Estas palabras corresponden a la Introducción del libro “La fabricación de nuevas patologías” del médico peruano Emilio La Rosa Rodríguez, cardiólogo especializado en la Universidad René Descartes de París, donde se doctoró asimismo en Antropología Y Ecología Humana, trabajando en las universidades de la Sorbona y Pierre y Marie Curie; investigador en el “Collège de France”, médico jefe del IPC y del CPSS, miembro de “Etats Généraux de la Santé, France”, representante de Perú en la “Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos” (Unesco 2005) y director actualmente del “Centre de Recherche et d’Etude Santé et Societé (CRESS) de París y miembro del Comité Internacional de Bioética de la UNESCO. En definitiva, toda una autoridad académica a la que conviene conocer, leer y escuchar.
Por otra parte, el libro viene a coincidir con el anuncio del director general de la OMS de la aparición de nuevas pandemias mucho más graves y destructivas que el Covid 19 (aunque no ha aclarado cuáles son sus fuentes de información) con lo que retorna el pánico social infundado (que es un delito) en una sociedad alienada y cada vez más cobarde e ignorante, que parece desconocer las palabras de Montaigne: “No mueres porque estás enfermo, mueres porque estás vivo”.
La salud como negocio (y gran negocio, por cierto) viene a sustituir a la vocación médica y a someterla por medio de todo tipo de “compra” de voluntades, creando nuevas “enfermedades” que, en su mayor parte, son simple consecuencia “de la evolución normal de la vida, de los comportamientos humanos y de la reacción de los individuos frente a las dificultades cotidianas. Todos estos procesos pueden ser medicalizados; sólo se necesita identificar ciertos síntomas banales, encontrar un medicamento adecuado y organizar campañas de comunicación con el fin de darle a la nueva afección el espaldarazo necesario para que se convierta en una enfermedad seria y frecuente. Esta tendencia se inscribe dentro de un fenómeno más general caracterizado por una medicalización de la vida y una medicamentación del bienestar.” añade el doctor La Rosa.
Todo ello se traduce en “aumento innecesario de las estadísticas de morbilidad con enfermedades inexistentes que estigmatizan a personas etiquetadas de enfermas, originan gastos inútiles y tienen consecuencias éticas porque una entidad o síntomas banales son transformados en algo serio, proponiendo un tratamiento medicamentoso que puede provocar efectos secundarios reales y serios, además de originar una enfermedad iatrogénica, en contravención de uno de los principios éticos fundamentales: la no malificiencia (primun non nocere)”. No es necesario recordar ejemplos recientes.
Otros como André Comte-Sponville añaden: “la medicina debe ayudarnos a vivir mejor, pero no debe eximirnos de vivir. Y vivir, entre otras cosas, significa hacer frente con nuestros propios recursos a las dificultades y etapas de la vida”.
“La medicina, en la medida en que posee la capacidad científica y técnica, debe aceptar verse radicalmente desacralizada” dice Georges Canguilhem, mientras Voltaire afirmó: “He decidido ser feliz porque es bueno para la salud”. En este caso no debemos ignorar la relación que, en muchos casos, existe con supuestas “enfermedades” que sólo son síntoma de situaciones emocionales pasajeras. El consumo compulsivo de medicación inducido por las prescripciones médicas y la publicidad, son origen y motivo de consecuencias más graves: la adicción al sentimiento de que un mayor consumo de medicación significa mayor nivel de vida y bienestar. La receta olvida muchas veces el componente humano individual del paciente que es lo más importante.
La OMS es la agencia de Naciones Unidas para la salud a la que define como: “un estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente como la ausencia de lesión o enfermedad”. Con ello crea unas expectativas falsas a la población que ya no se conformará con el bienestar físico, sino que buscará en los medicamentos el bienestar mental (drogadicción) o social (incluso delincuencia), como derechos propios.
¿Cuáles son las vías que conducen al exceso de medicación? La respuesta es sencilla y va ligada a quienes obtienen beneficios económicos o de otra índole con la puesta en el mercado de un exagerado número de productos, de sus cadenas de distribución, de su publicidad profesional o no, de los incentivos para su aplicación y prescripción, todo ello basado en un sistema que exime de responsabilidad a los productores y la traslada al prospecto (que hay que leer antes de usarlo) y al usuario como último y único responsable de medicarse (aunque se le obligue a ello).
Los datos sobre el aumento exponencial de medicación desde la “sensibilización” del cuerpo médico y la búsqueda de ese falso “bienestar” (con que se justifican incluso sentencias judiciales) son contundentes. En Francia, uno de ellos es conocido como la “píldora de la obediencia” aplicado a conductas infantiles rebeldes, con efectos secundarios de alucinaciones. En todo caso, la simple lectura de los posibles efectos adversos de la medicación provoca un instintivo rechazo y en EE.UU. (por ejemplo) tales efectos acarrean denuncias ante los tribunales de justicia con indemnizaciones millonarias.
El doctor La Rosa hace referencia al libro “Némesis Medica” de Iván Illich, donde se señala que “la expansión del establishment médico, está medicalizando la vida misma, erosionando la capacidad de los individuos para afrontar la realidad del sufrimiento y la muerte, transformando una cantidad importante de ellos en enfermos”. También hace referencia a Michel Foucault que “considera la medicalización de la sociedad como una dimensión del desarrollo en occidente del paradigma biopolítico. La medicina en el siglo XX ha desbordado su ejercicio tradicional para ser una práctica social.” Por su parte R. Porter (“Die Kunst des Heilens”) lo considera “un problema estructural de las sociedades y sistemas de salud occidentales, donde existe una paranoia de la enfermedad”.
Conviene recordar todo ello ante el nuevo anuncio de pandemias de origen desconocido desde la OMS.