¡Hablemos claro! ¿Quién manda de verdad?

¡Hablemos claro! ¿Quién manda de verdad?
Jesús de Dios Rodríguez
Por
— P U B L I C I D A D —

El 19 de noviembre de 1863 tuvo lugar en la ciudad de Gettysburg (Pensilvania) un acto como homenaje a los soldados que habían muerto en una de las muchas batallas que se libraron durante la Guerra Civil estadounidense. El presidente de EE.UU. Abraham Lincoln pronuncio un discurso que fue considerado no solo el más importante de su carrera sino uno de los más destacados en la historia de la humanidad, fue un discurso conciso y brillante. Con un contenido de menos de 300 palabras, Lincoln supo concentrar el sentimiento de una nación y al mismo tiempo dejar patente el renovado empeño por la libertad. No era ese el único discurso programado ese día, pero si fue el más importante de todos, ha sido considerado con posterioridad como uno de los más grandes discursos en la historia de la humanidad.

Fue un gran discurso y una declaración icónica en defensa de los más elementales principios y derechos de libertad, igualdad y democracia, uno de sus párrafos ha quedado para la posteridad «El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», fue de tal importancia que hoy día es el principio rector de cualquier democracia que se precie de sí misma; Frase recogida en la Constitución de Francia, donde se la reconoce y considera como la definición más moderna que existe de la democracia.

Hace más de 2500 años, Pericles definía a la Democracia como “La administración que se ejerce en favor de la mayoría y no de unos cuantos” donde todos los ciudadanos son iguales ante la ley, donde los poderes públicos están sujetos a unas normas y donde rige el principio de “mérito” y no el de “origen social” para el acceso a cargos públicos; todo esto debería ser tenido en cuenta por todos aquellos que presumen de pertenecer y participar de una auténtica Democracia.

Hoy día nos encontramos con un déficit en la práctica democrática que afecta a los principios naturales de la misma; de aquella base esencial de «el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo» queda bastante deteriorado en su esencia misma, pues elegimos a nuestros representantes y vemos con autentica frustración que no nos representan correctamente, vemos con desanimo como priman sus espurios intereses por encima de los de la sociedad en general, de esa sociedad que les ha encomendado la tarea de facilitarnos la vida y garantizarnos un futuro de paz y prosperidad; con verdadera impotencia vemos como utilizan el poder que se les ha otorgado para establecerse y garantizarse su futuro y el de los suyos poniéndolos por encima de los intereses generales de la sociedad que los ha nombrado. Y qué decir de la definición de Pericles sobre la democracia la igualdad entre los ciudadanos ante la ley, la meritocracia y el origen social, ¿dónde ha quedado?

Nuestro voto como expresión última de la soberanía de una nación y de la igualdad entre sus ciudadanos nos concede la posibilidad de designar a los que nos han de gobernar e indicarles, de igual manera, en qué dirección deben hacerlo, así mismo podremos decidir, tanto retrospectiva como prospectivamente, el premiar o castigar a los que nos han gobernado. Para ello es necesario que existan alternativas que permitan llevar a cabo ese gobierno. En estos últimos tiempos estamos padeciendo la precariedad y falta de contenidos realistas en las alternativas posibles para afrontar y solucionar los problemas que afectan a la humanidad actual, es esta una situación que va en aumento y que, si no somos capaces de afrontarla y ponerle freno, nos seguirá llevando irremediablemente a una situación donde la democracia termine perdiendo todo su sentido.

La posibilidad de poder cambiar a los políticos fallidos que no cumplan con las expectativas para las que han sido nombrados está bien. Es una de las grandes ventajas que nos ofrece la democracia, muy al contrario de lo que suponían las monarquías absolutas o las dictaduras vitalicias, pero la realidad es que en estos últimos tiempos esa ventaja se ha perdido, la hemos malgastado; la realidad nos viene demostrando que la eficacia y el bien hacer frente a la democracia permanecen en continua tensión, sobre todo en sociedades técnicamente complejas e interconectadas como parece ser ocurre en las que componen ese entramado denominado Unión Europea, y que decir ya si estamos inmersos en un mercado globalista como el actual.

Una vez acabada la II Guerra Mundial, se puso en marcha el proyecto para formar una Comunidad Económica Europea (CEE) que más tarde seria denominada Unión Europea (UE); sería un proyecto complejo como consecuencia de la gran diferencia tanto a nivel cultural, estructural y económico entre el Norte y el Sur. La implantación del “Euro” como moneda única fue el remate final que dejaría marcadas las grandes diferencias existentes entre los asociados, pues cuando había diferentes monedas, esto permitía devaluar o revalorizar las monedas y regular exportaciones e importaciones.

Dani Rodrik en su libro “La paradoja de la globalización” (2011), describió un triángulo cuyos vértices eran la globalización económica, la soberanía nacional y la democracia, un trilema en el que solo se pueden escoger dos vértices, pero los políticos occidentales han tratado de tener los tres al mismo tiempo, esta situación ha provocado el malestar y el desconcierto, llegando incluso a la rebelión de sus votantes, dando lugar a que se produzcan alternativas inciertas, tales como el populismo o el ultranacionalismo disgregador y el Brexit. Ha quedado demostrado que resulta imposible compaginar al mismo tiempo la hiperglobalización económica, la democracia política y la soberanía nacional.

El triángulo Estados-nacionales, Estado europeo y globalización han venido a trastocar el sentido propio de la democracia, una vez analizado el asunto, podemos concluir que:

  • Podemos elegir ser un país globalizado económicamente con una democracia a nivel global, pero que tendremos que sacrificar parte de nuestra soberanía nacional.
  • Que podremos conservar plenamente nuestra soberanía nacional y democracia interna, pero sin integrarnos plenamente a la globalización.
  • Que podremos adherirnos a la globalización y mantener nuestra autonomía nacional, pero tendremos que sacrificar la democracia interna.

No es de extrañar que estemos sumergidos ya en un nuevo paradigma democrático, una transformación del sistema que nos ha llevado a un retroceso en el estado de bienestar, que se estén perdiendo muchos de los logros adquiridos en derechos y libertades, que estemos nuevamente perdiendo la batalla que ya habíamos “casi ganado” durante los largos años de bonanza que hemos vivido. El sistema democrático ha experimentado un cambio radical, ahora estamos dirigidos y no sabemos muy bien por quien ni adonde nos encaminamos. Es esta una situación que nos desborda y lo peor de todo es que se reverdecen los antiguos fantasmas del enfrentamiento y la lucha de clases. Se ha dado el pistoletazo de salida y ya han empezado a propagarse y a bullir las ideologías radicales que creíamos enterradas para siempre; cuando las plumas se colocan al servicio de las ideas, los caminos comienzan a dividirse.

La coexistencia, hasta ahora pacifica, aunque no exenta de tensiones entre la gobernanza Europea y las democracias nacionales nos ha situado ante un nivel de complejidad que dificulta enormemente la realización del ideal democrático de una forma simple y lineal. Es esta una situación nueva que nos lleva a preguntarnos: ¿quién manda aquí? No tiene una respuesta muy clara, pero podríamos decir: ¿gobierna la Comisión Europea?, ¿gobierna el Consejo Europeo?, ¿quizás Alemania?, ¿la Troika?, ¿el Banco Central Europeo?, ¿el Fondo monetario Internacional?, ¿los Mercados?

Todos los españoles sabemos de sobra que las políticas económicas y sociales nos vienen impuestas desde Bruselas, estamos viendo como a pesar de las persistentes protestas llevadas a cabo por la oposición en Europa contra el gobierno español actual no consigue que les hagan el más mínimo caso, la contrapartida a ese chivateo infantil hace que en Europa no cejen de alabar y bendecir las reformas, que nos gusten o no, se están llevando adelante por este Gobierno. ¿Qué nos lleva realmente a destruirnos sistemática e históricamente? Si no somos capaces de tener claro quién manda en el sistema democrático, ¿cómo vamos a ser capaces de pedir responsabilidades a nadie por los errores de gobierno?, ¿de qué nos sirve nombrar representantes democráticos?

La democracia, la representación democrática y el poder se ha difuminado del ámbito nacional, ¿a quién obedecen y representan los poderes públicos nacionales realmente? Primero fue la UE y por añadidura la globalización la que han provocado la descentralización y fragmentación del poder, la globalización ha vuelto y acrecentado la ineficacia en las normas y mecanismos tradicionalmente utilizados, ha redefinido las funciones del Estado, ha generado nuevas formas de acción política, nuevos modelos de legalidad y nuevos patrones de legitimidad, relativizando principios y categorías tales como soberanía, legalidad, jerarquía normativa, derechos subjetivos y ciudadanía.

A partir de los años ochenta la implantación de un mundo globalizado ha tenido, como consecuencias más significativas, la generación de una gran ‘Competitividad’, ‘productividad’ e ‘integración’ en el plano económico, a la vez que la ‘fragmentación’, ‘exclusión’ y ‘marginalidad’ en el plano social, han sido estos algunos de los rasgos y tensiones consecuencia del modelo para la transnacionalización de los mercados. El actual agotamiento de las ilusiones neoliberales ha fomentado la capacidad para comprender que los sistemas que eficazmente se adecuaron a los fines de la sociedad mundial (incluidos los mercados financieros) ya no pueden ser controlados individualmente por los Estados o por coaliciones de Estados

Históricamente el ser humano a tendido a rebelarse. Lo ha hecho de muchas y variadas maneras, pero siempre con un mismo objetivo, la oposición y la protesta, que no se dejan encasillar fácilmente en un paradigma único y que, sin embargo, tienen como horizonte común la oposición, la protesta, la oposición o negación a un orden establecido o, simplemente, frente a un sentir común o el desacuerdo ante un consenso que se nos presenta como el único legítimo.

Por lo tanto, la revolución y la rebelión, la sublevación y la protesta, la revuelta y el motín, la rivalidad y el desacuerdo, la insubordinación y la sedición, la huelga y la desobediencia, la contestación y la sublevación, la agitación y el boicot podemos considerarlas a todas como ideas y cambios de formas del desacuerdo, expresiones plurales que encuentran su fundamento en la única matriz del «sentir diferente» ante el orden, el poder, el discurso dominante. El pensamiento rebelde debe ser tenido en cuenta, a día de hoy, como una acción prioritaria para compensar y combatir la uniformación global que se nos va filtrando a través de la enseñanza, los medios de comunicación y las formas de vida, en resumidas, lo que se ha venido denominando como pensamiento único, algo que se ha convertido casi en una nueva religión, y no por las virtudes de tal sistema sino por la debilidad de todos sus rivales, de igual forma que ese falso pluralismo que invade de pleno a la civilización occidental.

No podemos ignorar el momento tan preocupante y el descrédito que sufre la política a todos los niveles y como está afectando de forma negativa sobre los ciudadanos que la padecen. Partiendo de esa premisa, debemos actuar y poner las cosas en su sitio de una vez y eso solo se puede hacer, a través de nuestro voto, en las urnas, es necesario centrar el esfuerzo en una sola dirección, aparcar de una vez las ideologías y los colores partidistas dando prioridad al bien común, resulta imprescindible hacer uso del sentido común y de la mayor objetividad posible, poniendo por delante las normas y valores más elementales de la democracia como meta primordial para conquistar la libertad, la igualdad y el bienestar general de toda la sociedad.

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