Y si aspira aún a ser un actor principal en el concierto internacional deberá potenciar el único tesoro del que realmente dispone, el mercado interior único. Habrá de integrar en él tres sectores de los que hasta ahora no se ha ocupado colectivamente: la tecnología, las finanzas y la energía.
Tales conclusiones, entre otras, han surgido en el seminario sobre Europa -ya treinta y seis ediciones- que anualmente celebra la Asociación de Periodistas Europeos (APE), por la que han desfilado personalidades con mucho historial a sus espaldas y, por lo tanto, con amplia perspectiva para escudriñar el futuro de una Unión Europea que puede estar atravesando uno de los momentos más delicados de su existencia.
Desde Javier Solana, exalto representante para la política y de seguridad común de la UE, hasta Ramón de Miguel, exsecretario de Estado de política exterior y para la UE, pasando por la checa Dita Charanzová, que fuera vicepresidente del Parlamento Europeo, o la danesa Marlene Wind, de la Universidad de Copenhague, el análisis de los diferentes ponentes destilaba los muchos peligros que cercan y amenazan la existencia misma de la UE.
“Estamos en la época de las democracias del miedo”, aseguraba el catedrático Fernando Vallespín, resumiendo en tal frase el fuerte aumento de los temores surgidos en la práctica totalidad de los países europeos a las oleadas migratorias y a muchas de sus derivadas negativas, aprovechadas por los populismos para acentuar la más que evidente polarización del continente. “Los inmigrantes llegan con el solo equipaje del hambre y el miedo”, recalcaba Miguel Ángel Aguilar, secretario general de la APE, poniendo el acento en el capítulo que ha pasado a convertirse en la principal preocupación de los ciudadanos de no pocos países, que en un pasado no tan lejano cimentaron su prosperidad en el trabajo aportado por la inmigración.
El seminario repasó prácticamente la totalidad de los grandes conflictos internacionales que hoy sacuden al mundo, en especial las guerras en Ucrania y las que enfrentan a Israel con los proxis iraníes, Hamás y Hizbulá. El primero de ellos ha puesto de relieve la soledad europea frente al denominado Sur Global. En cuanto al segundo, la UE pugna por tener una voz propia, vano intento cuando su propia defensa sigue dependiendo del paraguas de la OTAN y, por lo tanto, de la generosidad norteamericana.
Con ello llegamos a la crucial elección presidencial en Estados Unidos entre Donald Trump y Kamala Harris, unos comicios que muchos de los especialistas reunidos en los locales de la Fundación Diario Madrid consideran que no tendrán mucha incidencia, sea cual sea el resultado, en Europa y el resto del mundo, pero sí serán decisivos en el interior del gran país norteamericano.
Si el Brexit ha debilitado al Reino Unido, también lo ha hecho, aunque sea en menor medida a la UE, que ha perdido la gran aportación británica a la política exterior y su potencia nuclear, aun cuando la cooperación en seguridad y defensa sea notable. Pese a que sean muchos los británicos que gustarían revertir la situación y reingresar en la Unión, “ello no será posible hasta que cumplan cuarenta años los que hoy están finalizando la adolescencia”, según afirma Margaritis Schinas, comisario para la protección del estilo de vida europeo. Éste confirmó que los que azuzaron y consumaron la salida de la UE, han rechazado reintegrarse en el Programa Erasmus, ante su propia convicción de que la convivencia estudiantil convertiría a los jóvenes universitarios británicos en “proeuropeos convencidos” al mezclarse con sus homólogos continentales.
El griego Schinas también dejó clara su convicción de que Serbia no será miembro de pleno derecho de la UE hasta que arregle su contencioso con Kosovo, pero se mostró convencido de que Montenegro será seguramente el primero en cumplir con solvencia los 37 requisitos exigidos por Bruselas para acogerlo en su seno, en una ampliación que augura ordenada.
Como colofón del seminario, Antonio Rodríguez de Liébana, director general de Coordinación del Mercado Interior y otras Políticas Comunitarias, abordó el “coste de la No Europa”, o sea de estar al margen de esa casa común que es la UE.
Cada país arrostraría distintos grados en ese coste, pero como denominador común es que permanecer fuera sería garantía cuando menos de irrelevancia, incluidos los países que aún se consideran potencias de tipo medio. La lección del Brexit ha sido bien aprendida por todos, pero ello no exime de que algunos tomen decisiones unilaterales urgentes y sin consultas, cuyo efecto es poner en peligro logros tan importantes como el espacio Schengen. Ahí está la decisión germana de reforzar los controles fronterizos, un gesto hacia la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD), tras su meteórico ascenso en tres antiguos estados del este del país.
Y, en fin, una sugerencia para solucionar el inmovilismo que provoca la necesaria unanimidad para adoptar decisiones incluso en cuestiones cruciales. Consistiría en hacer lo mismo que con el euro: que se adhirieran voluntariamente los que quisieran sin que fueran frenados por los que quieren que todo siga como está. Si el dilema es entre avance o retroceso, esta sugerencia merecería ser tenida en cuenta.