La Muerte, vestida con manto y capucha, sin rostro, apagando toda luz a su paso, en un ámbito tétrico, con la guadaña en la mano para segar vidas, con una eficacia y puntualidad precisa, inevitable. Así morimos como si nos hubiesen asesinado.
Sentir acercarse la muerte o temer que te maten, sentir la angustia de tantas incógnitas. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? Y, sobre todo, ¿Qué hay después? Y todo empieza por lo que mucha gente no quiere saber: ¿Quién y qué somos?
El joven, si está bien, no piensa en la muerte, mientras que el viejo no puede evitarlo. Todo es una cuestión de la capacidad de aceptación de lo que queremos o tememos que sea la vida.
Hay dos temas importantes, la cuestión de la inmortalidad y el del alma. Por un lado, se desea la inmortalidad, que los no creyentes niegan. Por otro, están los que buscan o creen en aspectos inmortales del hombre, o todo él.
El hombre es un ente solo físico o está compuesto de cuerpo físico y alma. Prácticamente todo el mundo cree en el alma, Unos como un elemento físico existente en alguna parte, quizás del cerebro. El alma una cuestión de fe. No es un tema científico. Para los cristianos, el alma espiritual no es ni materia ni energía, no tendría ni forma ni tamaño. Si es inmortal ¿Qué es?
El alma es el interior de nuestro interior, el lugar más recóndito y secreto, el que nos recuerda que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, donde El puede morar convirtiéndonos en templos, donde podemos conversar con nuestro mejor Amigo.
El alma es la esencia de la vida, el soplo divino que nos anima, que se separa al morir, quedando tan solo un muñeco de barro que será, ¿cuándo?, sustituido por un cuerpo celeste, inmortal. Esto, ¿Quién lo ha inventado? Quizás nos haya sido transmitido, ¿por el soplo de la vida o por el testimonio de un Ser Divino?
Casi todas las oraciones repiten, de algún modo, “Ruega por nosotros en la hora de nuestra muerte”. Al principio creía que solo se refería a que no muriésemos en pecado, pero más tarde comprendí que también se pedía auxilio ante las dudas que pudiesen aparecer.
Recuerdo con espanto la obra que presenta a una monja que después de rezar toda su vida, no soporta las dudas y muere gritando y aterrorizada. Qué diferente a Santa Teresa, cuando decía muero por que no muero” y “por fin muero”.
También me sorprende la naturalidad que suelen presentar algunos no creyentes ante la idea de la nada después de la muerte.
Cuánta gente se ha visto, en una situación muy grave, en un túnel con una intensa luz blanca al fondo y, al despertar, interpretan que han regresado del Cielo o de la muerte. Quizás no estuvieran suficiente muertos ¿Qué era? Quizás una alarma que potenció su capacidad anímica para favorecer la recuperación.
La “esperanza” es una puerta trasera que no conocen ni el diablo ni la muerte. Si abres esa puerta, entra una luz potente que deslumbra el rostro sin ojos de la señora de la guadaña. Creo que el pomo de esa puerta siempre está al alcance de nuestra mano.
Solo el miedo y la falta de fe nos impiden concebir a la muerte como una señora, vestida de blanco que viene a recoger nuestras almas, a veces por razones incomprensibles como en la muerte de un hijo o la de nuestro compañero en la vida, lo que más queremos.
El espanto del dolor insoportable, la tristeza de la soledad, la necesidad del amor y de la amistad, del agarrarse a este mundo que ya empieza a desaparecer. El descanso, la paz. Esa situación tan terrible en la que no se soporta la vida y no es que se quiera morir, sino el dejar de ahogarse, respirar, de calmar un dolor que te hace gritar, de acabar con las medicinas que anulan tu mente. Cuando el morir es vivir sin vida.
Por el testimonio de un amigo, conozco una experiencia mucho más compleja que la del túnel y la luz del fondo. Él estaba entubado y los médicos pensaban que no sobreviviría. Cuando peor estaba tuvo, posiblemente, una visión en la que la Virgen lo cubrió con su manto, de un brocado maravilloso y de colores tierra y rojo. Ambos de pie frente a Jesús. La virgen dijo: Te presento a un hombre que no tiene nada, pues lo ha dado todo. Jesús le preguntó si quería vivir o morir. Él contestó que vivir. —Para ello tendrás que ser santo y… Un gran griterío interrumpió la conversación y entonces notó que no había suelo, que estaba dentro de la luz y que el griterío provenía de abajo. No recuerda si despertó o había estado despierto. Mejoró, se curó y su vida cambió radicalmente. Ahora anda preguntándose qué tendrá que hacer, tal como se le dijo, al mismo tiempo que desaparecía de su memoria. ¿Qué era aquel griterío?
Todas estas cuestiones nos asaltan algunas veces, las aceptamos o las rechazamos, frecuentemente las consideramos inoportunas, tristes o molestas, como si nos impidiesen disfrutar la vida, quedando ésta como no aceptada, cuando si la aceptáramos sabríamos más sobre lo maravillosa que es.
Artículo de Joaquín Grau, publicado en esta página el 26 de Noviembre de 2015