Para gran parte de la población el nombre de Thomas Robert Malthus (1766-1834), profesor de Economía Política en Inglaterra, le será completamente desconocido, si bien el desarrollo de la población actual en el mundo, responde en gran medida a su obra “Primer ensayo sobre la población”, cuya primera edición del año 1798, sería continuada por otras en 1803, 1806, 1807 y 1830 en forma de resumen, lo que nos da una idea del interés que despertó en la sociedad de su época.
Hay que señalar que no fue el primero en referirse a este tema, sino que él mismo estaba influido por otros autores anteriores como Adam Smith, David Hume, Richard Price o Robert Wallace (que posiblemente fue el más relevante en la teoría “malthusiana”). Lo que empezó como un simple debate sobre las teorías de William Godwin o Condorcet, se convertiría años más tarde en un ensayo sobre el crecimiento de la población mundial, encargado al Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT) por el Club de Roma en 1972 (“Los límites del crecimiento”) y más tarde recogido en el informe “Global 2000 Report” del presidente Jimmy Carter.
En ellos se analiza, discute y polemiza sobre el problema de la población mundial, sobre todo en el crecimiento exponencial de la misma y la necesidad de poner unos límites o controles que lo impidieran y surgieron los sistemas de control de la natalidad, bien por propio convencimiento en el mundo occidental, como por imposición estatal en países no desarrollados. Es más, se atizaron conflictos étnicos y bélicos que provocaron millones de muertos, desplazamientos de población y destrucción de muchos de los modestos recursos de vida existente, que se cruzaron con intereses geopolíticos y geoestratégicos de las potencias más importantes. Todo ello en aras del control de unos (los ricos y poderosos) sobre los otros (sus servidores) en un retorcido diseño de ingeniería social que, paradójicamente, pretendía mejorar la humanidad.
Por otra parte, el “cesarismo (omnipotencia extraconstitucional y por tanto antidemocrática) de la rama ejecutiva del gobierno central” (que pronosticó Spengler para el año 2000), parece identificarse en un sistema que, en el mundo jurídico-académico se identificaría como poderes transnacionales o “globalización” y, para otros, “Nuevo Orden Mundial” basado en la filantropía y en la economía social.
Como hemos señalado, uno de estos diferentes órganos transnacionales fue la ONG fundada en Roma con el nombre “Club de Roma” en el año 1968 por Aurelio Peccei, estaba formado por científicos y políticos que, en una línea “neomalthusiana”, planteaba limitar la población por su crecimiento explosivo, en base a cuestiones medioambientales y de contaminación. Una nueva ideología que básicamente pretendía frenar el crecimiento demográfico en países poco desarrollados o de ideologías comunistas, (por lo que tenía ya un sesgo predeterminado) y por ello fue ampliamente rebatida en ensayos críticos posteriores a pesar de haber colonizado -como en la actualidad- las columnas del periodismo y del resto de medios comunicación donde, métodos denostados anteriormente (como las dictaduras),son ahora publicitados y acogidos como métodos “progresistas” de izquierda. A este respecto conviene no olvidar el origen político del “nazismo” en Alemania surgido del “nacional-socialismo” o el origen del “fascismo” en el Partido Socialista Italiano, donde la propaganda y el adoctrinamiento jugaron un papel preponderante.
Así, en el conjunto de ensayos englobados en el título “El Club de Roma. Anatomía de un un grupo de presión” un conjunto de autores como Celso Furtado, brasileño; Wilfred Beckerman, inglés; Ramiro Pavón, cubano; Amílcar Herrera, argentino; Oscar Varsavsky, argentino; Jorge A. Sábato, argentino; Guy Pelachaud, francés; Ferenz Kosma, húngaro; Bartolomiej Kaminski, polaco; Marek Okolski, polaco, Wladyslav Switalski, polaco y Nelson Rockefeller, estadounidense, analizaban y debatían sobre los planteamientos de dicho club sobre población, recursos y economía. En palabras de Rockefeller: “Lo que se ventila es si la gente podrá vivir libre y dignamente o si la esclavitud disfrazada de alguna manera, se ha de extender todavía más en vastas regiones de la tierra”, (un punto de vista diferente al de su hermano David). La conclusión era: “que los estudios y proyecciones de computación utilizados son válidos solamente en la medida de las presunciones sobre las cuales se basan…”. En resumen de Celso Furtado: “una ruptura cataclísmica del sistema en un horizonte previsible, carece de fundamento”, pero… ¿Qué ocurre si alguien con suficiente poder e interés pretende cambiar el orden natural por un orden artificial forzado por circunstancias ajenas a la propia Naturaleza?
En el orden natural la población humana (como el resto de las especies), tiene como instinto natural su reproducción y, por tanto su crecimiento. Un crecimiento que será controlado naturalmente por enfermedades (sólo en España 2000/2019 un total de 7.823.558, según INE) o desastres naturales (entre 1980/1999 1,19 millones de personas; entre 2000/2019 sube a 1,23 millones de personas, según ONU) cuyo origen está en la propia Naturaleza, o por enfermedades inducidas por factores varios desde la alimentación, el trabajo, las guerras, el entorno y los propios vicios personales. Es decir, el orden natural es forzado por otras circunstancias que inciden en el conjunto de la población y en su crecimiento. Como ejemplo tenemos los virus que forman parte del ecosistema natural, pero que pueden ser manipulados en forma artificial en laboratorios especializados. En el caso del llamado “Covid-19” se sigue sin conocer su origen real ni las circunstancias que lo rodean en su transmisión, pero ha provocado desde el primer momento un recelo social magnificado por los medios de comunicación y la información oficial exhaustiva y confusa, que está repercutiendo en las relaciones naturales de la población y en su crecimiento, tanto por el aislamiento personal recomendado, como por las consecuencias económicas del mismo.
El pulso “crecimiento o límites de población” versus “crecimiento o límite de recursos” sigue vigente en nuestros días con opiniones a favor o en contra de tal dilema, que pretende apoyarse en modelos predeterminados y posiblemente sesgados, como ocurre con otros temas convertidos en dogmas de nuevas religiones. En el tablero mundial no todas las piezas tienen las mismas características, ni su previsible evolución puede simplificarse desde un cruce de datos, variables y algoritmos. Lo único que parece cierto es que el desarrollo humano, tal como lo concebimos, es depredador de su entorno natural, pero también que ese entorno tiene una enorme fuerza y capacidad de regeneración, mutación o ajuste en forma espontánea, siempre que no incidan cuestiones artificiales que lo alteren de una u otra forma.