades a la sociedad; a lo que tenemos que añadir como los recursos ecológicos se dilapidan de forma irreversible. Es innegable que el sistema capitalista ha sacado a millones de personas de la pobreza, pero, al mismo tiempo, en la actualidad, es evidente la enorme desigualdad social que está generando, motivo por el que está poniendo en grave peligro la cohesión social.
En teoría, vivimos en sociedades abiertas y democráticas; pero, en la práctica, la acción de los gobiernos es cada vez más autoritaria y tiende al totalitarismo. La democracia sufre una erosión continua.
Las élites dirigentes han dejado de estar al servicio del bien común y se han apropiado de los recursos públicos en beneficio propio. Élites y pueblo han dejado de tener intereses comunes. En lugar de prestar bienes y servicios a precios competitivos, las grandes empresas y el sistema financiero tienden cada vez más a las prácticas especulativas.
También se vive una profunda crisis del trabajo, que solo está comenzando: las nuevas tecnologías se suceden rápidamente y vuelven obsoletos muchos oficios y profesiones que parecían inamovibles, sin que la Educación sea capaz de dar una respuesta a la altura de las circunstancias.
Todos nos hemos preguntado en algún momento en estos tiempos tan inciertos que estamos viviendo: ¿Qué está ocurriendo con la Globalización? ¿Cuál es el futuro del Trabajo? ¿Cómo está cambiando la Economía? ¿Hacia dónde va la nueva Política? ¿Cómo va a cambiar la demografía? ¿Cuándo aparecerá la próxima crisis? ¿De quién dependemos en realidad?
En todo este maremágnum que estamos sufriendo sería conveniente que nos preguntáramos y analizáramos todos estos fenómenos: ¿cuándo se producen, por qué se producen y cuál es su dinámica y qué consecuencias nos acarrean? La Globalización ahora es Desglobalización, el Trabajo se llama ahora Teletrabajo, la Economía es ahora Economía digital y sostenible etc. Resulta ya urgente y necesario entender por qué están ocurriendo estos fenómenos, qué consecuencias están teniendo y a donde nos conducirán en nuestras vidas, intentar de esa manera conseguir estar mejor preparados con la intención de salir más airosos de estas nuevas circunstancias.
La deconstrucción de Occidente es imparable y marcha a gran velocidad como consecuencia de la globalización impuesta y encabezada por Estados Unidos. La Unión Soviética, que había terminado por destruirse, comienza nuevamente a dar señales de poderío y expansionismo. Cada día está más claro que el dominio estadounidense en el mundo, que desde el siglo XX ya había comenzado a asentarse progresivamente, nos ha traído nuevas formas culturales muy lejos de los valores cristianos por los que se sustentaba nuestra cultura. La cultura occidental, gracias a la cultura cristiana, pudo cimentar su gran expansión europea, de manera que el concepto de Occidente resulta inseparable de su naturaleza cristiana. Sin embargo, el desprecio que se ha venido produciendo de sus raíces culturales y morales la han llevado a un proceso de decadencia de incierto final. Una deconstrucción imparable y que marcha a velocidad vertiginosa. Lo que se ha venido a denominar como “Nuevo Orden Mundial” no es otra cosa que la hegemonía que se ha establecido a través de un poder económico-financiero y tecnológico de carácter global. Hasta ahora todo dependía de la influencia de Estados Unidos, pero ahora esta situación ha comenzado a cambiar. China sin ruido y sin pausa ha comenzado a dar la cara y a demostrar su auténtico poderío. En pocos años ha surgido como el oponente que nadie esperaba, al que se han sumado multitud de países no alineados. En este escenario, Occidente ha comenzado a tambalearse como consecuencia de la carencia de valores sustantivos que defender, unos valores enraizados en la cultura cristiana que los sostenía, la decadencia que ha emprendido Occidente es fácilmente perceptible, está mostrando signos evidentes de la debacle por la que circula, la política y la economía están condicionadas por cuestiones geográficas, de igual manera que las guerras provocadas y controladas estratégicamente, dirigidas a debilitar y consumar el desastre final. Está cada día más cercano que los restos del imperio Occidental quede en manos al unísono de las civilizaciones islámica, ortodoxa, hindú y por supuesto la oriental, o sea, el poder de China.