En el marco de una crisis climática como la que vivimos, que no para de dar pruebas de que la acción de respuesta del conjunto de los países del mundo debe ser inmediata para evitar un mayor calentamiento del planeta, la necesidad de acometer cambios urgentes en cómo nos proveemos de energía está más que nunca sobre la mesa.
En Malaui, esta semana aún sigue aumentando el trágico balance de un ciclón llamado Freddy. Ya son casi 700 los fallecidos que dejó esta tormenta tropical, la más fuerte jamás registrada, que nos ha dejado una prueba absoluta de que el cambio climático es su causante: cada vez que el ciclón cambiaba de dirección y regresaba al mar, al Océano Índico, lo encontraba tan calentito que cogía más y más fuerza, regresando después a tierras de Mozambique y Malaui para causar estragos a través de lluvias torrenciales, inundaciones y los consecuentes desprendimientos de tierra.
Hacen falta, pues, soluciones urgentes y medidas audaces inmediatas, pero también es fundamental que se acometan cambios estructurales a medio y largo plazo. El del modelo energético es, sin duda, quizás el que más impacto puede causar en la consecución de nuestros objetivos.
Ya he escrito en artículos anteriores sobre el potencial que el hidrógeno tiene para convertirse en el vector de energía del futuro, y de lo clave que resultará para lograr realmente un impacto en la reducción de las emisiones que frene la escalada de temperaturas en nuestro planeta.
Para ello, hoy quería hablarles de lo importante que será en los próximos años África en toda esta carrera en pos de de la descarbonización. Su potencial para producir hidrógeno verde es de los mayores del planeta. A modo de explicación, permítanme recordarles que el hidrógeno requiere mucha energía para generarse a través de un proceso de electrólisis al que se somete una molécula que, por suerte, nuestro planeta dispone en abundancia: el agua. Y que cuando la electricidad necesaria para llevar a cabo esta electrólisis es renovable -eólica o solar-, el hidrógeno resultante se llama hidrógeno verde. Este es, pues, el maná del futuro, el combustible que alimentará cualquier barco, avión o vehículo a motor que no sea totalmente eléctrico. Esta semana he presentado en Oviedo, Asturias, una ponencia sobre este vector energético y su potencial en África, en el marco del Fórum de Oportunidades y Colaboración África-España. Asturias está precisamente trabajando en un proceso de descarbonización de toda su industria.
En mi intervención destaqué que África es ya fundamental en cualquier análisis que se haga de una economía verde del hidrógeno en el mundo. No solo porque las condiciones del continente para disponer de energía solar son las mejores del planeta, sino por otros aspectos tan o más prácticos: la mayor parte de los minerales que son necesarios para producir las membranas electrolíticas sin las que no es posible lograr la electrólisis, como el platino, están en África. Solo Sudáfrica, por ejemplo, dispone del 90% de las reservas mundiales de este mineral.
Europa es perfectamente consciente de esta circunstancia, por lo que ya se está trabajando en acuerdos de facilitación de inversiones sostenibles a través del llamado Plan Industrial Verde. Ahí se combinan no solo los proyectos de futuras plantas generadoras de hidrógeno, sino también las infraestructuras de conexión y distribución, como los gaseoductos (cualquier gaseoducto que se construya ahora se ejecutará con la idea de que en el futuro transporte hidrógeno).
Por lo pronto, se conocen ya proyectos que podrían llegar a conducir a que África disponga en los próximos años de electrolizadores con una capacidad de hasta 114 gigawatios, más de la mitad de ellos en África subsahariana. Pero es importante también entender que estamos, realmente, muy lejos de la realidad. Producir centrales de hidrógeno es muy caro, hasta el punto de que la financiación real aprobada (es decir, con dinero contante y sonante) alcanza solo unos cuantos megawatios. En porcentajes, pues, una cifra inferior al 0,1% de lo que se anhela tener en el futuro.
Falta el dinero, pero la planificación existe. Algunos países europeos ya avanzan con paso firme con acuerdos en países africanos: hay anunciados más de 52 proyectos de hidrógeno verde, cuya producción alcanzará los 7,2 millones de toneladas a finales de 2035. Por ejemplo, Alemania ha firmado acuerdos para crear infraestructuras en Namibia, y Noruega trabaja para disponer de proyectos en Egipto (país que cuenta ya con 21 proyectos anunciados).
Es, como ven, un camino que empieza andarse ahora y en el que España tiene muchísimo a decir, al estar posicionado como el hub perfecto entre la Unión Europea y el continente africano. Al respecto, será también crucial el papel que pueda jugar Marruecos, y ahí me gustaría recomendarles una lectura: en nuestro país, el prestigioso Instituto Español de Estudios Estratégicos publicaba a principios de este mes de marzo un informe del analista principal don Ignacio Fuente Cobo titulado ‘¿Puede Marruecos convertirse en un proveedor energético para Europa?’. En él, afirma que Marruecos ha hecho de la independencia energética uno de sus principales ejes estratégicos, desde principios de la década del 2000.
Dado que Marruecos no produce hidrocarburos ni cuenta con la tecnología necesaria para la energía nuclear, es razonable que recurra al sol y al viento como fuentes energéticas. Su plan es enormemente ambicioso: su mix energético (la combinación de las diversas fuentes con que se surte de energía) será en un 52% renovable para el año 2030. En esencia, la tesis de Fuentes Cobo viene a decir que el potencial de Marruecos en el desarrollo del hidrógeno verde debe ser contemplado por nuestro país, cuya posición, y esto es pura lógica geográfica, nos convertiría en la puerta de entrada de este vector energético, que competiría directamente con el hidrógeno ‘rosa’, el de origen nuclear, que pretende impulsar nuestra vecina Francia.
Ya la Unión Europea (UE) planea elaborar 1 millón de toneladas de hidrógeno verde para 2024 y llegar a los 10 millones a finales de esta década, lo que supone un suculento negocio que pasará de los 1.500 millones de euros en 2024 a los 15.000 millones en 2030. La combinación de una demanda disparada y de cada vez mayor presencia de las renovables (somos el país europeo con mayores condiciones para ello) hacen que estemos ante una oportunidad histórica que España debería aprovechar.
Lo que también creo que hay que tener claro es que la urgencia histórica del momento no debe apartarnos de un objetivo, que Europa debe sostener como un mantra. El hidrógeno verde africano puede y debe ser la oportunidad perfecta para que, en cierta manera, la cooperación entre Europa y África alcance verdaderos resultados en términos de desarrollo, de mejora de la calidad de vida de los africanos.
Para los africanos, subirse al carro del hidrógeno verde permitiría aquello que los economistas repiten hasta la saciedad: podrían integrarse en la cadena de valor del hidrógeno. Además de nuevas oportunidades económicas locales, supondrá creación de empleo, diversificación de la economía y, algo que va íntimamente ligado al desarrollo, la electrificación de la sociedad, que se beneficiará de la expansión de las renovables.
La industria del hidrógeno en África conllevará también una lógica ampliación de las oportunidades educativas, para formar a nuevos trabajadores. Otra será la mejora del acceso al agua, debido a la red de nuevas desalinizadoras creadas para alimentar de agua los procesos de electrolisis.
Europa, que será el principal comprador del hidrógeno que sea capaz de producir África, tiene ya demasiadas lecciones históricas aprendidas como para no comprender que, en un momento clave de la historia como es este, el desarrollo del hidrógeno en África debe apoyarse, acompañarse y financiarse bajo la condición sine qua non de que exista un impacto real en la mejora de las sociedades africanas, que permita electrificar el continente, garantizar que el beneficio es mutuo. Y es ahí donde creo, y estoy plenamente convencido de ello, de que en el conjunto de la Unión Europea, tanto España como, particularmente, Canarias, pueden y deben jugar un papel determinante en esto. Quiero recordar que la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, fundamentalmente el grupo de trabajo liderado por Antonio Gómez Gotor, ya elaboraron a comienzos de este siglo propuestas para la descarbonización a través del hidrógeno para toda la Macaronesia. Y aún más específicamente, creo que Casa África puede y debe entrar en este campo haciendo lo que mejor sabe hacer: tendiendo puentes, generando encuentros y alianzas entre africanos y españoles.
Ya no cuela la manipulación del «cambio climático» y la «descarbonización» y los ciudadanos empiezan a reaccionar ante la misma con la sabiduría de la experiencia milenaria. Ya nadie se cre que ningún gobierno pueda establecer: «Artº 1º.- A partir de la entrada en vigor de esta ley, el Sol dejará de emitir radiaciones geomagnéticas en el Hemisferio Norte entre las 15 y las 20 horas de los meses….» ¡Ja!
Comprendo que el tener un cargo público obliga a hacer afirmaciones sorprendentes sobre modelos energéticos como es el hidrógeno bautizado por la nueva religión como «verde». Los relatos oficiales bien engrasados por puestos, cargos y propaganda mediática forman parte de esa «Psicología de las masas»(Le Bon) donde se pierden los criterios propios para asumir el criterio del grupo, de la masa» por muy absurda que sea.
La exigencia científica es otra cosa. Busca la verdad y por eso la verdad se oculta en pseudociencias con muchos, muchísimos expertos «ad hoc». Esa verdad que está desmontando entre otras cosas los deshielos árticos y su correspondiente inundación de ciudades costeras (Nueva York, según pronósticos, lleva ya más de diez años sumergida en el Atlántico o -segén el Club de Roma- hace más de cuarenta años que no hay alimentos para una población que crece exponencialmente).
Al final aparece la gran cuestiòn: el dinero necesario para que todo tipo de organizaciones se lucren a cuenta de cualquier cosa (siempre que sean de los «nuestros» donde se incluye a los «preparados» o adoctrinados al efecto). El «suculento negocio» (según el autor) de miles de millones sacados del sudor del trabajo o de las deudas de las naciones, para satisfacer cualquier disparate lleno de algoritmos que -aparentemente- lo justifiquen. ¡Money, money, money…..! Lo llaman «gasto público» pero es en realidad beneficio privado.
Un saludo.