La salud no tiene ideología

Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

«Como miembro de la profesión médica, prometo solemnemente dedicar mi vida al servicio de la Humanidad»

Así empieza el texto del antes juramento (hoy promesa sólo) hipocrático o “Declaración de Ginebra” adoptado por la Asociación Médica Mundial (AMM) en 1948 y aprobado en Chicago en octubre de 2017, tras las numerosas revisiones y enmiendas al mismo en diferentes ocasiones. Ello implica muchas cosas: generosidad, dedicación, amor al prójimo, desinterés económico, sabiduría y conocimiento no dogmático, humildad, responsabilidad, etc.

No obstante, parece claro que la salud se ha convertido en arma política al servicio de los poderosos, ajena a todo lo enumerado y a la eficacia asistencial, utilizando incluso a los pacientes como “carne de cañón” partidaria.

Las aguas políticas siguen turbias y revueltas en este campo (como en la Educación) hasta el punto de que resulta difícil distinguir en la confusión resultante los intereses puramente científicos, de los personales o ideológicos en este caos prediseñado de destrucción de valores, principios y conocimiento. De nuevo la salud de las personas sirve como arma injusta y aberrante para “vendettas” partidarias, aprovechando en este caso la figura “heroica” artificiosa creada con motivo de la pandemia, para lo que son simples servicios públicos del Estado (sin perjuicio de reconocer los muchos casos puntuales de entrega profesional del mundo sanitario que siente de verdad tal juramento y se ahogan entre la Medicina y el activismo político de sus compañeros).

Cuando presumíamos de tener la mejor sanidad del mundo (otra exageración) y del mayor horizonte de vida de la población, parecía haber quedado atrás el mundo de las enfermedades (en el mundo occidental al menos). Nuestra propaganda oficial audiovisual se alimentaba de imágenes de “maduros” felices y contentos al no tener que pisar consultorio médico alguno, pero… en ese mundo feliz y distópico, irrumpió de pronto, sin aviso, un extraño virus que cambiaría por completo esas imágenes idílicas.

Tras lo que se va descubriendo (desde hace tiempo) con respecto al Covid 19 y sus derivadas de vacunación (declaraciones de los productores en el Parlamento Europeo), quizás convenga de nuevo ir a los datos reales de años anteriores a la pandemia y al cambio político en las instituciones que los custodian (como el Instituto Nacional de Estadística en España), con independencia de las responsabilidades políticas y públicas que han llevado al pánico y sometimiento de las sociedades, que fueron recogidos en su día en artículos de este mismo digital.

De nuevo es conveniente insistir en cuestiones tales como el verdadero origen y difusión de un virus “potenciado” —al parecer— por manipulaciones humanas y con objetivos cuando menos “sospechosos”, tal como dejaron claro numerosos expertos reales (no ficticios) a quienes se atacó y denigró por el mundo político. De nuevo es conveniente recordar quienes, por acción u omisión, convirtieron su juramento (o promesa) hipocrática en servidumbre del poder y de intereses particulares de la industria y el dinero. De nuevo conviene no olvidar los muchos daños colaterales de la situación desde el punto de vista sanitario, que todo ello ha conllevado para la población.

Pero parece que la consigna es otra. Parece que de lo que se trata es de olvidar responsabilidades, irregularidades, posibles delitos o corrupciones, ligadas a toda la gestión desde la política. Y nos distraen con manifestaciones, sabotajes del servicio público y reivindicaciones sindicales partidarias de quienes están al servicio de ideologías, en lugar de servir a los ciudadanos. Ya la revista “The Atlantic” a través de su colaboradora Emily Oster, solicita la declaración de una “amnistía covid”, tras el reconocimiento de su tratamiento mediático y político. El ruido pretende ocultar las sombras chinescas con que la propaganda mediática subvencionada ha contribuido (y no poco) a transmitir mensajes de miedo (que no de prudencia) y de sumisión a imposiciones y medidas inconstitucionales, olvidando la búsqueda de la verdad que se le supone a la Ciencia.

Ya hemos dicho en repetidas ocasiones que la contaminación ideológica de los servicios públicos es uno de los males más graves con que contamos en las llamadas “democracias”. Que la imparcialidad, neutralidad y eficacia de atención a la soberanía nacional se corrompe al teñirse de ideologías o simples intereses personales y que éstos, por legítimos que sean, deben quedar en la puerta de las instituciones, pero no estar en sus pasillos. Que los juramentos de servicio público no son a partidos, facciones, ideologías o gobiernos, sino al conjunto del Estado y que nadie puede utilizar las instituciones en provecho propio o como ariete contra el adversario.

La salud es algo que atañe a todos pues no distingue entre ideologías, por lo que debe salir de ese bucle partidista con el regreso al juramento olvidado o marginado, reconociendo su realidad, sus luces (de vocación) y sus sombras (de intereses), donde también se olvida que la misma no puede ser un simple elemento de consumo, que cada persona o cada paciente es un caso único y particular por muchas “referencias” semejantes que existan, que la parte humana de la atención es básica para ajustar diagnósticos y terapias, que la sabiduría clínica no es una cuestión de títulos, sino de experiencia, humildad y respeto por la dignidad de las personas.

En todo ello sobra el activismo político y falta el otro activismo científico independiente no sujeto a ningún tipo de presión, sino a la búsqueda de la verdad. Eso es la Ciencia. Lo demás humos artificiales para ocultarla.

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