Hace unos días, en el programa expuesto por la nueva presidenta de la Comisión Europea, volvía a surgir la expresión “lucha contra el cambio climático” como una de las prioridades de su gobierno. Un poco antes, entre las maniobras del presidente francés para aglutinar en su entorno otras voluntades, se incidía sobre lo mismo: “la lucha contra el cambio climático” y el discurso de investidura del presidente español en funciones, ha ido dirigido a la misma cuestión.
Aunque en otro artículo ya me he referido a ella, conviene no perder de vista el creciente alarmismo creado en la sociedad a base de ser repicado continuamente y en cualquier circunstancia por los “voceros” mediáticos y ¿cómo no? por todos aquellos que ven la oportunidad de utilizarlo en beneficio propio. No hay que insistir en que la vida del planeta Tierra ha estado sometida constantemente a “cambios climáticos” de mayor o menor entidad (según leyes planetarias que rigen el Universo y escapan a nuestros modestos conocimientos).
Es a partir de unos cuantos informes (principalmente sobre la pérdida de hielo en el Artico durante el verano), cuando parece haberse desatado la caja de los truenos y, en el último acuerdo de París sobre esta cuestión, los líderes del momento se comprometieron a limitar a un máximo de 2ºC (aumento señalado desde la época preindustrial) la subida de temperaturas provocada por el cambio climático. Algo insuficiente para algunas organizaciones ecologistas que marcaban 1,5ºC como límite para evitar el deshielo en el Artico (durante el verano). Las bases científicas que marcan estas cifras sólo pueden partir del empirismo o la intuición en el mejor de los casos ya que, como se reconoce en la propia comunidad científica, no se puede establecer con precisión.
De todas formas las noticias sobre el desastre ecológico previsible para finales del siglo XXI por la pérdida de “banquisa” o capa de hielo sobre el océano (no sobre corteza terrestre) que se conoce como Círculo Polar tenían este carácter: “El deshielo en el Artico puede hacer desaparecer flora (alcornoque) y fauna (oso pardo) en España y afectará a sectores vinícolas, turismo interior y turismo de esquí” (RTVE 6/3/2013). Y lo dicen con todo el desparpajo del mundo, ignorando en su agorera profecía cómo será el mundo en el año 2200 y si, por entonces, será muy importante el alcornoque, el vino o el turismo interior.
Todo ello demuestra la frivolidad con que se repiten consignas que se supone “noticias” o “información”, para jugar con la supuesta ignorancia de las gentes. Probablemente ninguno de los redactores se habrá molestado en conocer el problema en su fondo real, que nos lleva de nuevo a insistir en la pretenciosa intención de “ser como Dios” de algunos de los dirigentes políticos que vienen utilizando como dogmas lo que son cuestiones científicas aún en fase de discusión.
Para empezar, habría que conocer que en el “Polo Norte” no existía hielo hace 4 millones de años y su oscilación máxima llegó hace 2,6 millones de años. Que la Tierra está en un período interglacial donde las variaciones climáticas son señas de identidad y lo mismo puede producirse un “vórtice polar” sobre EE.UU con unas temperaturas de -37ºC (infartos y ataques cerebrales), que una ola de calor en Europa con altas temperaturas en el verano o que haya una subida de 20ºC en otoño de 2015 en el Artico debido a esta circunstancia. Los ciclos naturales del clima son caprichosos y es difícil que se puedan programar a la carta como algunos quisieran. Para continuar, la región polar Artica está sometida en su “calentamiento” a esos movimientos de la Tierra que se conocen como “precesión de los equinoccios” o “nutación” (cambio lento y gradual en la orientación del eje de rotación) que pueden además ser afectados por movimientos telúricos (el terremoto de Chile de 2010 varió en 8 centímetros la media de 23/27º y el maremoto del sudeste asiático de 2004 lo desplazó unos 17,8 centímetros), donde no hay que olvidar el movimiento de las plazas tectónicas de la corteza terrestre o la propia deriva continental (unos 2,5 cms. anuales de separación intercontinental), por citar sólo algunos fenómenos conocidos. Asimismo el llamado “bamboleo de Chandler” en honor de Seth Carl Chandler (1891) son pequeñas oscilaciones del eje de rotación de la Tierra, que añaden 0,7 segundos de arco en un período de 433 días en la citada precesión de los equinoccios. Como vemos, motivos para el “cambio climático” existen suficientes para que no nos coja por sorpresa.
Pero, aparece la “política” y nos dice que va a “luchar” contra esos cambios. Eso tampoco nos sorprende conociendo a los “políticos”. Sería en todo caso más ajustado a la verdad que dijeran: “vamos a recuperar las condiciones de vida de las sociedades preindustriales” ya que -según parece- el Artico puede quedarse sin hielo para el verano de 2050 (una predicción) o para finales del siglo XXI” (otra muestra de cómo pueden bailar las cifras). Y, como es natural, la culpa la tienen: “cada tonelada de CO2 que emite cualquier persona respirando, provoca la desaparición de 3 m2 de la superficie de hielo en la época de verano ártico” o “cada coche de gasolina que recorre 20.000 kilómetros al año, emite a la atmósfera 3,8 toneladas de CO2, lo que lo hace responsable de de la desaparición de 11,4 m2 de hielo” (nada sobre otras fuentes contaminantes industriales o naturales; nada sobre la exposición a radiaciones de los artilugios tecnológicos o al gas radón del granito con que se pavimenta Gran Vía).
Hay que recordar que, cuando se habla del Artico, no se refieren a un continente sino un área alrededor del Polo Norte que, al no reposar sobre tierra firme, no es susceptible de mediciones exactas y se presta a la manipulación mediática. En dicho área parecen vivir unos 4 millones de personas que se han adaptado al clima (-34ºC) y a las condiciones geográficas correspondientes. También se olvidan de que los fenómenos de eustasia (inundación) e isostasia (elevación del terreno) del Báltico y de otros lugares se han ido produciendo en épocas no industriales precisamente.
Por el contrario, tampoco se dice nada del continente Antártico, donde parece que no afecta el dichoso “calentamiento global” y sus estructuras de campos de hielo sobre la corteza terrestre han dado la temperatura más baja registrada de -89,6ºC, con una media de -49ºC que indican que calor no hace precisamente (a pesar del deshielo estival) y que el concepto “global” hay que cogerlo con pinzas.
Si a todo ello le añadimos la cantidad de factores que afectan a la biosfera y por lo tanto a la vida de las especies en el planeta, veremos que todas ellas se han ido adaptando (y se adaptan todos los días) a las condiciones cambiantes de su entorno, por lo que el concepto “evolución” tiene su sentido. Lo vemos en la capacidad de supervivencia de la propia especie humana en hábitats muy diferentes (desde el inhóspito urbano con la gente trabajando con 40ºC de calor al inhóspito clima desértico con la gente mucho más sensata, resguardándose de esas altas temperaturas).
Bien está tomar conciencia de que estamos sometidos a tales cambios e incluso que se intenten tomar “medidas políticas” (una de ellas sería la adaptación laboral al clima con unos horarios adecuados, la incentivación del trabajo desde los domicilios o las relacionadas con los residuos industriales, comerciales y domésticos contaminantes), pero visto lo ocurrido con el simple y necesario ajuste de horario en España, mucho nos tememos que la tan cacareada “lucha contra el cambio climático” no pasará de ser una impostura más de quienes pretenden “ser como dioses”.